Veneficus El Embaucador. Piko Cordis

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Veneficus El Embaucador - Piko Cordis страница 6

Veneficus El Embaucador - Piko Cordis

Скачать книгу

el hombre con el que me he casado es el que íntimamente conozco menos. Sabed, conde, he visto siempre la lujuria como una comilona y yo adoro comer.

      –Estoy de acuerdo con vos, las pasiones deben ser secundadas, perseguidas y conducidas a buen fin.

      –Entonces, ¿me autorizáis a que os seduzca?

      Con aquella salida alegre, la dama acogió el pensamiento expresado por Mathis como una invitación para proceder a su conquista.

      Los dos explotaron en una risotada común y cómplice.

      La marquesa era un mujer ingeniosa, débil ante la belleza, maleable a las pasiones. Ardía en los mismo deseos pecaminosos que Mathis y esto los hacía sentirse próximos.

      El conde comprendió el interés por parte de la dama. Sus miradas se volvieron coquetas.

      –Sois una maldita intrigante, vuestra edad no corresponde con vuestra seducción.

      El placer recíproco los arrastró a un beso apasionado. La marquesa se concedió aquella evasión con deleite, gozando de los labios sensuales del joven que, como un maestro, dieron placer a la noble dama.

      –La fechoría se ha consumado, ahora, de verdad, tengo que ir a confesarme con el cardenal.

      Ante esta broma, los dos rompieron a reír y la marquesa, bromeando, volvió a hablar al conde.

      –Silencio, no demos pábulo a más habladurías a nuestra cuenta. Contención.

      Los dos volvieron a su habitual conducta

      –Trahit sua quemque voluntas –dijo Mathis.

      –La sensualidad acompaña siempre al vicio –añadió la marquesa.

      Cuando llegaron los otros huéspedes que, mientras tanto, se habían juntado en otra sala, interrumpieron la conversación.

      –¡Bienvenidos! –exclamó el vizconde du Grépon –¿Os habéis perdido en los meandros del castillo?

      –En realidad, en la biblioteca. Antes de iros deberéis pasar algunas horas en ese salón, veréis sorpresas maravillosas.

      Después del breve cambio de palabras, el vizconde se despidió para retirarse a sus aposentos.

      También la condesa de Cagliostro decidió retirarse y el vizconde se ofreció a acompañarla a sus habitaciones. La marquesa de Morvan pestañeó hacia Mathis, invitándolo a hacer lo mismo. Después de dejar a la dama en su alojamiento, el joven se dirigió, sin detenerse, hacia su habitación para liberarse de su indumentaria y para comenzar con la escritura de la carta a su duquesa, como había prometido hacer al acabar cada día.

      Mi amada duquesa:

      Os mando fielmente mis impresiones sobre Saverne y sus huéspedes. Pongo en vuestro conocimiento mi preocupación por lo que respecta al conde Cagliostro. Su consorte, la condesa Seraphina, me ha informado de que mi encuentro con el alquimista, tan deseado por vos, podría resultar arduo por culpa de sus muchas obligaciones.

      He reflexionado sobre esto, pensando que la condesa no estuviese al corriente del encuentro programado con el marido, ya que si fuese así, el cardenal me lo habría dicho, y pienso también que deben permanecer secretas vuestras peticiones al Siciliano.

      La jornada ha transcurrido en armonía, he sido presentado a todos los nobles convenidos. La marquesa de Morvan, vuestra querida y estimada amiga, es una mujer de intensa profundidad que me ha acogido de manera calurosa y ha animado mi introducción en el castillo de Rohan.

      El vizconde du Grépon, por su manera directa de hablar, podría resultar poco simpático pero, personalmente, creo que es un hombre interesante e independiente de pensamiento.

      El cardenal de Rohan se está mostrando muy amable conmigo.

      Con la esperanza de haberos hecho un servicio agradable, prometo escribiros de asuntos que han acabado bien y de apetitosas charlas, a las cuales tendré atento el oído y que os harán feliz cuando los leáis.

      Vuestro Mathis.

      Capítulo 2

      Habiéndose despertado pronto Mathis se dio cuenta de que era el único huésped despierto en todo el castillo. Decidió no tomar el desayuno solo e investigar los alrededores de la residencia. Observó los altísimos abetos plantados a los lados y las fontanelas dispuestas simétricamente en los jardines.

      El joven conde fue hasta los límites del parque y, transcurrida una buena hora paseando, decidió volver a entrar en la mansión. Se dirigió hacia la estancia a la derecha de la entrada, de donde provenían las voces familiares de los otros nobles. En la mesa el anciano vizconde y la marquesa de Morvan estaban desayunando.

      El primero estaba ocupado tomándose un té mientras que la dama tenía en la mano un plato de dulces, ésta, al ver entrar a Mathis, le dijo:

      ―Buenos días, conde. Sed amable conmigo, echadme un poco de té, agradecería incluso el mismo que está saboreando el vizconde.

      El conde fue hacia una consola y sirvió a Sylvie.

      ―Buenos días, vizconde, ¿a vos en que os puedo servir? ―dijo risueño Mathis volviéndose al anciano noble que no lo había saludado.

      ―En nada ―respondió du Grépon.

      El conde Mathis, hambriento, volvió a la consola rebosante de manjares y se sirvió. Después de prepararse un plato se sentó al lado de la marquesa y la mujer comenzó a hablar:

      ―¿Habéis dormido bien, conde?

      ―Magníficamente, marquesa.

      ―¿Habéis dormido solo? ¿Ninguna condesa os ha visitado?

      ―¡No! ¿Qué queréis decir, señora? ―el joven estaba desconcertado.

      ―A la condesa de Cagliostro no le habéis sido indiferente ayer, y se sabe que es una buena potranca.

      Ante aquel descaro de la marquesa, el vizconde, que estaba saboreando su té, tragó por el sitio equivocado, casi ahogándose.

      ―Ignace, ¿va todo bien? ―exclamó la noble preocupada.

      El vizconde tosió e hizo una señal afirmativa con la cabeza intentando recuperarse.

      ―Marquesa, ¿conocéis bien a la condesa? ―preguntó Mathis todavía confundido por la broma de la mujer noble.

      ―No, pero sus modales son de dominio público, como también las del maleducado de su consorte que ni siquiera se ha dignado a dejarse ver, ni trasmitir sus saludos.

      ―Por lo que he entendido, el conde Cagliostro es una persona muy atareada, tanto que no tiene tiempo para la vida social. Él mismo es consciente de su don y de lo que tiene que hacer, actúa por el bien común.

      Placenteramente sorprendida por las palabras de Mathis, la dama replicó:

      ―Os veo muy apasionado defendiendo al siciliano, ¿estáis seguro de que vale la pena?

Скачать книгу