Un mar de nostalgia. Debbie Macomber

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Un mar de nostalgia - Debbie Macomber elit

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su mirada irremediablemente. Parecía pequeña y frágil, y el deseo de protegerla y amarla lo había invadido con toda la fuerza de un tornado. Sabía que no era así, pero aquello no parecía haber cambiado el modo en que se sentía. Carol lo necesitaba casi tanto como la Armada necesitaba el agua del mar.

      Steve se levantó del asiento, depositó un billete sobre la mesa y se marchó. Fuera, el viento del norte soplaba con fuerza, subiéndole por los brazos mientras se dirigía hacia el aparcamiento.

      La sorpresa hizo que se detuviera al divisar a Carol apoyada contra el guardabarros de su coche. Tenía los hombros caídos y la cabeza agachada, como si soportase una enorme carga.

      Una vez más, Steve se sintió arrepentido. No había logrado averiguar la razón por la que lo había llamado. Comenzó a caminar hacia ella sin saber lo que pretendía hacer o decir.

      Carol no levantó la cabeza cuando llegó a ella.

      —No me has dicho por qué llamaste —dijo él tras un momento de silencio.

      —No es importante… ya se lo dije a Lindy.

      —Si no era para decirme que te ibas a casar de nuevo, entonces es porque quieres algo.

      Carol levantó la mirada y trató de sonreír, y aquel esfuerzo hizo que Steve se olvidara de su decisión de fingir que jamás la había amado. Era inútil intentarlo.

      —No creo que funcione —dijo Carol con tristeza.

      —¿El qué?

      Ella negó con la cabeza.

      —¡Si necesitas algo, pídemelo! —gritó él, utilizando su rabia como mecanismo de defensa. Rara vez había querido Carol algo de él. Debía de ser importante, si se había puesto en contacto con él, sobre todo después del divorcio.

      —La Navidad —susurró ella finalmente—. No quiero pasarla sola.

      Capítulo 2

      HASTA que Carol no habló, no sabía lo mucho que deseaba que Steve pasara el día de Navidad con ella, y no por las razones que había tramado. Echaba de menos a Steve. Había sido amigo y amante, y ahora no era nada; el sentimiento de pérdida era abrumador.

      Él siguió observándola, y el arrepentimiento pudo verse en su cara. El éxito de su plan dependía de su respuesta, así que esperó, casi temiendo respirar.

      —Carol, escucha… —Steve hizo una pausa y se pasó la mano por la nuca.

      Carol lo conocía bien y sabía que estaba recomponiendo sus pensamientos cuidadosamente. También sabía que iba a rechazarla. Lo sabía sin necesidad de decirlo en voz alta. Se tragó el dolor, aunque no pudo evitar que sus ojos se agrandaran a causa de esa sensación. Cuando Steve se había presentado con los papeles del divorcio, Carol se había prometido a sí misma que nunca le daría el poder para herirla de nuevo. Y, sin embargo, allí estaba, entregándole el cuchillo y exponiendo su alma.

      Sentía cómo el corazón le latía con fuerza en el pecho y trató de controlar sus emociones.

      —¿Es tanto pedir? —susurró ella.

      —Tengo que trabajar.

      —En Navidad… —no estaba preparada para aquello, no figuraba en sus planes. En otras palabras, la excusa de la Navidad no iba a funcionar. Su estrategia fracasaría y acabaría pasando el día sola.

      —Lo haría si pudiera —dijo Steve de tal manera que supo que decía la verdad. De algún modo, Carol se sintió menos decepcionada por ello.

      —Gracias —dijo ella tocándole la mano. Sorprendentemente, él no la apartó, lo cual volvió a darle esperanzas.

      El silencio se hizo entre ellos. Había habido un tiempo en que parecía que tenían mil cosas que decirse, pero ya no quedaba nada.

      —Supongo que será mejor que regrese —dijo Steve.

      —Sí, y yo también —añadió ella alegremente, quizá demasiado alegremente—. Me alegro de haber vuelto a verte. Tienes buen aspecto.

      —Tú también —Steve dio un par de pasos hacia atrás, pero no se dio la vuelta. Tragándose la decepción que sentía, Carol sacó del bolso las llaves del coche y se dio la vuelta para subir a su Honda. Entonces se dio cuenta. Si no era el día de Navidad, entonces…

      —Steve —dijo girándose.

      —Carol —dijo él en ese mismo momento.

      Los dos se rieron, y aquel sonido pareció extraño entre ellos.

      —Tú primero —dijo él con una sonrisa.

      —¿Qué hay de la Nochebuena?

      —Yo estaba pensando lo mismo.

      Carol dejó que la excitación burbujeara en su interior, como el gas en una soda. Una sonrisa asomó a sus labios al darse cuenta de que no se había perdido nada y que aún quedaba mucho por ganar. En la distancia, Carol estaba segura de poder escuchar las notas de una nana de Brahms.

      —¿Podrías venir lo suficientemente pronto para la cena?

      —¿A las seis?

      —Perfecto. Estoy impaciente.

      —Yo también.

      Entonces Steve se dio la vuelta y se alejó de ella, y Carol tuvo que controlarse para no comenzar a hacer una danza de guerra alrededor del coche. En vez de eso, se frotó las manos como si la fricción pudiera disminuir parte de la excitación que sentía. Steve no tenía ni idea de lo memorable que sería esa noche. ¡Ni idea!

      —Tu humor ha mejorado últimamente —le comentó Lindy a Steve cuando éste entró en la cocina silbando un villancico navideño.

      —¿Mi humor? —preguntó Steve deteniéndose en seco.

      —Llevas toda la semana muy vivaz.

      Steve se encogió de hombros con la esperanza de que ese gesto disimulara su actitud alegre.

      —Será la época.

      —Supongo que no tendrá nada que ver con tu encuentro con Carol.

      Su hermana lo miró con escepticismo, buscando confidencias, pero Steve no iba a dárselas. La cena con su ex mujer era sólo el encuentro de dos personas solitarias luchando por sobrellevar las fiestas. Nada más y nada menos. A pesar de desear que Carol negara que estuviera saliendo con Todd, ella no había dicho nada. Steve interpretó su negativa a hablar del otro hombre como una admisión de culpa. Ese bastardo la había dejado sola en Navidad durante dos años consecutivos.

      Si Lindy tenía razón y su humor había mejorado, sería simplemente porque iba a pasar la velada lejos de su hermana y de Rush; los recién casados podrían pasar su primera Nochebuena solos sin una tercera persona incordiando.

      Steve alcanzó su abrigo y Lindy se dio la vuelta mirándolo con sorpresa.

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