Enemigos apasionados - De soldado a papá - Como una princesa de cuento. Nina Harrington

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Enemigos apasionados - De soldado a papá - Como una princesa de cuento - Nina Harrington Omnibus Jazmin

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hace unos meses –comentó Lexi con sonrisa triste–, mientras que yo he dispuesto de casi veinte años para asimilar el hecho de que mi padre nos abandonó. Y el dolor no se desvanece.

      –Pareces muy resignada… casi compasiva. Yo no estoy seguro de que pudiera serlo.

      –Entonces, soy una buena actriz. Jamás lo he perdonado y no sé si podría hacerlo. Una chica ha de conocer sus límites, y este es uno. No sucederá. ¿Podemos seguir adelante?

      En tres horas, apenas habían parado. Él había preparado café. Lexi había hecho sugerencias al tiempo que a cada rato iba a la cocina en busca de provisiones.

      Y, de algún modo, juntos habían sorteado la enorme maleta a rebosar de papeles y fotografías que él había llevado desde Londres, genéricamente titulados Carrera o Vida hogareña. En el centro habían colocado una caja de cartón para cualquier cosa que tuvieran que seleccionar más adelante.

      Aparte de la frustración, a Mark lo dominaba una abierta admiración.

      Lexi no solo se mostraba entregada y entusiasta, sino que poseía un júbilo natural y una pasión auténtica para descubrir cada aspecto nuevo de la vida y experiencia de su madre que resultaban contagiosos.

      Había sido idea de ella separar primero la documentación de la carrera de su madre, por lo que supo desde el principio el alcance y la complejidad del proyecto.

      Datos, nombres, apariciones públicas, entrevistas en la televisión… todo quedó registrado y comprobado con los archivos de las productoras gracias al poder de Internet, luego tabulado por orden cronológico, creando una milagrosa lista sobre la que ambos coincidieron en que tal vez no fuera del todo completa, aunque sí proporcionaba los puntos principales de interés documentados.

      Y en solo tres horas habían logrado establecer una historia de la carrera de su madre. Todo respaldado por fotografías y registros en papel. Listos para crear una línea cronológica de la vida de actriz de Crystal Leighton.

      Algo casi asombroso.

      Y cada vez que ella pasaba junto a él, su fragancia floral parecía atraerlo como a una polilla la llama. Resultaba totalmente embriagador y abrumador.

      El problema era que al trabajar con tanta proximidad a ella alrededor de una pequeña mesa, sus cuerpos se tocaban con frecuencia. Los brazos, las piernas… o, en ese caso, los muslos.

      Y en ese instante, casi como si ella hubiera oído sus pensamientos más íntimos, Lexi alzó la primera carpeta del segundo fajo y le rozó la muñeca con el brazo. Ese pequeño contacto bastó para encenderle los sentidos.

      Y lo peor fue que una fotografía en color cayó sobre el escritorio desde las páginas de un libro. Dos muchachos le sonreían… el mayor orgulloso y fuerte, con la barbilla levantada y el brazo alrededor de la espalda y los hombros del hermano menor, quien reía con expresión de adoración hacia la persona que sacaba la foto.

      Mark recordaba ese partido de fútbol en el internado como si hubiera sido el día anterior. Edmund había marcado dos goles y lo habían nombrado jugador del partido. Hasta ahí nada nuevo. Salvo que por primera vez en su vida, el novato Mark Belmont había realizado una carrera impresionante por la banda para marcarle al portero rival.

      Y lo mejor de todo era que su madre lo había visto hacer el tanto de la victoria y había sacado la foto. Siempre había encontrado tiempo para asistir a los acontecimientos deportivos del colegio.

      Respiró hondo y justo cuando Lexi alargaba la mano para estudiarla, él la recogió y la metió entre el montón.

      Aún no estaba preparado para eso.

      Pero era imposible escapar a la atención por el detalle de su compañera. Al instante ella la recuperó del montón.

      –¿Es tu hermano? –preguntó.

      Mark asintió.

      –Sí. Edmund era un año y medio mayor que yo. La foto se sacó en el internado. Los hermanos Belmont marcaron los tres goles del partido. Fuimos los héroes aquel día… –de repente se calló.

      Ella guardó silencio y esperó… que le hablara de Edmund. Él le quitó la fotografía y la dejó con lentitud en el otro lado de la mesa. Para él, era una historia demasiado reciente.

      –Murió hace siete años en un accidente en un partido de polo en Argentina.

      En un momento fugaz de total compasión, Lexi le cubrió la mano con la suya.

      Y él sintió que cada célula de su cuerpo le daba la bienvenida.

      –Tu pobre madre… –susurró ella a pocos centímetros de Mark–. Debió de ser devastador para ella. No me puedo imaginar lo que es criar a un hijo hasta que se hace un hombre y luego perderlo.

      Preparado para continuar una conversación que sabía que sería dolorosa para él, la pregunta siguiente de ella lo desconcertó.

      –¿Cuántos años tiene tu hermana?

      –¿Cassie? Veintisiete –respondió aturdido–. ¿Por qué lo preguntas?

      –Porque voy a tener que hablar con ella acerca de Edmund. Sé que es mucho más joven, pero no me cabe duda de que puede recordar con absoluta claridad a su hermano mayor.

      –Y yo –replicó él–. Estuvimos juntos en el colegio… parecíamos gemelos.

      –Es por eso. Estabais demasiado unidos. Es imposible que seas objetivo y tampoco lo esperaría. Era tu mejor amigo y de pronto lo perdiste… lo cual es duro. Lo siento mucho. Debes de echarlo mucho de menos –susurró antes de morderse el labio inferior.

      Esa mujer, esa desconocida que había entrado en su vida hacía menos de veinticuatro horas, le brindaba un momento para volver a controlar su dolor.

      Nada que hubiera podido hacer lo habría enfurecido más.

      ¿Cómo se atrevía a presuponer que era incapaz de controlarse?

      Había aprendido de la forma más dura que los hombres Belmont no hablaban de Edmund y de cómo su muerte los había separado. En vez de eso, asumían las responsabilidades y obligaciones adicionales y seguían adelante como si Edmund jamás hubiera existido.

      Lexi plantó las palmas de las manos sobre la mesa, alzó la cabeza y lo miró a los ojos.

      Y para horror de Mark, vio un vestigio de humedad en las comisuras de sus párpados. Y esos asombrosos ojos lo cautivaron y lo arrastraron a sus profundidades de múltiples tonalidades de gris y violeta, con los centros negros dilatándose cada vez más mientras lo miraba fijamente y se negaba a soltarlo.

      Los mismos ojos que lo habían mirado con absoluto horror aquella mañana en el hospital. Los mismos que en ese momento rebosaban compasión y calidez. Nunca había presenciado nada parecido.

      Su madre solía decir que los ojos eran ventanas al corazón. Si eso era cierto, Lexi Sloane tenía un corazón notable.

      Pero el hecho inalterable seguía allí… mirar esos ojos lo transportaba a un lugar que gritaba con total precisión una única palabra.

      «Fracaso».

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