Veneficus El Embaucador. Piko Cordis

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Veneficus El Embaucador - Piko Cordis

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fuerza y virilidad, pero la mejor es la inteligencia.

      –Os doy las gracias, madame. ¿A qué se deben todas estas lisonjas?

      La marquesa de Morvan tenía intención de responder una vez que estuviesen en la biblioteca, en cuanto entraron el estupor del joven no se lo consintió.

      –¡Que maravilla! ¡Un santuario de la cultura! ¿Estará al segundo puesto sólo por encima de la biblioteca de Alejandría en Egipto?–mientras se acercaba a los estantes comenzó a acariciarlos con las manos –Madame, mirad estos volúmenes encuadernados en piel roja y verde y también estos otros de delicadísima piel de cabra. Increíble la rebuscada elegancia de estas incisiones heráldicas en oro...

      –Más que elegancia a mi me parece un gesto de megalómano. ¡Ha impreso incluso el emblema de familia en cada uno de sus libros!

      –Marquesa, si os gustan las comedias antiguas aquí he encontrado una obra de Aristófanes, Las Tesmoforiantes.

      –Amigo mío, si os debo ser sincera, encuentro las comedias griegas divertidas en los diálogos pero tediosas por sus continuas alternancias cantadas.

      Habiendo comprendido el escaso interés de la marquesa de Morvan por el teatro helénico, Mathis volvió a poner el libro en su sitio.

      –Conde, me estoy aburriendo –exclamó con un suspiro la noble dama –Os lo suplico, hablemos de otra cosa –dijo cerrando con llave la puerta de la biblioteca.

      Mathis secundó a la mujer con una mirada cómplice.

      –Durante la cena, cuando el vizconde du Grépon estaba contradiciendo al dueño de la casa sobre Cagliostro, vos no habéis dicho ni una palabra. ¿Estáis a favor o en contra?

      –Soy sincero, marquesa, he oído hablar mucho de él pero no me he hecho una idea concreta. Estoy aquí para conocerlo.

      –Conde, sed menos diplomático. Conozco los planes de Flavienne. Estáis aquí con el fin de codearos con Cagliostro y con la complicidad de Rohan visitar su laboratorio.

      –¡Qué va! ¿Cómo se os ha ocurrido semejante cosa?

      –Mathis, os lo ruego, no insultéis vuestra inteligencia y tampoco a la mía. La mentira no os pega.

      El joven conde se puso tenso y en sus ojos apareció un destello de cólera. La marquesa levantó los hombros en un gesto de excusa.

      –Sí, es verdad –Mathis fue categórico al responder provocando a la marquesa –¿no os gusta?

      –Claro que sí.

      –¿Pero...? –preguntó Mathis instigándola.

      –Querría vuestra colaboración para una empresa mía. A los servicios que vais a hacer a Flavienne podríais añadir mis necesidades.

      –¿Qué serían...?

      La marquesa, con aire malicioso, se sentó en el sofá, invitando al conde a ponerse a su lado.

      –Mathis, mis peticiones son muy sencillas. Cuando estéis en el laboratorio de Cagliostro deberéis recoger alguna prueba de que es un charlatán.

      –¿Qué tipo de pruebas?

      –Escritos, notas, venenos y todo cuanto pueda ser usado contra él.

      –Marquesa, ¿pero con qué fin hacéis esto?

      –Cagliostro tiene muchos amigos poderosos, no es por casualidad que se encuentra aquí en la mansión de Rohan, pero tiene también muchos enemigos. Yo y el vizconde de Grépon formamos parte de un grupo que lucha contra este embaucador sin escrúpulos.

      –Durante la cena, igual que yo, no habéis dicho una palabra contra Cagliostro.

      –En toda guerra que se respete, hay siempre el frente y la retaguardia. El primero ataca y la segunda organiza los refuerzos y los abastecimientos. Se actúa con astucia.

      –¿Yo qué gano con todo esto?

      –Mi amistad.

      –Entonces, consiento sin dudarlo.

      –Perfecto, estamos de acuerdo, haréis todo lo posible también por mí, secundando los deseos de nuestra amiga la duquesa, pero esto ella no deberá saberlo.

      –¡Marquesa! Os pido sólo que me hagáis entender lo que me es difícil comprender en toda esta historia –añadió Mathis con una voz en la que se advertía una nota de sufrimiento –Vos y la duquesa de Beaufortain parecéis ser amigas pero, en esta ocasión, actuáis a sus espaldas, usáis sus medios para alcanzar vuestros objetivos, este es un comportamiento típico de un hipócrita –acabó de decir el conde sonrojándose un poco.

      –Yo y Flavienne nos conocemos desde hace tiempo; no siempre pensamos lo mismo o nos gustan las mismas personas, y cuando esto ocurre no nos entrometemos. Nos toleramos. Para sobrevivir en este mundo son necesarias las alianzas y la nuestra funciona a pesar de todo. Y, de todas formas, ¿quién os dice que no conozca ya mis intenciones?

      Mathis sonrió con tranquilidad, tenía otras preguntas para la marquesa:

      –Habéis hablado de un grupo contra Cagliostro; ¿cómo es posible que el cardenal no esté al corriente? Y sin embargo, vos y el vizconde sois sus huéspedes, y el anciano Ignace-Sèverin no ha sido suave con el Gran Maestro.

      –No subestiméis al cardenal, también él sabe jugar bien a este juego –la afirmación de la marquesa de Morvan encendió la curiosidad en el joven que levantó una ceja mirándola fijamente a los ojos. –Du Grépon es el ojo de lince, el oído atento del rey. Rohan lo sabe y ha aceptado de buen grado la presencia de este noble que conoce desde hace mucho tiempo; si el rey hubiese mandado a uno de sus generales de confianza o al vizconde de Narbonne, para Su Eminencia hubiera sido peor. El cardenal ha escogido el mal menor.

      La marquesa, visiblemente satisfecha, se dejó ir.

      –Antes habéis hablado con sinceridad, así que, decidme conde, ¿qué os han dicho sobre mi persona?

      –Marquesa, es innegable que vuestras detractoras os describen como una comehombres. Las calumnias contra vos se refieren al campo de la conquista, de la seducción, del embaucamiento. Los difamadores os pintan como una irresistible Circe y una inagotable seductora. Marquesa, no debería ser yo quien os debe recordar que en Versalles la reputación de una persona es ridiculizada o degradada según los casos.

      El conde leyó en el rostro de su interlocutora una mezcla de complacencia y una velada tristeza.

      –Sin embargo, al mismo tiempo, está el juicio benévolo de mi amada duquesa que, al describiros, ha usado sólo palabras de elogio, de estima y de respeto. Por lo tanto, creo que es sumamente difícil juzgaros sin haber tenido el placer de conoceros.

      –Me alegro. Ser mujer es un arte, ser una amante es sublime. Pensad en la gloria de la seducción, en las numerosas batallas de los placeres carnales y en la alegría al ver la propia victoria en los rostros de nuestros adversarios. Ser la rival de otras mujeres y prevalecer sobre ellas y vencer, es una satisfacción única en el mundo. Si en mí no fuese innata esta voluntad, hoy no estaría aquí, delante de vos, alabando los elogios de este delito para mí

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