Te Tengo. Victory Storm
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“Qué le hace pensar que yo haya apenas salido de la cárcel?”, murmuró Lorenzo con los ojos entrecerrados y la mandíbula contraída.
“Por su aspecto.”
“Por mi aspecto”, repitió calmo, como la calma que antecede al huracán.
“Sí. En conclusión, ese cabello no ve la tijera de un peluquero y un peine, desde hace un tiempo”, subí la dosis indicándole su cabello perfectamente peinado de forma desordenada, pero sin perder la elegancia. “También esa sombra de barba le da un aire desalineado, un pasado imprudente… Sin hablar de las ojeras bajo los ojos, no presagian sueños tranquilos y es comprensible. Creo que es difícil dormir en una celda con un extraño que podría tener intenciones poco tranquilizadoras. Lamentablemente no existe aún una legislación eficaz contra las molestias sexuales entre detenidos, por lo que tiene toda mi comprensión.”
“Creo que entendí el concepto”, me detuvo, incapaz de escuchar otra cosa que saliera de mi boca. “Y lo lamento por usted, pero se equivoca. Nunca estuve en prisión.”
“A veces las apariencias engañan”, exclamé con una sonrisa maléfica y una encogida de hombros, repitiendo sus mismas palabras.
« Touché», susurró con una media sonrisa, entendiendo mi intención de vengarme por haber sido confundida con una acompañante.
“Permítame al menos ofrecerle algo de beber”, intentó disculparse cuando intenté irme. Lo miré a la cara y la expresión de desafío de la serie “No termina aquí”, me puso en alarma.
“No acepto regalos de desconocidos”, lo detuve de inmediato, poniendo en la barra un billete que cubría el costo del Bellini y dejaba al barman una buena propina.
“Estaba convencido que no fuera necesario pero… ok, me presento. Soy Lorenzo Orlando, el propietario del Bridge”, me dijo, ofreciéndome la mano.
Mire esa mano tentadora y me dio palpitaciones.
La idea de tocarlo me llevaba a pensar cosas prohibidas y que podían ser castigadas de la peor forma.
Ginebra, estás jugando con fuego!
Todo el engreimiento que tuve, me abandonó con la misma rapidez con la que había llegado.
“Juro que no muerdo”, me susurró, notando que dudaba en darle la mano.
“Mia, donde te habías metido?”, dijo Maya dándome casi un infarto. No la había visto acercarse y no me esperaba su brazo alrededor de mi espalda.
La miré brevemente y comprendí que había venido a socorrerme.
“Mia”, repitió Lorenzo, pensativo.
“Sí, Mia Madison y yo soy Chelea Faye. Mucho gusto. Su local es bellísimo. Felicitaciones!”, se entrometió Maya dándole la mano a Lorenzo, en lugar mío e interponiéndose entre él y yo, como si quisiera defenderme.
“Gracias”, le respondió él con una sonrisa falsa, para esconder la irritación por la interrupción. “Es la primera vez que vienen a mi local?”.
“Sí. Estamos en Rockart City sólo de paso. Demonios! Se hizo tarde y ahora debemos irnos, pero espero tener la posibilidad de volver pronto”, se disculpó Maya con aire alegre. Sólo ella podía parecer tan espontánea y contenta, incluso cuando la situación era tensa.
“Hasta luego, entonces”, respondió el hombre educadamente, dirigiéndome la mirada por última vez antes de alejarse.
Apenas lo saludé con la cabeza.
“Qué demonios estaba pasando?”, dijo Maya cuando quedamos solas.
“Nada”, murmuré con un hilo de voz, incapaz de imaginar que hubiera podido ocurrir.
“Cuando te vi con él, creí que enloquecería. Te traje hasta aquí para divertirnos, no para hacer que te maten”, me dijo agitada, robándome el Bellini todavía intacto y tomándolo en pocos sorbos, para calmar los nervios. “Vamos! Le dije a Lucky que tienes un toque de queda y que tengo que llevarte a casa antes de las dos de la mañana”, me dijo, tomándome de un brazo y arrastrándome hacia la salida.
“Señorita, discúlpeme”, se paró delante nuestro un recepcionista, dándome una tarjeta negra con letras doradas “ The Bridge. Orlando’s Night”. “El señor Orlando me ha pedido que le diera uno de nuestros pases como regalo, en señal de disculpas por la equivocación de la que fue víctima. El señor Orlando se preocupa por sus clientes y, se ocupa que estén satisfechos con el servicio recibido. Este pase le permitirá tener un ingreso privilegiado y una consumición gratis para usted y sus invitados.”
“No es necesario, pero agradece al titular por el gesto y dígale que ya he olvidado nuestro malentendido”, respondí gentilmente y enrojeciendo por esa cortesía.
Lorenzo Orlando, me había ofrecido un pase o un ticket sólo de ida hacia el infierno, si hubiera sabido que era la hija del boss Edoardo Rinaldi.
“Le ruego”, me suplicó, sorprendido por mi rechazo. Sabía que jamás habría podido llevar una tarjeta como esa, sino quería arriesgar la pena de muerte por parte de mi padre.
“Gracias por el pase!”, se entrometió Lucky, tomando la tarjeta en mi lugar. “Mia, te has vuelto loca? Sabes cuánto cuestan estos pases?”
“Quieres volverte un enemigo de la familia Orlando?”, dijo Mike.
“No, yo…” balbucee con disgusto, pero Maya me tomó del brazo y me llevó fuera del local, hacia el aparcamiento.
“Volvemos a casa”, suspiró Maya aliviada, después de un rápido saludo a los dos muchachos.
Entramos en el coche.
Pasamos por el puente del Safe River y, para mi sorpresa, noté que las palpitaciones que había tenido desde que había pasado por allí a la idea, no se habían detenido.
Era como si esa noche me hubiera dejado algo abrumador y tan poderoso como para no abandonarme jamás.
5
GINEBRA
Había pensado en Lorenzo Orlando toda la semana.
Había leído libros, visitado galerías de arte, participado en una reunión sobre derechos civiles, pero era como si todo fuera insignificante y carente de emociones.
Sólo cuando pensaba en Lorenzo, en lo que le había dicho, me sentía de nuevo viva y electrizada.
Era increíble!
Había estado tentada de pedirle a Maya que me llevase de nuevo más allá de río, pero no había osado hacer una propuesta de ese tipo, abiertamente.
Dentro de mí todavía era consciente de cuánto