Baños de bosque. 50 rutas para sentir la naturaleza. Alex Gesse
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En este recodo del río, los alisos (Alnus glutinosa) rodean al viajero en compañía de fresnos (Fraxinus spp.), sauces (Salix spp.) y castaños (Castanea sativa), una oportunidad para que las manos se desplacen por sus troncos y salten de unos a otros experimentando diferentes sensaciones, diferentes experiencias, diferentes tiempos. La corteza gris y lisa de los alisos más jóvenes contrasta con los troncos rugosos, agrietados de los alisos envejecidos. Es hora de desplazar los dedos entre sus grietas: ¡quién sabe que sorpresas aguardan en la superficie de estos testigos del tiempo! Distraído por las cortezas de los árboles y casi de forma instintiva, en este mismo lugar el caminante se deja llevar por el trino de las aves que habitan en la margen del río. Cantos que invitan a cerrar los ojos y a escuchar la sinfonía de instrumentos de viento tañidos por las hojas de los fresnos y los pájaros, a los que se van uniendo el agua como solista en una melodía constante. Un espacio para la calma. De nuevo, los olores que transporta el aire húmedo aconsejan moverse avanzando por la misma margen del río a contracorriente. Con el río a su derecha, el viajero camina zigzagueando y, a unos treinta metros de la ferrería, cruza una valla de madera para adentrarse en otro mundo, dejando los prados a su izquierda y el puente que cruza el río a la derecha. A contracorriente, los pasos van más despacio. Aquí, el viajero podrá descubrir por qué a los bosques de ribera también se les llama bosques de galería. Al igual que en la galería de una mina, el bosque crea un túnel a lo largo de las márgenes del río donde se acumulan los alisos y algún que otro avellano (Corylus avellana) y roble (Quercus robur) que conceden al espacio las cualidades necesarias para una exploración sensorial única. Una galería formada por las copas de los árboles que amablemente dejan que la luz del sol se filtre entre las hojas a cuentagotas, propiciando un entorno en el que los troncos de los árboles —caídos o de pie—, las rocas de los taludes o las que corretean por el río, así como otros elementos se hallen revestidos por una cobertura intensa y aterciopelada de musgo, favoreciendo así una variación lumínica constante. Es aquí donde el caminante quizás se sienta tentado a sentarse sobre algún tronco, sobre alguna roca, y se deje llevar sin prisas por este entorno en el que se ha detenido el tiempo, sin prisas en compañía del Golako y el ritmo del agua. El caudal del río, la anchura del camino y la alfombra que lo cubre, formada muchas veces por multitud de hojas de diferentes formas y colores, variarán dependiendo de la época del año. Al final del túnel, el caminante se encontrará sumido en un mar de helechos que lo acompañarán hasta la puerta de madera que indica la salida y desde la que se atisba un caserío. Desde la ferrería de Olazarra hasta esta puerta que marca la salida del bosque de ribera, el viajero habrá acompañado al Golako a lo largo de unos ochocientos metros. Tras cruzar la puerta de madera, a la izquierda se nos abre un camino cimentado y a la derecha un puente y una casa habitada — quizá convendría pedir permiso antes de cruzar el puente—. El puente nos lleva a la margen derecha del río, donde comienza a predominar el roble, que crece junto al río y que sube por el monte que sustenta la iglesia. A la izquierda encontramos un árbol con un tronco caprichoso, con una oquedad curiosa en la que se acumula el agua. De nuevo, un hábitat en el que descubrir y experimentar. Casi sin darse cuenta, el viajero se topa con el puente románico de Artzubi, un enclave de piedra que se mezcla con el río, la frondosidad de la vegetación y las luces que siguen jugando entre las hojas. El tramo de la calzada medieval que lo cruza forma parte de la ruta costera del Camino de Santiago. Al llegar al puente, el viajero atraviesa otra cerca, gira a su izquierda y cruza despacio el puente observando bajo sus pies el fluir de las aguas transparentes. A la derecha, un pequeño sendero sigue la margen del río para adentrarse en el robledal de Arratzu. Al final del sendero se divisa una presa junto al río donde los más atrevidos pueden probar la temperatura del agua, si el caudal del río lo permite. En este punto podremos caminar sobre el propio lecho, rodeado de robles a izquierda y derecha, y disfrutar así del robledal de Arratzu, un bosque en el que no ha intervenido el ser humano y que nos devuelve la imagen boscosa del País Vasco. Deshaciendo el camino sobre el mismo sendero, el caminante deja el puente de Artzubi a su izquierda y asciende la cuesta donde nos aguarda de nuevo el promontorio en el que se asienta el barrio de Eleizalde. A su izquierda quizás se tercie una parada para refrescarse en la fuente de la plaza, sentarse en un banco y observar de nuevo el valle durante unos instantes.
Información práctica
Loiola Auzoa, 2
✆ +34 946 256 884
La línea A-3513 Bilbao-Lekeitio conecta las principales localidades que bordean la reserva de Urdaibai.
Línea Bilbao-Bermeo. Tiene parada en las estaciones de Gernika, Mundaka y Bermeo.
En este sitio encontrarás mucha información sobre la reserva de Urdaibai, en particular sobre su patrimonio natural y cultural. También te podrán sugerir numerosas rutas de senderismo y de ciclismo para explorarla.
Punto de partida: Aparcamiento del barrio de Eleizalde, municipio de Arratzu.
Cómo llegar: Si circula por la AP-8, debe tomar la salida 100 hacia Amorebieta y seguir la BI-635 en dirección a Gernika, donde tomaremos la salida hacia Arratzu. Justo después de la salida, al llegar a la rotonda, hemos de girar en la segunda salida hacia Arratzu por la BI-2224. Después de atravesar el barrio de Loiola-Eleizalde, la carretera empieza a subir de forma sinuosa entre pinos insignes (Pinus radiata). En una curva cerrada encontramos el cementerio a la izquierda y, a la derecha, el aparcamiento del barrio de Eleizalde.
Distancia recorrido: 2000 metros.
Época recomendada: Todo el año y, especialmente, en primavera y otoño.
Dificultad: Baja.
Itinerario accesible: No.
Transporte público: