Enemigos apasionados - De soldado a papá - Como una princesa de cuento. Nina Harrington

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Enemigos apasionados - De soldado a papá - Como una princesa de cuento - Nina Harrington Omnibus Jazmin

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carruaje os espera, señora.

      Lexi observó la moto, luego el juvenil casco negro que Mark sostenía. Bajó a la grava y rodeó lentamente el vehículo, examinándolo desde diversos ángulos.

      –Es una scooter –declaró ella al final.

      –Tu capacidad de observación es superlativa –repuso él, conteniendo el deseo de sonreír.

      –Es una scooter muy bonita –continuó Lexi–, y muy limpia para ser de un chico, pero… sigue siendo una scooter –movió la cabeza dos veces y lo miró desconcertada–. ¡Pero no puedes llevar una scooter! Hacerlo tiene que ir contra las reglas de los aristócratas ingleses.

      –Me encanta frustrar tus expectativas. Al lugar que vamos, la mejor opción es un transporte de dos ruedas.

      Entonces, sacó un segundo casco del asiento trasero y se lo entregó a ella. Era rojo con un rayo blanco a cada lado y las palabras Pizza Paxos en letras negras en la parte delantera. Algo difícil de soslayar.

      –Ah, sí. El casco de Cassie estaba rebajado y era el único que le quedaba a mi amigo Spiro.

      Ella lo miraba dubitativa.

      –¿El único? Comprendo.

      Sin decir otra palabra, se puso el bolso en bandolera, le quitó el casco de las manos, se echó el pelo atrás y se lo puso. Todo en un único movimiento fluido.

      La admiración silenciosa de él aumentó dos grados.

      –No digas ni una palabra –le advirtió ella con ojos centelleantes.

      –No me atrevería –Mark palmeó el asiento trasero–. Te convendría agarrarte a mí cuando arranquemos.

      –Oh, creo que podré arreglármelas. De todos modos, gracias.

      Aunque estaban a medio metro, el aire crepitaba de tensión.

      –No pasarás frío –le comunicó Mark con calma–. No vamos lejos.

      Arrancó la moto y puso primera. Luego comprobó la correa del casco y se acomodó en el asiento sin mirar una sola vez atrás para ver lo que hacía ella.

      Diez segundos más tarde, sintió el peso de ella al sentarse. Fue el momento elegido para esbozar una amplia sonrisa que sabía que Lexi no podía ver.

      –¡Allá vamos!

      Aceleró y avanzaron despacio por el camino privado. Después de comprobar que el camino comarcal estaba vacío, emprendieron la marcha.

      Lexi giraba la cabeza a un lado y otro disfrutando de la maravillosa campiña griega mientras iban a unos treinta kilómetros por hora. Los jardines de las casas ante las que pasaban tenían abundantes limoneros, buganvillas y adelfas. Los cipreses y los pinos creaban un horizonte perfecto de luz y sombra bajo el azul profundo del cielo.

      Y en todo momento podía vislumbrar una línea estrecha de un azul más oscuro entre los árboles, donde el mar Jónico se encontraba con el horizonte.

      El sol brillaba sobre su piel expuesta y se sintió libre, audaz y preparada para explorar. Se sentía tan completamente liberada, que sin pensar en ello cerró los ojos y se relajó para dejar que el viento le refrescara el cuello. Justo al hacerlo, la moto aminoró la marcha, tomó una curva cerrada a la izquierda y se metió en lo que parecía un camino de granja.

      Abrió los ojos y de forma instintiva se aferró a la cintura de Mark. Notó que los músculos de él se contraían bajo sus manos, cálidos, sólidos y tranquilizadores.

      Llegaron ante una hermosa y diminuta iglesia blanca donde Mark se detuvo sin brusquedad alguna.

      Era el final del camino.

      –¿Mencioné que el resto del trayecto es a pie? –preguntó él en tono inocente.

      La respuesta de Lexi fue una mirada cáustica antes de observar sus escuetas sandalias doradas.

      –¿Cuánto tendré que caminar?

      –Cinco minutos, como mucho. Está al final del sendero para mulas y luego a través de los olivos.

      –¿Cinco minutos? Ahora que tu terrible secreto ha quedado expuesto, te lo haré pagar –sonrió y avanzó por el sendero pedregoso entre las altas paredes blancas de piedra que separaban los olivares. Las agujas de las coníferas suavizaban el trayecto.

      –¿Alguno en especial? Tengo tantos…

      –Es verdad. Yo me refería a la vida secreta del Honorable Mark Belmont, presidente de una compañía de inversión. El mundo lo conoce como el ecuánime mago financiero del mercado bursátil de Londres. Pero ¿qué sucede cuando el señor Belmont llega a Paxos? De su crisálida emerge el otro Mark. Esa versión disfruta conduciendo una scooter, en público, bebiendo el vino local y dando cobijo a unos gatos. Eso plantea una pregunta. ¿Qué otros talentos ocultos quedan por revelarse?

      La respuesta de él fue un breve bufido.

      –¿Pintor paisajístico, quizá? No. Demasiado tranquilo… Habrá que seguir investigando.

      –Me parece que he estado respondiendo a demasiadas preguntas. Es tu turno. ¿Qué talento secreto esconde en la manga Lexi Sloane? ¿Cuál es su placer oculto?

      Fue el turno de ella de sonreír.

      –¿Quieres decir aparte de la comida y el vino? Bueno, de hecho, tengo un placer secreto. Escribo cuentos infantiles.

      –¿Cuentos infantiles? ¿Te refieres a historias de amor entre vampiros y escuelas para magos?

      Ella hizo una mueca.

      –Los míos van dirigidos a un público mucho más joven. Piensa en animales que hablan y en hadas –se detuvo, hurgó en su bolso, extrajo su bloc de notas y buscó una página en particular–. Trabajé en esto durante la noche, cuando no podía dormir.

      Mark dio un paso hacia ella y escudriñó el cuaderno que Lexi le entregó.

      Para deleite de ella, abrió mucho los ojos con sorpresa y una amplia sonrisa le prestó calidez a su cara, como si hubiera encendido un fuego en su interior que desterrara la oscuridad de la mañana con el fulgor que irradiaba.

      –Son Nieve Uno y Nieve Dos –comentó riéndose antes de pasar la página–. ¡Son maravillosos! No mencionaste que también te encargabas de las ilustraciones. ¿Cuándo encontraste el tiempo para dibujarlos?

      –A hurtadillas les saqué unas fotos ayer antes de cenar. Luego convertí esas fotos en la historia.

      Al recuperar el bloc, sus dedos se tocaron una fracción de segundo. Y a juzgar por la reacción de él, el contacto le resultó tan poderoso como a ella. De inmediato se puso a hablar con el fin de ocultarlo.

      –Pues estoy impresionado. ¿Planeas publicar las historias o las reservarás solo para que las disfruten tus hijos?

      Un impacto directo. Justo en la diana.

      «¿Mis

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