Baños de bosque. 50 rutas para sentir la naturaleza. Alex Gesse

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Baños de bosque. 50 rutas para sentir la naturaleza - Alex Gesse Petit Futé. Country Guide

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se dirigirán entre arbustos como el rosal silvestre o la zarzamora antes de cruzar una portilla para el ganado. Transcurridos unos cien metros, comenzará a acompañarnos un dosel de avellanos, fresnos y arces (Acer rubrum), que en verano amortiguarán nuestro calor. Tal vez nos atraigan los avellanos con sus múltiples varas, utilizadas desde antiguo para ayuda de los caminantes o para localizar aguas subterráneas en las manos expertas de los zahoríes. Si estamos a finales de verano o principios de otoño, podremos degustar alguna de sus riquísimas avellanas, fruto del conocimiento para los antiguos celtas. O tal vez sea el fresno quien capte nuestra atención; en este caso, sus hojas compuestas contrastarán con las simples y acorazonadas del avellano. Si realizamos la ruta en invierno, nos será fácil encontrar los fresnos, pues sus yemas de color negro sobresalen entre los marrones de la arboleda. Continuamos el camino y a mano izquierda surge un ramal que nos adentra en la Senda Portilla a través de una alfombra de llantenes (Plantago sp.), de los que tomaremos un puñado de hojas por si nos pica un mosquito o abeja durante la ruta, ya que si exprimimos su jugo de sus hojas notaremos un alivio al instante. El paisaje cambia en un abrir de ojos. De pronto nos hallamos bajo un denso pinar que comparte territorio con las hayas y algún acebo. El lugar invita a dirigir nuestra mirada hacia el cielo, hacia las altas copas en busca de la luz. Si cerramos los ojos, llegarán con más profundidad a nuestros oídos los sonidos armónicos de las aves que habitan este lugar. Podremos disfrutar de la calma y de la tranquilidad que emanan de este espacio. Volvemos sobre nuestros pasos y retomamos el camino inicial, que continúa flanqueado por avellanos, que ahora forman un magnífico túnel a nuestro paso y que en este tramo aparecen también acompañados por arces campestres. Si recorres este camino en otoño, anímate a coger uno de sus volátiles frutos y lanzarlo al aire para rememorar tus vivencias de infancia. Algún haya y un vetusto abedul complementan este bosquecillo, jalonados de comestibles ortigas, perfumadas madreselvas… Tras caminar unos cien metros, salimos del cobijo de los árboles y ante nuestros ojos aparece un gran valle. Los colores verdosos de los prados, de una hilera de árboles que nos indica la presencia de un curso de agua, de los pinos de las zonas de ladera o de las frondosas encinas y hayas de las partes más bajas, contrastan con los grises de las crestas rocosas de las cimas. Sobre ellas, es fácil observar el majestuoso vuelo de los buitres leonados que habitan los cresteríos. Los sonidos nos envuelven: cencerros del ganado que pasta apaciblemente, el viento que sopla libremente, los cantos de algunos pájaros cercanos… El viento nos trae algunos de los aromas del lugar: el del balsámico pino cercano, el del brezo que surge junto a nuestros pies; podemos acercarnos y disfrutar de la profundidad de su aroma. Seguimos por un sendero bien marcado; a ambos lados surgen algunos ejemplares de encinas. Si nos acercamos a alguna de ellas, podremos fijarnos en sus hojas, pequeñas y duras. Al tocarlas notaremos los pinchos que las rodean. En esta zona, muy relacionada con el ganado, han desarrollado hojas muy puntiagudas para evitar ser comidas; en algunos ejemplares podemos observar que en las partes más altas, las hojas carecen prácticamente de pinchos y son más lisas que las situadas en las partes inferiores, precisamente las que padecen la presión ganadera. A unos doscientos metros, a nuestra izquierda, surge una encina cuyo tronco y raíces están tapizados de enebro rastrero. Si tocamos sus hojas podemos ver que también pinchan, aunque de una forma más delicada. Al agacharnos junto a él, nos invadirá su inconfundible olor, muy aromático, que tal vez nos aporte relajación. También podremos encontrar algún ejemplar de enebro de porte más arbustivo. Nuestro camino prosigue de forma cómoda por un sendero de tierra y piedras que nos internará en una zona boscosa después de andar unos trescientos metros. Al llegar a este punto, tenemos varias opciones: continuar por el trazado de la ruta para descubrir el desfiladero del río Purón, volver por el mismo camino o subir por la ladera de nuestra izquierda hacia la parte más boscosa, donde los pinos y las encinas nos acompañarán en nuestro camino de vuelta, siempre por un sendero que transcurre paralelo al trazado de la ruta para evitar que nos perdamos.

      Información práctica

       OFICINA DE TURISMO DE VALDEGOVÍA

      Arquitecto Jesús Guinea, 46

      ✆ +34 945 353 303

       www.valdegovia.com

       [email protected]

      Punto de partida: Centro de Interpretación del Parque Natural de Valderejo, en Lalastra (Álava).

      Cómo llegar: Desde Vitoria, se accede por la N-I hasta Nanclares de la Oca, donde continuamos en dirección a Salinas de Añana hasta Villanueva de Valdegovía. Allí atravesamos el Parque Natural de Obarenes-San Zadornil, en la provincia de Burgos, y después de Arroyo de San Zadornil volvemos a la provincia de Álava en la localidad de Lalastra. Dejaremos el coche en el aparcamiento situado en el inicio del núcleo poblacional, ya que es el único lugar donde está permitido estacionar.

      Distancia recorrido: 1280 metros.

      Época recomendada: Todo el año, sobre todo en primavera y otoño.

      Dificultad: Baja.

      Itinerario accesible: No.

      Transporte público: Autobús desde Vitoria a la localidad de Corro. Desde allí, en taxi podremos llegar a Lalastra.

      Iones negativos por cm3

      Encinar de Santoña – Parque Natural de las Marismas de Santoña

      Introducción

      El encinar de Santoña es el de mayor extensión e importancia del litoral cantábrico. Se trata de una especie de isla vegetal anclada en el tiempo. Su origen lo encontramos en el paso al Cuaternario, cuando las temperaturas se hicieron más frías y algunas especies, hoy en día propias del ecosistema mediterráneo, bajaron de latitud. Pero algunas se mantuvieron estables en su lugar, rodeadas ya de otra vegetación propia de las nuevas condiciones climáticas. Es el caso de este magnífico encinar, que se constituye como una joya a conservar, una burbuja del tiempo en que este tipo de flora se encontraba en este mismo lugar. Se acompaña de otras especies más atlánticas como el laurel (Laurus nobilis), el madroño (Arbutus unedo) o el acebo (Ilex aquifolium). La visita a Santoña se puede completar con muchos otros lugares de interés. Por ejemplo, las marismas, que dan nombre el parque natural. Se trata de uno de los lugares con mayor diversidad biológica de la península Ibérica, el elegido por numerosas aves que, procedentes de países más norteños, escogen este lugar para pasar el invierno. Si venimos de otoño a primavera, podremos observar más de cien especies diferentes, incluso desde uno de los barcos que ofrecen visitas guiadas para su contemplación. En el parque, es fácil ver a numerosos pescadores que acuden a las aguas del estuario del Asón en busca de lubinas, salmones, lenguados o anguilas, entre otros pescados. Santoña fue también un lugar muy importante durante la guerra de la Independencia al convertirse en un enclave estratégico para Napoléon y sus tropas. Cuenta con una excelente representación de fuertes, baterías y polvorines usados por los franceses. Toda esta actividad bélica le otorgó el nombre de Santoña, el Gibraltar del norte. En el mismo monte Buciero, podemos admirar el faro del Caballo, que tras superar sus 763 escalones nos regalará unas estupendas panorámicas marinas. Otra visita curiosa es la de alguna de las fábricas de conservas de anchoa presentes en la villa, actividad de gran renombre, cuyo inicio hay que situar en la industria italiana, que ubicó por primera vez unas instalaciones para realizar las conservas de este delicioso pescado. No podemos irnos de Santoña sin darnos un baño en alguna de sus playas.

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