Enemigos apasionados - De soldado a papá - Como una princesa de cuento. Nina Harrington
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–¿Cualquier cosa? De acuerdo. Empecemos por lo obvio. ¿Por qué biografías? ¿Por qué no escribir narrativa o libros empresariales?
Lexi se humedeció los labios sin apartar la vista de los libros que tenía ante ella. Para darle una explicación correcta tendría que revelar mucho sobre sí misma y su historia. Podría ser duro, pero había hecho un pacto. Ni mentiras ni engaños.
–Justo después de mi décimo cumpleaños me diagnosticaron una enfermedad grave que me hizo pasar varios meses en el hospital.
–Lo siento –susurró él pasados unos segundos de total silencio. Se apoyó en el marco de la puerta y la observó–. Eso debió de ser duro para tus padres.
–Mucho –confirmó ella –. Mis padres ya estaban pasando un momento difícil y sabía que él experimentaba un odio patológico por los hospitales. Irónico, ¿eh? –le sonrió fugazmente–. Además, por aquel entonces trabajaba en los Estados Unidos. El problema fue que no volvió a casa en varios meses, y cuando regresó, lo hizo acompañado por su nueva novia.
–Oh –Mark enarcó las cejas y tensó los hombros.
–Sí. Pasé el primer año recuperándome en la casa de mi abuela a las afueras de Londres, con una madre muy desdichada y una abuela que estaba incluso peor. No fue el más feliz de los tiempos, pero tuve un consuelo que me ayudó a seguir adelante. Mi abuela era una narradora maravillosa y se cercioró de que tuviera libros de variados estilos. Me encantaban las historias infantiles, por supuesto, pero los libros que buscaba en la biblioteca pública contaban cómo otras personas habían sobrevivido a los más horrendos y tempranos años de su vida y a pesar de ello no perdían la sonrisa.
–Biografías. Te gustaba leer la historia de la vida de otras personas.
–No me cansaba. Eran mis favoritas. No tardé en comprender que las autobiografías eran complicadas. ¿Cómo puedes ser objetivo sobre tu propia vida y lo que has logrado en los escenarios? Por otro lado, la biografía es completamente diferente: es otra persona narrándote la trayectoria vital de otra persona misteriosa y fabulosa. Pueden ser muy personales o indiferentes y frías. ¿Adivinas la clase que me gusta a mí?
–¿Así que decidiste hacerte escritora? –preguntó Mark–. Fue una decisión valiente.
–Quizá. Tuve la oportunidad de ir a la universidad, pero no pude permitírmelo. De modo que me fui a trabajar para una editorial enorme de Londres que cada año publicaba más biografías que el resto de las editoriales juntas –le sonrió–. Fue asombroso. Dos años después era ayudante y el resto, como suele decirse, es historia. Bueno, ¿queda algo más que quieras saber antes de que empecemos?
–Una cosa. ¿Por qué llevas tanto maquillaje a las nueve de la mañana en una pequeña isla griega? De hecho, en cualquier isla.
–Me tomo como un cumplido que lo hayas notado, Mark –se rio entre dientes–. Este es mi trabajo y este es mi uniforme de trabajo. En una oficina, en un estudio cinematográfico, en una sala de prensa o en una pequeña isla griega. Al ponerme el uniforme entro de lleno en mi actividad profesional… que es por lo que tú me pagas. De manera que con eso en mente, empecemos.
Sacó varios libros de las estanterías y los apiló delante de Mark.
–Hay tantos tipos de biografías como autores. Por su naturaleza, cada una es única y especial y debería encajar con la personalidad de la persona que se retrata. Ligera o grave, respetuosa o provocadora. Depende de lo que quieras decir y de cómo quieras hacerlo. De esas opciones, ¿a ti cuál te gusta más?
Mark suspiró.
–No tenía ni idea de que esto sería tan difícil. O complejo.
Ella alzó un libro de tapa dura con la fotografía de un distinguido actor teatral en la cubierta y se lo entregó a Mark.
–También pueden ser terriblemente áridas, porque quien la escribe se excede en su esfuerzo por mostrarse respetuoso al tiempo que lo más completo posible. Las listas de representaciones, teatros y fechas son magníficas para un apéndice de un libro… pero no te cuentan nada sobre la persona, sobre su alma.
–¿O sea que todo tiene que ser revelaciones personales? –él frunció el ceño.
–No. Pero tiene que haber intimidad, una conexión entre el lector y el sujeto… no solo listas de fríos datos y fechas –Lexi se encogió de hombros–. Es la única manera de ser fiel a la persona sobre la que escribes. Y por eso debería entusiasmarte disponer de esta oportunidad de hacer que tu madre cobre vida para un lector a través de tu libro. Además, tu editor te adorará por ello.
–¿Entusiasmarme? No era la palabra que tenía en mente.
–Creo que es hora de que me muestres lo que has hecho hasta ahora. Luego podemos hablar de tus recuerdos y de las historias personales que harán que este libro sea mejor de lo que jamás hayas considerado posible.
Lexi se sentó a la mesa, concentrada en las fotografías y los recortes de periódico amarillentos que llenaban una vieja maleta de piel.
Mark fue hacia ella, pero cuando Lexi alzó la vista, el tirante de la camiseta se le movió, haciendo que él quedara tan cautivado por un diminuto tatuaje de una mariposa azul que tenía en el hombro que olvidó lo que iba a decir.
–Sé que es una simple conjetura, pero ¿sería apropiado decir que no has realizado muchos progresos en plasmar la biografía en papel?
–No del todo –repuso él, alejándose de la cremosa tentación del hombro desnudo y del elegante cuello–. El verano pasado mi madre empezó a trabajar en un libro mientras estuvo aquí, y escribió varios capítulos sobre su juventud al tiempo que juntaba esos fajos de papeles que hay ahí. Pero eso es todo. Y su letra nunca fue fácil de descifrar.
–Oh, no hay problema.
–¿No? –repitió él–. ¿Cómo puede ser? Dispongo de dos semanas para darle forma a esta biografía o no cumplir el plazo y dejar que algún jornalero de la literatura plasme las habituales mentiras y gane más dinero con la muerte de mi madre. ¿Te haces una idea de lo que me enfurece eso? Creen que la conocen por las películas en las que trabajó. No tienen ni idea –guardó silencio un momento–. No espero que entiendas lo importante que es para mí esta biografía, pero ella ya no está presente para defenderse. Ahora esa tarea me corresponde a mí.
Lo miró unos instantes mientras el ambiente se llenaba de tensión y ansiedad.
¿Cómo explicarle que sabía perfectamente lo que era llevar dos vidas? La gente le envidiaba su estilo de vida de celebridad, los viajes constantes y la variedad de su trabajo. Desconocían que bajo el exterior feliz y locuaz había una joven que hacía lo que podía para alejar la desesperación que quería engullirla. Su necesidad de tener hijos y una familia propia y el convencimiento de que cada día parecía menos probable que fuera a suceder la llenaba de angustia. Adam había sido su mejor posibilidad. Y ya no estaba… Claro que sabía lo que era desempeñar un papel.
–¿Crees que no lo entiendo? Mark, no sabes lo equivocado que estás. Sé muy bien lo duro que es aprender a vivir con ese tipo de dolor.
Él respiró hondo antes de contestar.
–He sido estúpido y egoísta. A veces olvido que otras personas han