Baños de bosque. 50 rutas para sentir la naturaleza. Alex Gesse
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San Trokaz Plaza, 1
✆ +34 946 215 530
www.abadiño.org
A3512 Bilbao-Lekeitio
A3912 Bilbao-Eibar
A3913 Durango-Arrazola
A3914 Durango-Elorrio
A3915 Bilbao-Ondarroa
A3923 Bilbao-Elorrio
A3924 Ermua-UPV de Leioa
A3931 Durango-Garai
Línea Bilbao-Donostia, tiene paradas en Durango y Traña-Abadiño.
Punto de partida: Parking situado sobre el aparcamiento de las canteras de Atxarte, en el municipio de Abadiño.
Cómo llegar: Desde Bilbao, debemos tomar la salida 84 de la AP-8 hacia Durango. En la rotonda, cogemos la salida 1 (Durango, Iurreta y Vitoria-Gasteiz), después la 2 (Durango-Donostia-San Sebastián) y finalmente la BI-632 en dirección a Abadiño. Al entrar en Abadiño-Zelaieta, en la rotonda Astola Auzoa, tomamos la salida 2 (Alfredo Baeschlin) y giramos ligeramente a la derecha. Cruzamos el barrio de Mendiola hasta llegar a las canteras de Atxarte, que dejaremos atrás al ascender recto hasta al aparcamiento.
Distancia recorrido: 2000 metros.
Época recomendada: Todo el año, especialmente en primavera y otoño.
Dificultad: Media.
Itinerario accesible: No.
Transporte público: No.
Iones negativos por cm3
Bosque de Pagomakurre – Parque Natural de Gorbeia
Introducción
En un rincón de la provincia de Bizkaia (Vizcaya), se esconde un modesto y bello valle, el de Arratia. Con una población de 27 139 habitantes, acoge los caseríos más antiguos de Bizkaia en el municipio de Zeanuri y sobre sus extensas tierras se alza el macizo del Gorbeia.
Su cruz, la del Gorbeia, mide dieciocho metros de altura, símbolo del montañismo vasco, y representan los valores de la montaña y de las gentes que han poblado y cuidado estas tierras.
Nos encontramos en el Parque Natural de Gorbeia, el área natural más grande del País Vasco, declarada parque natural en junio de 1994 y que aglutina un patrimonio ecológico y cultural sobresaliente.
Hablar de sus orígenes implica hablar del mar, de un mar profundo y cálido, pues este apuesto macizo estuvo bañado por él hace más de cien millones de años. Vestigios de su historia son los legados del biotopo protegido de Itxina y la cascada de Gujuli, señas de identidad que no te dejarán indiferente.
El terreno se encuentra en el este del Parque Natural de Gorbeia, ubicado en la divisoria de aguas cántabro-mediterráneas, y acoge una gran diversidad de espacios que representan un gran valor natural, donde conviven pastizales de montaña, roquedos, humedales, bosques naturales y arroyos. Nuestro itinerario, lineal, transcurre durante casi un kilómetro entre pinos, robles, hayas y otros compañeros multicolores y con formas moldeadas. Paisajes llenos de vida, parajes cambiantes que han sabido conservar durante millones de años el olor a Arratia, el color de Bizkaia y el carácter del pueblo vasco; un lugar donde la historia y la mitología se unen para convivir desde la diferencia.
Descripción del itinerario
Árboles sacudidos por el viento.
© Johanna Maluenda
Partimos de la villa medieval de Areatza, arropada por montañas, para llegar a nuestro punto de salida, el aparcamiento de Pagomakurre. Esta experiencia de salud y bienestar de hoy empieza atravesando las mesas de piedra que hay junto al aparcamiento.
Un pasaje de floresta nos invita a entrar en este verde y orondo sendero, que pronto nos indica con su panel de madera que Atxular nos espera. Tras caminar los primeros cien metros, los más afortunados quizás puedan disfrutar del sonido de los pottokas (Equus caballus), una raza de poni presente en la cordillera Cantábrica desde el Paleolítico. Si te animas, puedes cerrar los ojos y escuchar cómo se mueve despacio su cabeza piramidal, su característico tupé, o cómo sus robustas patas se apoyan sobre la vibrante y crujiente hierba. Cerca se escucha también el sonido de las vacas y de las ovejas que pastan sobre la hierba, saboreando los manjares de esta tierra. La mitología nos recuerda que hubo un tiempo en que el Basajaun, el señor del bosque, pobló estas tierras con su pareja, la Basandere, y que ambos protegían los rebaños de ovejas con una prodigiosa fuerza. Seguimos por un pasillo de pinos esbeltos pintados de verdes ácidos y cruzamos un puente hasta topar con un riachuelo, a donde llegaremos, lenta y suavemente, como si fuéramos una rana delicada y menuda que busca tímidamente un hogar; frente a ese arroyo podemos presentir cómo las gotas de agua se evaporarían de manera sutil, despacio y con delicadeza, de la dermis de esa rana, de sus ancas, cabeza, cuello… En ese momento, mientras soñamos, el arroyo y el bosque nos regalan recuerdos de este macizo, de los ventisqueros, de los neveros que recogen agradecidos cada copo de nieve fina y suave que cae lentamente en su lecho. Continuamos el camino acompañados por los tímidos rayos de luz que consiguen penetrar a través de las ventanas que abren los arbustos y pinos, y que nos regalan luces, sombras, grises, verdes, dorados y rojizos. Es el momento de sentir: toca los recovecos, salta con tus manos y mejillas de unos a otros, roza con diferentes partes de tu cuerpo las hiedras verdes, algodonosas, tersas en sus tallos y ásperas en sus otras vertientes; explora con tus pies, si quieres desnudos, cada una de las escaleras que las raíces del lugar regalan a nuestro paseo. Reconfortados, seguimos por el sendero de tierra suave y compacta durante unos cien metros. Nos espera un universo, un espacio para fotografiar con nuestro iris, un lugar que nos recoge y donde cobran vida las formas