E-Pack Bianca y Deseo octubre 2020. Varias Autoras
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Sin embargo, eso no significaba que no pudiera ser sexy. Si se metía en el agua y el bikini se transparentaba, el efecto sería de lo más interesante. Y hasta era posible que llamara la atención de Dante.
La idea la excitó un poco, y se puso tan tensa que volvió inmediatamente al cuarto de baño con el top, los pantalones y el caftán que se había probado. Luego, se los quitó, cerró el grifo de la bañera y se metió en el agua caliente.
Por desgracia, se puso a pensar en todo lo que había sucedido y, cuando llegó al beso, los pezones se le endurecieron al instante.
Irritada, se maldijo para sus adentros. No quería pensar en esas cosas. Era desconcertantemente abrumador. En todo caso, debía estar enfadada con él, porque la había besado con una pasión que nadie esperaba en una boda.
Y entonces, se acordó de lo que había dicho sobre Los robinsones de los mares del sur.
Y su excitación aumentó notablemente, porque las palabras de Dante habían despertado algo profundo en su interior, algo que la había emocionado.
Y, por supuesto, se enfadó un poco más.
Harta de no poder controlar sus propias emociones, salió de la bañera, se envolvió en una toalla y entró en el dormitorio, donde descubrió que Isabella había empezado a llorar. Asustada, buscó su ropa para vestirse rápidamente; pero, antes de que pudiera encontrarla, Dante abrió la puerta y alcanzó a la niña.
–Iba a hacerlo yo –dijo ella.
–Pues hazlo, porque no sé nada de bebés…
Dante le pasó a la niña, y ella se hizo cargo como pudo, porque no llevaba nada salvo la toalla de baño.
–Debería haberme vestido antes de tomarla en brazos –acertó a decir.
Dante la miró con cierta sorpresa, como si no hubiera reparado en ello hasta ese momento.
–Bueno, eso no es problema mío. Encárgate tú.
Él se marchó a toda prisa, y ella se preguntó qué habría sido del hombre encantador que había estado hablando sobre aquella película. ¿A qué venía tanta brusquedad? ¿Estaría enfadado con ella?
Min suspiró y puso el chupete a Isabella para que se tranquilizara. Después, la tumbó en la cama y le dijo:
–Solo me voy a vestir. Enseguida estoy contigo.
Min no quitó ojo a la niña en ningún momento y, tras tranquilizarla del todo, descubrió que no se podía tranquilizar a sí misma. A fin de cuentas, iba a estar con Dante durante un periodo indefinido. Y se preguntó si podría sobrevivir a la experiencia.
No se sentía físicamente en peligro. Esa no era la cuestión. Pero no sabía lo que estaba pasando en su interior y, para empeorar las cosas, tampoco sabía lo que estaba pasando en el interior de su esposo.
Además, los votos que había pronunciado le habían afectado más de lo que imaginaba. Habían cambiado algo en ella.
¿Qué iba a hacer ahora? ¿Qué podía hacer una mujer cuando se casaba a regañadientes con el mejor amigo de su hermano mayor y se marchaba con él a su isla privada?
La heroína de una novela romántica lo habría tenido claro.
Sin embargo, ella no era ninguna heroína, así que parpadeó y apartó la idea de su mente.
Sí, había soñado con ser como ese tipo de mujeres. Lo había soñado muchas veces. Pero no lo era, y estaba segura de que nunca lo sería.
Capítulo 6
LAS COSAS no estaban saliendo como Dante esperaba. Y no estaba acostumbrado a que las cosas le salieran mal. Para empezar, porque ni la vida ni el resto de las personas le planteaban verdaderos desafíos y, para continuar, porque nunca permitía que alguien entrara en su esfera personal y creara desorden.
O peor aún, caos.
Ya había tenido bastante caos cuando era un niño. Desde que nació, hasta que Robert King lo sacó de las calles y lo metió en un colegio privado.
Al principio, desconfió del patriarca de los King. Estaba convencido de que un hombre que se tomaba tantas molestias por un chico debía de tener malas intenciones. Pero tampoco le dio demasiada importancia. Ya había visto bastantes atrocidades. Y por otro lado, el hambre y la pobreza le habían dado una idea muy flexible de lo que estaba dispuesto a hacer a cambio de otra comida.
Con ello en mente, optó por aceptar la oferta de Robert y ver lo que pasaba. En función de lo que hiciera, completaría sus estudios, se llevaría el dinero que costaba o terminaría lo que había empezado, aprovechando que Robert le había devuelto la pistola.
Por supuesto, había pasado mucho tiempo desde entonces, y su situación actual no se parecía nada a la de aquellos años. Pero, al oír los gemidos de Isabella, había vuelto a experimentar la misma impotencia, y no había sabido qué hacer.
Y, de repente, vio a Minerva. Sin más ropa que una toalla.
Estaba tan sensual con el pelo mojado y los hombros al aire que se quedó atrapado entre el desconcierto y la ira. Desconcierto, porque lo había excitado e ira, porque los dos sabían que Isabella no era hija suya.
Y si lloraba, tampoco era asunto suyo.
Era responsabilidad de Minerva, exclusivamente.
Por eso había estado tan brusco. Por eso se había ido, había cenado rápidamente y se había puesto a trabajar, aunque tampoco se podía decir que tuviera mucho que hacer. Como no era un hombre que dejara nada para otro día, nunca se le acumulaba el trabajo.
Mientras intentaba concentrarse, se acordó de todas las veces que le habían recomendado que se tomara más tiempo libre. Y siempre se preguntaba lo mismo, para qué. Y siempre se quedaba sin respuesta.
Salía cuando le apetecía; generalmente, por cuestiones relacionadas con el trabajo. Y, cuando conocía a alguna mujer que le gustaba y estaba dispuesta a pasar la noche con él, aprovechaba la oportunidad. No necesitaba más diversiones.
Pero, ¿cómo iban a entenderlo los demás? No habían pasado hambre. No se habían visto obligados a aceptar la oferta de un desconocido como Robert con tal de llevarse algo a la boca, aunque existiera el riesgo de que fuera un abusador.
No, no podían entender que, para él, el dinero y el trabajo lo eran todo. Eran su tabla de salvación, y la pared que había construido a su alrededor para asegurarse de que nada ni nadie ponía en peligro su mundo.
–¿Hola?
La suave voz de Minerva lo sacó de sus pensamientos. Estaba bajando los últimos peldaños de la escalera, vestida con unos pantalones y un top que dejaba ver su estómago.
–Estoy hambrienta –dijo–. ¿Qué hay de cenar?
–Yo ya he cenado.
Ella