E-Pack Bianca y Deseo octubre 2020. Varias Autoras

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de saludar a los invitados, no fue consciente de nada de lo que se dijo y se hizo.

      Al cabo de unos minutos interminables, los llevaron a una sala de espera, donde ella alcanzó su bolso y sacó el teléfono móvil.

      –¿Qué pasa? ¿Estás ansiosa por ver las noticias de nuestra boda? –ironizó él.

      Ella se puso pálida.

      –No, no es eso, es que…

      –¿Sí?

      –Estoy preocupada. Carlo me ha enviado un mensaje.

      Minerva le pasó el móvil y se lo enseñó. El mensaje decía así: Iré a vuestra fiesta. Así podré ver a la niña y saber si es mía.

      –Pues no se va a acercar ni a Isabella ni a ti –bramó Dante–. Y llegados a este punto, creo que ha llegado el momento de hablar con la policía y decirles que nos están acosando.

      –¿Tú crees? –preguntó, insegura.

      –Ese hombre es un delincuente. Pero también es un extranjero y, en cuanto ponga un pie en nuestro país, estará sometido a las leyes de nuestro país –declaró él–. Tenemos que poner obstáculos en su camino. Y, hablando de obstáculos, nos iremos de luna de miel antes de lo previsto.

      –¿En serio? ¿Adónde?

      –Adonde no nos pueda encontrar.

      –¿Y dónde está eso? Porque nos ha encontrado con mucha facilidad…

      –No te ofendas, cara, pero los King sois muy conocidos, y todo el mundo sabe que vivís aquí. Sin mencionar el hecho de que tiene tu número de móvil.

      –Yo no se lo he dado. Y cambié de número en cuanto llegué a los Estados Unidos.

      Dante frunció el ceño.

      –Pues lo ha conseguido de alguna manera… Pero eso carece de importancia. Tengo una isla privada de la que nadie sabe nada. No está a mi nombre, sino a nombre de una empresa tapadera, que no podrá relacionar con la mía –dijo–. Nos ocultaremos allí y, entre tanto, usaré detectives privados para asegurarnos de que no vuelva a ser un peligro para ti.

      –¿Y cómo te vas a asegurar? –preguntó, temiéndose lo peor.

      –Eso no es asunto tuyo.

      –Dante, no quiero que hagas nada ilegal.

      Él soltó una carcajada.

      –Me temo que es un poco tarde para concederte ese deseo. ¿No te han contado cómo conocí a tu padre?

      Ella entrecerró los ojos.

      –Sí, pero pensé que era una invención, una simple historia.

      –Es verdad. Aunque, con el paso del tiempo, la han diluido bastante.

      Dante se vio a sí mismo a los catorce años, sosteniendo una pistola cuyo cañón estaba en la frente de un hombre.

      Estaba temblando, y no dejaba de sudar. Estaba haciendo lo contrario de lo que le había dicho uno de los amigos de su madre, quien afirmó que, si alguna vez hacía alguna cosa parecida, no debía temblar ni sudar.

      Y también le dijo otra cosa: que si apuntaba a alguien con un arma, tenía que estar dispuesto a disparar.

      Pero no lo estaba.

      En cuanto miró la cara del hombre al que pretendía robar, supo que sería incapaz de apretar el gatillo.

      –Baja la pistola, hijo –dijo su víctima, en un italiano con marcado acento anglosajón.

      Su actitud tranquila y el tono amable de su voz lo desarmaron definitivamente, porque siempre se dirigían a él con disgusto, enfado o piedad.

      Hasta que conoció a Robert King.

      –Entonces, ¿es cierto que apuntaste a mi padre con una pistola? –preguntó Min.

      –Lo es. Y te aseguro que no me preocupa lo que le pueda pasar a un mafioso. Los tipos como él son… bueno, gente que destruye todo lo que toca –afirmó–. Destrozan mi país, mis calles. Destrozan a mujeres como mi madre. Forma parte de un sistema que funciona a base de miedo, y puedes estar segura de que ya habrá hecho con otros lo que quiere hacer contigo. Pero no lo permitiré. No consentiré que os haga daño a la niña y a ti.

      Dante la tomó de la mano y la sacó al vestíbulo, donde estuvieron a punto de tropezarse con Robert y Elizabeth, quien sostenía a Isabella.

      –Ha habido un cambio de planes –anunció Dante–. Por lo visto, un acosador está siguiendo a Isabella. La han amenazado.

      –¿Quién? –preguntó Robert.

      –Un tal Carlo Falcone, de una de las familias del crimen organizado de Roma –respondió–. Diga lo que diga, no le creáis. Está loco, y hará lo que sea por manipularos y salirse con la suya. Tenemos que informar a la policía de que pretende asistir a la fiesta.

      Robert soltó un bufido.

      –¿La policía? ¿Para qué? Me ocuparé yo mismo.

      –¿Y también te ocuparás de sus amigos cuando vengan en busca de venganza? No, Robert. Tienes que pensar en el bien de la familia.

      Robert suspiró, tranquilizándose un poco.

      –Tienes razón, pero hay que hacer algo.

      –Y lo haremos. Llamaremos a la policía para que envíen a un par de agentes y lo vigilen –contestó Dante–. Pero quiero que te asegures de que sepa que nos hemos marchado. Habla con Violet, y que lo diga en sus redes sociales.

      –¿Violet? ¿Por qué?

      –Porque sospecho que nos ha encontrado por sus redes.

      –Comprendo.

      –Y ya puestos, que añada que nos hemos ido de luna de miel a Italia.

      –Pero no vais a Italia…

      –No, claro que no. Iremos a un sitio donde no nos podrá encontrar, un sitio donde Isabella y tu hija estarán a salvo. Puedes confiar en mí.

      –Confío en ti –replicó Robert–, y no es algo que pueda decir de mucha gente.

      –Lo sé. Me salvaste la vida, y yo haré todo que sea necesario por salvar a Minerva.

      Robert asintió y tomó de la mano a su hija.

      Entonces, Elizabeth se giró hacia Dante y puso a la niña en sus brazos, dejándolo desconcertado.

      Era la primera vez que sostenía a un bebé, y le sorprendió lo poco que pesaba, lo caliente que estaba y lo pequeño que era.

      –Sí –sentenció–. Estarán a salvo conmigo.

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