El buey suelto... Cuadros edificantes de la vida de un solterón. Jose Maria de Pereda
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Es tal el esmero con que se le sirve y se le adivinan los deseos, que en ocasiones creería que algún genio invisible cuida de su casa. No bien hace por ella una breve excursión, ya está arreglado cuanto él desarregló al moverse, sin que se vea la mano que colocó la silla en su sitio, el gabán en el ropero ó el libro en el estante.
Cuando por la noche se retira á descansar, encuentra la luz en su cuarto, el vaso de agua sobre la mesa, y abierta y preparada la cama... Ni un motivo siquiera para romper la monotonía de aquel ordenado silencio con un campanillazo; silencio sólo alterado por la voz de la señora Braulia que, antes de cerrar él la puerta del gabinete, asoma por ella la cabeza para pedirle sus órdenes para el día siguiente y darle las buenas noches.
Por un lado no le desagrada el sistema; pero ¡tiene tanto de uniforme y de misterioso!... Parece que se le ceba, no que se le sirve.
Un hombre como él, que por no poder ir todavía á ninguna parte, vuelve á casa, las más de las noches, hastiado, rendido y de muy mal humor, recibiría como un consuelo media palabra discretamente afectuosa, y un par de sonrisas elocuentes al llegar á su cuarto... Pues no, señor: nadie á la puerta de la escalera, que, al abrirse, cubre á quien le alumbra; nadie en el pasadizo; nadie en el gabinete, y un poco después, menos que nadie, la señora Braulia con su jaculatoria de costumbre. Así es que se acuesta bufando, y sueña con la voz, y con la cara, y con las arrugas de su ama de gobierno.
Y arrancando de aquí el motivo, llega un día en que ésta le parece gazmoña, fisgona y antipática en esencia y presencia.
Entre tanto, apenas conoce el metal de voz de Solita, ni sabe qué color tiene á la luz artificial la única cara decente que hay en la casa.
Así pensando una noche, después de haber despachado con un bufido á la señora Braulia, exclama de repente:
—Y ¿por qué no ha de venir Solita? ¿No mando yo aquí? ¿No ha de tenerse en cuenta mi gusto para todo?
Y cediendo á los ímpetus de su carácter irreflexivo, sacude furioso el cordón de la campanilla, que repiquetea junto á la cocina con estrépito desusado.
—¿Llamaba el señorito?—dice al instante la voz de la señora Braulia, cuya silueta se dibuja confusamente en el angosto hueco de la entreabierta vidriera.
Con lo que Gedeón cae en la cuenta de que ha cometido una majadería; la cual trata de disculpar con otra mayor, mal zurcida y peor hablada.
Al quedarse solo otra vez, reniega de la vieja impertinente, y desea con ansia que llegue el nuevo día para que Solita le sirva el almuerzo: no porque el hambre le atormente ni Solita le preocupe, sino por contemplar otra cara que no sea la sempiterna de la señora Braulia...
Y precisamente ese almuerzo es el elegido por el ama de llaves para acompañar á «su señorito,» puesta de pie á respetable distancia de la mesa, con los brazos cruzados y la vista escudriñadora, tan pronto en los platos, tan pronto en Gedeón, tan pronto en Solita, y cumplir, en la siguiente forma, con lo que ella cree un deber de su cargo de inspectora de la casa, y fiel intérprete de los deseos de su amo:
—¿Le gusta esa salsa al señorito?... Se le puede rebajar un poco la cebolla... ¿Le parece mejor la merluza que el rodaballo?... Esta semana se le ha puesto tres veces lengua estofada, porque ¡hay tan poco en qué elegir!... El solomillo le parecerá á usted algo duro á la vista, pero está tierno como un requesón... Ya le tengo prevenido á la cocinera cómo ha de ponerlo para que se penetre bien... porque no se las puede dejar de la mano... ¡Nada se les ocurre!... ¿Quién le dirá á usted que unos casquitos de porcelana, echados á tiempo en la tartera, reblandecen la misma suela de un zapato?... Ese postre se quemó un poco por debajo, pero no tiene la culpa la cocinera; la tengo yo que le hice y no cargué bastante de manteca las paredes del molde... y puede dispensar el señorito por esta vez... Solita, mude usted ese plato...
Gedeón, que no solamente no se ve libre de la presencia de la abominada dueña, sino que la halla más pegajosa y más impertinente que nunca, cuando no responde con un gruñido á cada uno de estos períodos, da una orden ó hace una pregunta, ó lanza una blandísima mirada á Solita.
En el cual proceder hay para la señora Braulia dos motivos gravísimos de despecho: el desaire notorio que se le hace delante de una inferior jerárquica, y la confirmación de las sospechas que há tiempo la vienen inquietando.
No duda ya que hay en la casa quien priva más que ella con su amo, y que es la razón de la privanza algo físico que la señora Braulia no posee desde muchos años atrás; algo que no se adquiere esmerándose en el cumplimiento del cargo que se desempeña, sino con las gracias que da la naturaleza y roban los tiempos, como á ella se lo robaron para nunca más devolvérselo. Y á la edad de la enjuta ama de llaves se perdona hasta el martirio en cruz, y el tormento de la sed y del frío; pero no se perdona á otra mujer el crimen de que nos venza y nos derrote, y nos desautorice con armas como las de Solita.
Y no perdonar, en tales casos, es pensar en la venganza, si vengarse puede la ofendida, como puede vengarse la señora Braulia.
Es el jefe de la servidumbre de Gedeón, y puede y quiere hacer sentir á «la canalla» todo el peso de su autoridad irritada.
Desde aquel instante ya no vive para servir bien á su amo, sino para desahogar el despecho que la ciega.
Solita, que no ignora el motivo de las flamantes destemplanzas del ama de llaves, sufre las que le alcanzan á ella, hasta con delectación; pues tan grande como el tormento de la derrota en tales lides, es la satisfacción del vencimiento. Pero la aparente insensibilidad, ó el notorio desdén de la doncella, encienden más el fuego de la ira en el pecho de la señora Braulia, que á todo trance quiere víctimas; por lo cual entra con sus huracanes haciendo raccia en la cocina.
De este modo, aquella casa, antes tan tranquila y sosegada, no bien la abandona cada día Gedeón, es una perrera.
—¡Hoy no se han limpiado los polvos!...—¡Esta butaca no está en su sitio!...—Son las once, y falta media casa por arreglar; pero ¡ya se ve! levantándose á las ocho y tardando hora y media en emperijilar un moño postizo y cuatro pingos de moco... ¡Válgame Dios!... ¡Como si fuéramos unas señoras de copete y lo trajéramos desde las envolturas!... ¡Pero no tiene usted la culpa, sino quien alas presta á ciertas mariposas para que tan alto vuelen!... ¡Pues, anda! el gabán del señorito sin cepillar, y las camisolas empolvándose sobre la cama... Deles usted el pie, que ellas se tomarán la mano...—También por este otro lado van las cosas en su punto, gracias á Dios: media hora hace que me está dando la ternera en la nariz. ¿Por qué ha batido usted los huevos antes de que esté hervida la leche?... ¿No ve usted, alma de Lucifer, cómo se está pegando esta compota?... ¡Claro está! como no son ustedes quienes pagan todos estos pecados... ¡Pero desde mañana ha de cumplir en esta casa cada uno con su obligación, ó he de faltar yo á la mía!
Y así por el estilo, zumba y gime la voz de la señora Braulia en salas, pasillos y cocina, como cierzo regañón en casa mal cerrada, sin que le falten por acompañamiento y armonía las cáusticas respuestas de la doncella, ni los descargos irrespetuosos de la cocinera.
Con la cual música los ánimos se enconan de veras, las respectivas obligaciones se descuidan; y al cabo halla Gedeón un día requemada la sopa, cruda la carne, y los postres en salmuera.
Nada dice á