E-Pack Bianca y Deseo octubre 2020. Varias Autoras

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tiene un aspecto bastante salvaje.

      Él soltó una carcajada.

      –¿Salvaje?

      –¿Sabes a qué me recuerda? A Los robinsones de los mares del sur. Más a la película que al libro –afirmó–. Era una especie de casa moderna en mitad de la jungla.

      –Sí, yo también lo pensé en su momento.

      Min lo miró con sorpresa.

      –¿En serio?

      –Sí. Vi la película cuando era joven.

      –¿En serio? –repitió.

      –Estuve una temporada en un centro comunitario donde tenían vídeos de películas viejas. Los robinsones de los mares del sur era una de ellas, y siempre pensé que me gustaría vivir en un lugar así, una isla remota donde nadie pudiera encontrarte ni te vieras obligado a dar explicaciones. Un lugar donde construirías lo que te hiciera falta y harías lo que quisieras. Siempre que no te atacaran los piratas, claro.

      –Es curioso, porque yo pensé lo mismo cuando la vi –le confesó–. Pero también pensé que quería vivir con un príncipe en una granja y tener una enorme mansión en Atlanta. Supongo que es por culpa de la literatura. Y, al cabo de un tiempo, decidí que quería dejar de soñar y viajar de verdad… Quise ser la heroína de mis propias historias.

      –Y te encontraste con un monstruo.

      –Sí, me temo que sí –admitió–. Quería un poco de aventura, pero no tanta.

      –Bueno, aquí puedes vivir todas las aventuras que quieras, porque estarás a salvo –declaró–. Te lo prometo.

      La promesa de Dante le provocó una sensación intensa y caliente, de la que intentó hacer caso omiso. Era desconcertante, pero sus palabras la afectaban más de la cuenta. Y no quería que la afectaran. No quería que su relación cambiara. Que se hubieran besado no debía tener más importancia que los falsos votos de la boda.

      –Te has quedado muy callada.

      –Pensaba que me preferías así.

      –Pues no. Es inquietante. No es normal.

      –Bueno, no recuerdo que me hayan llamado «normal» ninguna vez. Deberías saberlo mejor que nadie.

      Sus miradas se encontraron un momento, y Min tuvo la sensación de que Dante veía algo en ella que ni ella misma sabía.

      –¿Cómo es posible que ese hombre te gustara? –preguntó él, tan súbita como bruscamente.

      –¿Qué quieres decir?

      –Que no pareces la clase de mujer a la que se puede engañar con facilidad.

      –¿Y quién ha dicho que le resultara fácil?

      Él se puso tenso.

      –No tuvo que forzarte, Min.

      Ella respiró hondo. Katie le había contado muchas cosas sobre su relación con Carlo y sobre los motivos por los que le gustaba, pero no se sintió capaz de asumir el papel de su difunta amiga. No era ella a quien Carlo había seducido. No era ella quien había sufrido un verdadero trauma, así que salió del paso lo mejor que pudo.

      –No puedo explicarte en qué consiste su atractivo –replicó, calculando sus palabras–. Pero, consista en lo que consista, lo pierde cuando lo conoces. No es una buena persona.

      Dante guardó silencio.

      –Es un hombre peligroso –insistió ella, pensando otra vez en Katie.

      Las preocupaciones de Minerva se esfumaron cuando llegaron a la entrada de la casa. Le había parecido bonita en la distancia, pero de cerca se lo pareció mucho más. Acostumbrada a la opulencia de la mansión de los King, la sencillez y la elegancia de sus líneas la dejaron sin habla.

      Era como su dueño, tan sólida como exquisita.

      Era como su cuerpo, duro, sin un solo gramo de grasa, tonificado. Un cuerpo perfecto que cubría con trajes perfectos, hechos a medida.

      Al salir del coche, Dante se inclinó sobre el asiento trasero y alcanzó la sillita de Isabella con sus habituales movimientos felinos. Min pensó que hasta la ropa que llevaba parecía formar parte de su ser, como si fuera un planeta gigante que atrapaba todo en su órbita.

      –Se te da muy bien –dijo ella.

      –Gracias.

      Minerva no supo si su agradecimiento era sincero o si se estaba burlando. Con él, nunca se sabía.

      Dante le enseñó las habitaciones de la casa y, cuando llegaron al dormitorio de la niña, Min soltó un gemido de admiración. Era una especie de oasis, un lugar cálido y seguro, donde Isabella estaría completamente a salvo.

      En ese momento, Min supo que daba igual quién fuera la madre de la niña. Ni siquiera importaba que su padre fuera un hombre tan problemático como Carlo. Eso era del todo irrelevante.

      Lo único que importaba era el amor.

      Además, Isabella le había dado algo que nunca había tenido: una causa. Y, por muy culpable que se sintiera, por muy difíciles que fueran las circunstancias, no iba a renunciar a ella. Ahora tenía algo por lo que vivir.

      A decir verdad, se había ido a Roma porque en casa se sentía perdida. No sabía ni lo que quería estudiar, y pasaba de disciplina en disciplina a una velocidad alarmante. Historia, Arte, Empresariales, lo que fuera. Empezaba una carrera y la abandonaba cuando se daba cuenta de que nunca podría competir con Violet y Maximus.

      Pero con Isabella era distinto.

      Isabella la llenaba por completo.

      Tras dar el biberón a la niña, le cambió los pañales y, aprovechando que se había dormido, la dejó en la cuna y se fue a explorar la casa. Su dormitorio era una preciosidad de paredes blancas y suelos de mármol, con enormes ventanas correderas que daban al mar.

      Min las abrió, y se encontró ante un camino que parecía llevar a la playa. Pero, aunque le apetecía caminar por la arena, decidió dejarlo para más tarde y darse un baño, porque lo necesitaba con urgencia.

      Entró en el servicio y se encontró ante una bañera enorme y tan blanca como las paredes, que empezó a llenar inmediatamente. Luego, regresó a la habitación y empezó a rebuscar entre su ropa hasta que cayó en la cuenta de que ninguna de aquellas prendas era suya.

      Pero, ¿cómo lo iban a ser?

      Obviamente, Dante le había encargado un vestuario entero. Y, mientras lo admiraba, se preguntó qué clase de mujer lo habría elegido, porque estaba segura de que él no había tenido nada que ver.

      A pesar de ello, coqueteó con la idea de que su flamante marido había estado imaginando su cuerpo y había llegado a la conclusión de que era la mujer adecuada para deambular por su casa con un top minúsculo, unos pantalones anchos y un caftán transparente. O para pasearse con aquellos vestidos

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