Baños de bosque. 50 rutas para sentir la naturaleza. Alex Gesse
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Debido a la existencia de casi todas las altitudes existentes en la provincia, se hallan muestras de todos los tipos de bosques caducifolios asturianos: abundan los hayedos frondosos y los bosques de robles, fresnos, arces y tilos. También se hallan zonas donde son frecuentes los abedules, acebos, tejos, encinas carrascas, quejigos y castaños, a pesar de ser, algunas de ellas, especies de clima mediterráneo. Cuenta también con amplias zonas de pastos donde prosperan los matorrales de enebro rastrero, gayuba, brezos, arándanos y genciana debido al difícil crecimiento por las inclemencias meteorológicas.
La escasa densidad de población de la zona y lo abrupto del terreno ofrece abundantes zonas de refugio para los animales, que dotan al parque de una gran abundancia faunística, con la presencia de especies emblemáticas en el territorio como el oso pardo cantábrico, que comparte su hábitat con lobos, rebecos, corzos, ciervos, zorros, tejones, martas, nutrias, gatos monteses, anfibios, reptiles, aves y otros que añaden si cabe más riqueza a este paraje excepcional.
Descripción del itinerario
Teitos en el camino a la braña de la Campa.
© RAQUEL DE LA INSUA
Se cree que Somiedo deriva etimológicamente del latín Summetum, cuya traducción vendría a ser «país de montañas elevadas». Sin duda alguna, el visitante se sorprenderá a medida que vaya adentrándose en la profundidad de los valles somedanos. En esta ocasión, el recorrido nos lleva a penetrar en uno de los valles más agrestes, el valle de Saliencia, sin duda uno de los más hermosos del Parque Natural de Somiedo. Un paraje en el que su espectacular conjunto lacustre atrae a un buen número de visitantes, además de ser el valle que cuenta con mayor número de teitos tradicionales, peculiares construcciones de piedra con una singular cubierta vegetal hecha de ramas de escoba, que eran empleadas para el abrigo de personas y ganado, y que le dan al paisaje un aspecto de poblado medieval. Estos se agrupaban en las brañas, zonas de pasto en lugares de altura adonde los ganaderos trasladaban a las reses al llegar la primavera o en los meses más cálidos. Para llegar a la braña de la Campa, el punto de partida de este paseo, una vez se encuentra en el concejo, hay que tomar la carretera que recorre el valle de Saliencia para sumergirse en este profundo valle que, a medida que avanza, se va estrechando cada vez más entre grises paredes verticales de roca caliza tapizadas de una verde vegetación y coronadas por tortuosas hayas en la parte más alta. A medida que avanza la carretera, el valle se abre hasta llegar al pueblo de Saliencia, donde hay que tomar la carretera que sube hacia el alto de la Farrapona. En el punto kilométrico 1,5 de esta se halla una fuente de piedra, de la que emana un abundante caño de agua cristalina. Justo a la derecha se encuentra un pequeño aparcamiento en el que se puede estacionar el vehículo. La brisa suave y fresca acaricia la cara del caminante, que alza la vista hacia el cielo para visualizarlo cubierto de ramas pobladas de verdes hayucos en primavera o de coloreadas hojas de varias tonalidades, rojizas, ocres o doradas, en otoño. En este mismo lado, unos veinte metros más abajo, hay un sendero ancho de tierra que nos adentra en un túnel vegetal en el que presenciamos, al fondo, un singular teito. Su techo vegetal chamuscado por la heladora nieve en invierno y el tórrido sol del verano protegía al somedano y a su ganado, creando en su interior un cálido y seco lugar en el que pasar las jornadas veraniegas. A medida que el sendero avanza, se convierte en una pequeña pradera llana que nos sale al paso en el lado derecho, donde otros dos teitos examinan impasibles el paso del tiempo. Las diminutas oquedades de sus puertas y ventanas, con marcos tallados sobre las blancas piedras que reflejan la luz solar, muestran al caminante la crudeza del frío reino de las nieves. En este paraje, el caminante podrá hacer una parada para disfrutar de las espectaculares vistas del hayedo de Montegrande y observar con atención la variedad de tonalidades de diferentes verdes existentes en el paisaje que le rodea. Retomando el sendero anterior, este comienza a bajar por una vereda vegetal en la que va descubriéndose una sólida calzada empedrada, sobre la que el caminante siente la firmeza de sus pasos al caminar. Poco a poco, advierte, a la derecha, el murmullo del arroyo de los Lagos que, a medida que avanza por el camino, va acentuándose hasta convertirse en un rugidor sonido que sorprende al caminante bajo sus pies en un cruce de caminos. El atronador arroyo se descuelga a la derecha abandonándose a su suerte en un salto al vacío. Frente a nuestros ojos aflora una elevación de piedra caliza de redondeadas formas, a veces tapizadas por diversas especies vegetales: musgos y líquenes de variados colores y texturas. Si el caminante necesita descansar, este es un lugar acogedor para hacerlo y sentir la firme roca, estable e imperturbable a pesar de los crudos inviernos que soporta este paraje. Paramos un momento para sentir la rugosidad de su tacto en las manos, y quién sabe si la frialdad o la calidez de su temperatura del momento presente. Quizá también, el continuo arrullo de la cascada incite al viajero a cerrar los ojos y escuchar atentamente los pacificantes sonidos de esta dulce sinfonía. De nuevo, el sendero vuelve a tapizarse de verde. A la derecha, entre los pequeños ventanucos que se abren entre la frondosidad de los árboles, se perciben los ondeantes y espumosos remolinos que el agua crea en su viaje hacia un destino incierto. A medida que se avanza, el fragor del arroyo va enmudeciendo. El camino continúa entre fresnos de hojas bailarinas, danzando a la par de los cid: 0F66A26D-CD85-4890-BD50-00E029865642@Home trinos de un coro de aves que residen en el lugar y que notifican nuestra presencia al resto de moradores con un canto engalanado y persistente. Nos acompaña un muro de piedra de mampostería seca a nuestra derecha, arropado por la vegetación en alguno de sus tramos. Caminando unos cincuenta metros a su lado, aparece una bifurcación en la que tomamos el sendero de la izquierda, que asciende suavemente. Discurrimos por un camino verde entre miles de pequeñas flores silvestres de variados colores, que a menudo son visitadas por un ejército de insectos zumbadores y coloridas mariposas que revolotean en busca del néctar más dulce. A la izquierda se alza un bosque caducifolio de fresnos, sauces, arces y robles entre un sotobosque impenetrable de helechos, escobas, brezo, genistas y algún que otro arándano (Vaccinium myrtillus) que intenta abrirse camino entre la multitud. A nuestra derecha se abre un extenso valle regado al fondo por verdes praderas salpicadas de árboles guardianes en los dominios de cada parcela. A media ladera aparece el valle, silencioso, serpenteando en su pausada y constante evolución. Frente a nosotros, tres adultas especies de álamos alargados se erigen cual centinelas del silencio de un valle que permanece inmutable al paso de los tiempos.
Información práctica
Plaza del Ayuntamiento,1
✆ +34 985 763 652
Punto de partida: Punto kilométrico 1,5 de la carretera SD-1, que sube al alto de la Farrapona.
Cómo llegar: Desde Oviedo, tomamos la autovía A-63 en dirección a Grado-La Espina hasta la salida 28 (Cangas del Narcea, AS-15). Continuamos por la AS-227, que sale a la izquierda, en dirección hacia Belmonte de Miranda y Pola de Somiedo. Allí tomaremos la SD-1 en dirección