Criptopunks. Julian Assange

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Criptopunks - Julian  Assange Historia Urgente

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mundo de átomos en bruto, el nuevo universo de internet anhelaba independizarse, pero los Estados y sus secuaces pasaron a dominar nuestro nuevo mundo —mediante el control de sus fundamentos físicos—. El Estado, cual ejército en torno a un pozo petrolero, o un agente aduanero exigiendo sobornos en la frontera, pronto aprendería a apuntalar su dominio del espacio físico para conseguir el control de nuestro espacio platónico. Este impediría la independencia que habíamos soñado, y luego, ocupando líneas de fibra óptica y los alrededores de estaciones satelitales en tierra, pasaría a interceptar en masa el flujo de información de nuestro nuevo mundo —su esencia misma— incluso cuando toda relación humana, económica y política se sumaba a él. El Estado como sangüijuela en las venas y arterias de nuestras nuevas sociedades devoraría toda relación expresada o comunicada, cada sitio Web visitado, cada mensaje enviado y cada idea googleada, para luego almacenar este conocimiento, miles de millones de interceptaciones al día —un poder inimaginable— en amplios depósitos ultrasecretos, para siempre. Luego pasaría a socavar una y otra vez este tesoro, el producto intelectual colectivo y privado de la humanidad, con algoritmos de búsqueda y detección de patrones cada vez más sofisticados, abultando el tesoro y maximizando el desequilibrio de poder entre los que interceptan y los interceptados. Y luego, el Estado plasmaría lo aprendido en el mundo físico, cómo comenzar guerras, perpetrar ataques con drones*, manipular comités de la ONU y acuerdos de comercio y hacer favores a su vasta red de industrias, infiltrados y cómplices.

      Pero descubrimos algo. Nuestra única esperanza contra la dominación total. Una esperanza que —con coraje, perspicacia y solidaridad— podríamos usar para resistir. Una propiedad extraña del universo físico en el que vivimos.

      La codificación es parte del universo.

      Es más fácil encriptar información que desencriptarla.

      Vimos que podíamos usar esta extraña propiedad para diseñar las leyes de un nuevo mundo: abstraer nuestro espacio platónico de sus fundamentos básicos de satélites, cables submarinos y quienes los controlan. Fortalecer nuestro espacio detrás de un velo criptográfico. Crear nuevos territorios a los que no puedan acceder aquellos que controlan la realidad física, porque seguirnos en dichos espacios requeriría de recursos infinitos.

      Y de esta manera, declarar nuestra independencia.

      Los científicos del Proyecto Manhattan descubrieron que el universo posibilitaba la construcción de una bomba nuclear. Esta no era una conclusión obvia. Quizá las armas nucleares no estuviesen dentro de las leyes de la física. No obstante, las bombas atómicas y los reactores nucleares son parte del universo. Son fenómenos que el universo bendice, como la sal, el mar o las estrellas.

      De manera similar, el universo, nuestro universo físico, cuenta con la propiedad que le permite a un individuo, o un grupo de individuos, de manera confiable, automática e incluso sin saberlo, cifrar algo de modo tal que ni todos los recursos ni toda la voluntad política de la mayor superpotencia sobre la Tierra puedan descifrarlo. Y los senderos de la codificación entre las personas pueden entramarse para crear regiones libres de la fuerza coercitiva del Estado exterior, libres de la interceptación en masa, libres del control estatal.

      De esta manera, las personas pueden enfrentar su voluntad a la de una superpotencia totalmente movilizada y ganar. La criptografía es la materialización de las leyes de la física, y no sabe de las bravuconerías de los Estados, ni de las distopías de la vigilancia transnacional.

      No es obvio que el mundo tuviera que transitar este camino. Pero el universo de algún modo consagra la codificación.

      La criptografía es la forma más acabada de acción directa no violenta.

      Si bien los Estados con armas de destrucción masiva pueden ejercer una violencia ilimitada sobre millones de individuos, una sólida criptografía hace que ningún Estado, por más que ejerza una violencia ilimitada, pueda violar el propósito de mantener secretos a resguardo.

      Una criptografía sólida puede resistir la aplicación de violencia ilimitada. No hay cantidad de fuerza coercitiva que pueda resolver un problema matemático.

      Pero, ¿podríamos tomar este extraño dato sobre el mundo y desarrollarlo para que constituya un pilar emancipador básico de la humanidad en el espacio platónico de internet? Y a medida que las sociedades se fusionan con internet, ¿se podría proyectar esa libertad en la realidad física para promover una redefinición del Estado?

      Recordemos que los Estados son los sistemas que determinan dónde y cómo se aplica consistentemente la fuerza coercitiva.

      La pregunta de cuánta fuerza coercitiva puede filtrarse al espacio platónico de internet desde el mundo físico queda respondida por los ideales de la criptografía y los criptopunks.

      A medida que los Estados se fusionan con internet y el futuro de nuestra civilización deviene en el futuro de internet, estamos obligados a redefinir las relaciones de fuerza.

      Si no lo hacemos, la universalidad de internet convertirá a la humanidad en una enorme red de vigilancia y control en masa.

      Debemos dar la voz de alarma. Este libro es como un grito del centinela en la noche.

      El 20 de marzo de 2012, estando bajo arresto domiciliario en el Reino Unido a la espera de ser extraditado, me reuní con tres amigos y compañeros de equipo con la idea de que quizás nuestras voces al unísono pudieran despertar la aldea. Debemos comunicar lo que hemos aprendido mientras todavía haya una posibilidad para que usted, el lector, entienda y actúe a partir de lo que está ocurriendo.

      Es hora de tomar las armas de nuestro nuevo mundo, de luchar por nosotros y por nuestros seres queridos.

      Nuestro deber es resguardar la autodeterminación donde podamos, contener la inminente distopía donde no podemos, y, si todo el resto fracasa, acelerar su autodestrucción.

      Julian Assange

      Londres, octubre de 2012

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