Un mar de nostalgia. Debbie Macomber
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Un mar de nostalgia - Debbie Macomber страница 4
—Eso es más de lo que hicimos nosotros.
—Como recordarás —dijo él en voz baja—, en nuestro caso no había nada que arreglar. La noche que comenzaste a acostarte con Todd Larson, destruiste nuestro matrimonio.
Carol no aceptó el desafío, aunque aquello había sido como una bofetada en la cara. No había nada que pudiera decir para exculparse, y había dejado de intentar explicar los hechos hacía más de un año. Steve había elegido creer lo que quería. Ella lo había intentado. Todd había sido su jefe y su amigo, pero nada más. Carol le había rogado a Steve una y otra vez, pero de nada había servido. Volver a tener la misma discusión no iba a servir de nada.
El silencio se extendió entre ellos, y fue roto por la camarera, que se acercó a su mesa para tomarles nota.
—¿Saben ya lo que van a tomar?
—¿Tienen pastel de boniato? —preguntó Carol sin ni siquiera mirar la carta.
—No, pero el de pacana es la especialidad este mes.
Carol negó con la cabeza ignorando la extraña mirada de Steve.
—Entonces sólo café.
—Lo mismo para mí —dijo Steve.
La mujer les rellenó las tazas y se marchó.
—¿Y cómo está el bueno de Todd?
Su pregunta carecía por completo de interés real, y Carol ya había decidido que su antiguo jefe era un tema que sería mejor evitar.
—Bien —mintió. No tenía ni idea de cómo le iba a Todd, dado que llevaba más de un año sin trabajar en Artículos de Deporte Larson. Le habían ofrecido un trabajo mejor en Boeing y llevaba trabajando allí desde antes de que el divorcio fuera oficial.
—Me alegra oírlo —dijo Steve—. Supongo que me has hecho venir para decirme que vais a casaros.
—No. Steve, por favor. No te he llamado para hablar de Todd.
—Me sorprende. ¿Qué pasa? ¿La esposa número uno sigue dándole problemas? ¿Vas a decirme que no han llevado a cabo su divorcio?
—Preferiría no hablar de Todd ni de Joyce.
—De acuerdo. ¿De qué quieres hablar? —preguntó él mirando su reloj, como indicando que tenía muchas otras cosas que podría estar haciendo en ese momento y que no quería perder su preciado tiempo con ella.
Carol había planeado detalladamente todo lo que iba a decir. Había ensayado cada frase varias veces en su mente, pero en ese momento parecía tan ridículo, que se sentía incapaz de decir palabra.
—¿Y bien? —insistió Steve—. Dado que no quieres restregarme en las narices que te vas a casar con Todd, ¿de qué podrías querer hablarme?
—Es Navidad —murmuró ella.
—Enhorabuena, veo que has mirado el calendario recientemente —contestó él con sequedad.
—Pensé que… bueno, ya sabes, que podríamos dejar de lado nuestras diferencias durante un tiempo y ser civilizados el uno con el otro.
—¿Qué razón podría haber para que quisiéramos tener algo que ver el uno con el otro? —preguntó él entornando los ojos—. No significas nada para mí, y estoy seguro de que el sentimiento es mutuo.
—Fuiste mi marido durante cinco años.
—¿Y?
—Hubo un tiempo en que nos queríamos —dijo ella tras una larga pausa.
—También hubo un tiempo en que quería a mi perro —respondió él—. ¿Qué tiene que ver que nos quisiéramos hace tiempo con el hecho de que estemos aquí?
Carol no podía responder a su pregunta. Sabía que el divorcio lo había convertido en una persona amarga, pero había imaginado que, durante todo ese tiempo, algo de su animadversión hacia ella habría pasado.
—¿Qué hiciste el año pasado en Navidad? —preguntó, negándose a discutir con él. No iba a permitir que le hiciera perder los nervios. Ya había utilizado ese truco demasiadas veces, y estaba prevenida.
—¿Qué más te da cómo pasé las pasadas Navidades?
Aquello no iba bien. No estaba saliendo en absoluto como lo había planeado. Steve parecía pensar que ella quería que admitiera lo miserable que se sentía sin ella.
—Yo pasé sola la pasada Navidad —dijo ella suavemente. Su divorcio se había hecho oficial tres semanas antes de las fiestas y Carol se había sentido incapaz de enfrentarse a las tradiciones de dichas fechas.
—Yo no estuve solo —respondió Steve con una sonrisa burlona que sugería que, fuera quien fuera con quien hubiera estado, había sido una compañía agradable y que no la había echado de menos en lo más mínimo.
Carol no sabía cómo alguien podía parecer tan insolente y tan sensual al mismo tiempo. Era sumamente duro mantener la barbilla levantada y mirarlo a los ojos, pero lo consiguió.
—Así que estuviste sola —añadió Steve—. Eso es lo que pasa cuando te lías con un hombre casado, querida. Por si no lo sabes ya, la mujer y la familia de Todd siempre serán lo primero. Eso es lo triste para la otra mujer.
Carol se quedó de piedra. Casi no podía respirar, no se movía, ni siquiera parpadeaba. El dolor se extendía por su cuerpo, aferrándose a su garganta, luego a su pecho, bajando hacia el abdomen. La habitación comenzó a dar vueltas, y lo único que supo fue que tenía que salir del restaurante. Y rápido.
Los dedos le temblaban cuando abrió el monedero. Depositó unas monedas junto a la taza de café y se levantó del asiento.
Sin decir nada, Steve observó cómo Carol salía del restaurante y se maldijo a sí mismo. No había pretendido decir todas esas cosas. No quería fustigarla de ese modo, pero no había podido evitarlo.
También había mentido, en un esfuerzo por salvaguardar su orgullo. Había mentido en vez de darle a Carol la satisfacción de saber que había pasado la anterior Navidad solo y sintiéndose miserable. Habían sido las peores fiestas de su vida. El dolor del divorcio era por aquel entonces demasiado intenso, y el hecho de que todo el mundo a su alrededor estuviese feliz no había conseguido sino amargarlo más. Ese año tampoco parecía que fuese a ser muy feliz. Lindy y Rush preferirían pasar el día solos, aunque habían hecho todo lo posible por convencerlo de lo contrario. Pero Steve no era estúpido y ya había hecho otros planes. Se había ofrecido voluntario para trabajar el día de Navidad para que un oficial amigo suyo pudiera pasar tiempo con su familia.
Volviendo a pensar en Carol, Steve experimentó una sensación de arrepentimiento por el modo en que se había comportado con su ex mujer.
Admitió que Carol tenía buen aspecto, mejor de lo que él había deseado. Desde que se habían reencontrado, había sentido la energía que irradiaba de ella. Trece meses separados no habían cambiado eso. Había sido