Baños de bosque. 50 rutas para sentir la naturaleza. Alex Gesse
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Época recomendada: Primavera y verano, si se completa con un baño, o invierno si lo que queremos es observar también las aves invernantes en las marismas.
Dificultad: Baja.
Itinerario accesible: En parte.
Transporte público: Autobús desde Santander.
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Hayedo de la Biescona – Paisaje Protegido de la Sierra del Sueve
Introducción
El Paisaje Protegido de la Sierra del Sueve se encuentra en la parte oriental del territorio asturiano. Atrae la atención del visitante al tratarse de un promontorio bien delimitado entre áreas llanas de la zona costera. Muy próximo al mar en el tercio oriental de la región, cuenta con una superficie de ochenta kilómetros cuadrados distribuida sobre las lindes de los municipios de Colunga, Caravia, Ribadesella, Parres y Piloña.
El sistema montañoso está comprendido por dos sierras casi contiguas, la principal formada por una mole de roca caliza que alcanza los 1161 metros en el pico Pienzu. La otra, más pequeña, está formada principalmente por roca cuarcita. En su parte central aparece un tallado kárstico lleno de valles ciegos, dolinas y otras formas con mucho encanto, modeladas por la erosión del agua. Por toda la sierra del Sueve hay esparcidos numerosos bosquetes y brañas que revelan la importante actividad ganadera que sostuvo desde hace siglos esta comarca asturiana, por lo que las laderas de la sierra han sufrido un elevado proceso de deforestación consecuencia de este uso.
Sin embargo, y a pesar de ello, hacia la vertiente norte se encuentra el paraje de la Biescona, donde hay un hayedo que se caracteriza por su grado de naturalidad y conservación debido a las escasas intervenciones humanas. Se trata de la masa forestal de hayas más cercana al mar y con menor altitud de Europa. Debido a la situación casi paralela al mar Cantábrico, a unos cuatro kilómetros, la sierra del Sueve resiste las embestidas de cada frente nuboso que cruza el Principado de Asturias. El bosque está inmerso constantemente en nieblas marinas cargadas de humedad, localmente llamadas borrinas, que le otorgan un especial microclima que le permite vivir a solo cuatrocientos metros sobre el nivel del mar.
La abundante vegetación facilita la condensación, por lo que aumenta la aportación de agua al suelo. Debido a este hecho, el hayedo de la Biescona se ve favorecido por el efecto barrera que crea el promontorio elevado del Sueve sobre los frentes marinos. El nombre del hayedo deriva etimológicamente del término asturiano viesca o biesca, que significa «bosque o lugar frondoso poblado de árboles, arbustos y otras plantas». Esto nos da una idea del paisaje que vamos a descubrir.
Descripción del itinerario
Hayedo de La Biescona.
© RAQUEL DE LA INSUA
Para este trayecto, nos desplazaremos hasta Pié de Potru, situado en la carretera AS-260, que sube hasta el mirador de El Fitu. Allí, junto al antiguo bar Casa Julia, dejaremos nuestro vehículo en un amplio aparcamiento situado en la parte izquierda. Solo bajar del coche notaremos ya la húmeda calidez del ambiente al encontrarnos próximos al mar. En el otro lado de la carretera se encuentra una casa rodeada por un muro de piedra y un jardín. Si realizas el recorrido en primavera, podrás disfrutar de los llamativos colores fucsias y de la suave fragancia de las trepadoras flores de un frondoso rosal que crece junto al muro.
El camino que parte a la izquierda de la casa es un sendero de uso agropecuario, ancho y bastante llano en su inicio. Este nos lleva hasta una portilla para el ganado que tiene un paso para personas en su parte derecha. Desde este punto es posible oír las campanas que nos advierten de la presencia de animales. A la derecha se abre un claro donde podemos visualizar una extensa masa forestal de eucaliptos regados por un sotobosque de helechos. Este punto ofrece un espacio desde donde es posible observar los troncos alargados, a la vez que se inhala el aire perfumado del lugar, que nos acompaña desde el comienzo del paseo. Si se trata de un día ventoso, también podrá observar el movimiento oscilante de los alargados troncos y escuchar el crujir de las hojas.
A continuación se percibe, a la izquierda, el susurro del arroyo de la fuente de la Minariega, y próxima a esta se encuentra una bifurcación que continúa por un camino empedrado que sale a la derecha. Caminando lentamente puede notarse la solidez de las piedras bajo los pies.
En pocos pasos se observa, a la derecha, una campera de fresca hierba salpicada de helechos y viejos espinos densamente enmarañados que sirven de refugio al ganado, para guarecerse de las inclemencias del frío invierno o de los calores del verano. Es un buen lugar para hacer una pequeña pausa y observar el paisaje.
Llama la atención un extraño árbol con un grueso tronco en su base que invita a arrimarse a él, ya que parece crecer allí con el único propósito de darle la bienvenida al caminante. Desplázate sigilosamente hacia él, y siente el sosiego que irradia y la serenidad con la que ha aguantado la crueldad del viento y del clima durante decenios. Este viejo espectador es un abedul que ha crecido sobre el viejo tocón de quien, en su día, fue un árbol de desmesuradas dimensiones. Nos invita a observar con atención las diferentes texturas del tronco. Vale la pena detenerse para disfrutar de su tacto en las yemas de los dedos y sentir la profundidad de sus grietas con los ojos cerrados.
En el recorrido, siempre ascendente, comienza a escucharse el sonido de la Riega de la Toya o El Cubil, que discurre por la margen derecha. Entre las diferentes especies que crecen en este bosque mixto, destaca la presencia de varios perales silvestres, algunos longevos, que nos invitan a guarecernos bajo su sombra. El camino se estrecha a medida que avanza para, después de tomar una segunda bifurcación a la derecha, adentrarse cada vez más en una espesa vegetación. Mientras asciende, penetra en un bosque mixto de espinos, sauces, avellanos, arces, abedules, acebos… El arroyo, que acompaña en esta banda sonora, se hace cada vez más ruidoso y sorprende al caminante en un cruce de caminos: un buen lugar para pararse a escuchar las notas de esta resonante melodía.
Tras cruzar el arroyo, un árbol caído obliga a sortear el camino para llegar, de improviso, a las ruinas de la mina de La Toya, una antigua explotación de mineral de hierro cuyas obsoletas edificaciones de piedra han sucumbido al tiempo y los muros de mampostería se han tapizado por completo de verdes helechos y musgo brillante. En este punto del camino se puede vagar libremente o descansar tomando el tiempo necesario para escuchar los relatos del bosque.
Al dejar atrás las ruinas, el sendero se antoja unas veces más ancho y llano mientras discurre entre retorcidos avellanos cubiertos de verde; otras veces más empinado hasta convertirse en una estrecha calzada empedrada que discurre junto a una pared vertical a la izquierda.
El sendero tallado en la roca asciende sin dificultad junto al arroyo de La Toya, donde se comienzan a encontrar las primeras hayas, que emergen firmemente desde el rocoso lecho mientras escoltan a diversos ejemplares de tejos, olmos montanos, espinos, acebos, avellanos y fresnos.
A medida que se avanza, aumenta el grado de humedad al aproximarnos a un arroyo, que, dependiendo de la época del año, tendrá más o menos agua en su cauce. Así pues, caminaremos