E-Pack Bianca y Deseo octubre 2020. Varias Autoras
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Solo entonces, se fijó en el precioso moisés donde descansaba Isabella, y se preguntó de dónde habría salido. Pero, mientras se lo preguntaba, cometió el error de preocuparse por las fotografías que la prensa había publicado.
A decir verdad, no habían sido especialmente crueles. Se habían limitado a incluir una foto de cuando ella tenía diecisiete años. Sin embargo, era una foto en la que estaba llorando y, por si eso fuera poco, la habían puesto junto a una de Dante en la que aparecía tan alto, fuerte y atractivo como de costumbre.
La intención del periódico era obvia: insinuar que Dante había estado saliendo con ella desde que era una menor. Pero estaba segura de que nadie lo creería, porque un hombre tan impresionante como Dante Fiori jamás habría salido con una criatura tan irrelevante como Minerva King.
A fin de cuentas, había sido la chica con la que ningún chico quería salir. Ninguno salvo Bradley, quien luego confesó que le había pedido una cita para poder ver su casa y mirar bajo las faldas de Violet.
Cuando Violet se enteró, soltó una carcajada seca y se puso mortalmente seria. Y Minerva supo que, si Violet le hubiera pillado in fraganti, le habría cortado sus partes con unas tijeras.
Esa era la cuestión.
La protagonista de aquella historia no era ella, sino Violet, la heroína capaz de reírse de un idiota mientras planeaba una venganza feroz.
Y también había un héroe, Dante.
El hombre que se había rebajado a bailar con ella a pesar de considerarla una delgaducha triste y poco atractiva.
Por lo visto, siempre le tocaba el papel más penoso. Y cualquiera sabía lo que dirían de ella cuando las fotografías de su reciente boda llegaran a las portadas. Quizá, que había echado el lazo a Dante Fiori gracias a un preservativo defectuoso.
–No te preocupes por nuestra estancia en la isla –dijo Dante, interrumpiendo sus pensamientos–. Cuando lleguemos, habrá de todo.
Minerva, que no sabía de lo que estaba hablando, se inclinó sobre el moisés para tapar mejor a Isabella.
–¿Y eso?
–Los empleados de la empresa que uso de tapadera se encargarán de ello, pero se habrán ido cuando lleguemos –explicó él–. Además, no saben quién ha dado las órdenes ni quién es el verdadero dueño del lugar.
–¿Por qué necesitas una tapadera?
–Por precaución, claro. Nunca sabes cuándo tendrás que huir.
Ella frunció el ceño.
–¿Estás involucrado en algo ilegal, Dante?
–No. Pero, cuando un hombre ha tenido un pasado tan duro como el mío, aprende a ser paranoico.
–Pues es una pena que yo no lo aprendiera antes.
Dante no dijo nada, y ella se preguntó si la sensación que había tenido en el altar sería cierta. Le había dado la impresión de que la había besado de verdad, como si le gustara. Pero no había tenido ocasión de analizarlo, porque estaba demasiado preocupada con la amenaza del padre de Isabella.
–No esperes gran cosa. Es una isla pequeña –volvió a hablar él–. No hay más edificio que la casa. El resto es selva y playas de arena blanca, aunque creo que te gustará.
–En este momento, me gustaría cualquier sitio donde me sienta a salvo.
Y Minerva se sentía a salvo.
De momento.
Durante el resto del viaje, Dante se dedicó a trabajar y ella, a dormir cuando Isabella se lo permitía, porque sus horarios dependían de las tomas de leche y los cambios de pañales de la pequeña.
Y, por fin, el avión empezó a descender.
–No sé si lo has pensado, pero el piloto conoce nuestro paradero –comentó en ella.
Dante se encogió de hombros.
–Confío en él.
–¿Hasta qué punto? –insistió.
Él arqueó una ceja.
–Hasta el punto de permitirle que nos lleve volando por encima del océano y a miles de metros de altura –ironizó.
–Ya… pero, en ese caso, su destino está ligado al nuestro.
–Su destino siempre está ligado al mío, Minerva. Sabe perfectamente que, si nos traicionara, se encontraría en una situación bastante difícil, por así decirlo.
–Últimamente, no dejas de amenazar a los demás.
–Porque tu vida está amenazada –le recordó–. En otras circunstancias, no sería tan tajante.
Minerva reflexionó al respecto mientras bajaban del avión. De repente, Dante le parecía un extraño. Siempre había sabido que era un hombre duro, pero se sentía a salvo cuando estaba con él. Y ahora, se había vuelto imprevisible.
Por un lado, la besaba con pasión y por otro, amenazaba a la gente con toda naturalidad, como si fuera lo más normal del mundo.
¿Con qué clase de hombre estaba?
Hasta entonces, todo lo que sabía de él estaba relacionado de un modo u otro con su familia. Pero empezaba a pensar que Dante no era exactamente lo que parecía. Y, teniendo en cuenta que había amenazado a su padre con una pistola, se preguntó si Robert y Maximus lo conocerían mejor que ella.
¿Y qué decir de Elizabeth y Violet? ¿Serían conscientes de su lado más oscuro?
–Como sigas pensando tanto, te va a salir humo de las orejas –se burló Dante–. ¿Qué es lo que te preocupa?
Ella se frotó la barbilla.
–Tu crueldad –respondió.
Dante se volvió a encoger de hombros.
–Sí, suele ser motivo de preocupación.
–Pues yo no lo sabía. Siempre me pareciste una especie de hermano mayor. Severo, pero no peligroso.
–Bueno, supongo que es una confusión lógica. Aunque reconozco que eres la primera persona que la comete.
–Porque los demás no te conocen como yo –dijo, arrugando la nariz–. O, por lo menos, como yo te conocía.
Momentos después, se subieron al coche que les estaba esperando, donde pusieron a Isabella en una sillita. El vehículo se puso en marcha inmediatamente, y Min se dedicó a admirar el precioso paisaje de la isla, que se atenía a la descripción de Dante: selva densa a un lado y blancas playas al otro.
La casa resultó estar en lo alto de una colina, junto al mar. Era de planta moderna, con tabiques