Cazadores de la pasión. Adrian Andrade

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Cazadores de la pasión - Adrian Andrade Aventura

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encontrándolo con los ojos llorosos.

      —¿Qué tienes cariño? —Le tocó la frente para verificar si tenía calentura— ¿Te sientes mal? ¿Te duele algo?

      —¡No puedo levantarme! —reveló con frustración.

      —¿Cómo que no puedes? —Lo tomó de una mano, jalándolo con delicadeza—Vamos cariño, tú puedes.

      Alex se desplazó a la esquina de la cama y al tratar de levantarse cayó al suelo debido a que una parte de su pierna superior le había arrojado un repentino bajón. Sarah se agachó a tocarle alrededor del área donde al parecer Alex se había dado el fuerte e intenso estirón.

      —Vamos cariño —volvió a jalar— levántate.

      Alex dio su mayor esfuerzo pero la pierna nomás no le respondió.

      —¡No puedo! —concluyó con sollozos ante la impotencia.

      Llevándose un buen susto, Sarah corrió a avisarle a José y juntos lo llevaron de inmediato con un médico especialista. Éste tocó la pierna defectuosa con mesura y se detuvo momentáneamente al detectar una anomalía.

      —No puedo sentir su huesito.

      —¿Qué? —expresó Sarah brincando de su asiento —¿Cómo que no lo siente?

      —Es como si una parte del fémur se hubiese desaparecido así nomás, quizás el trocante mayor o menor se despegó en una de sus volteretas.

      —Doctor —lo llamó José con una profunda seriedad —¿Qué trata de decirnos?

      —Por favor —insistió Sarah experimentando el mismo temor de José.

      El médico guardó silencio un momento para apaciguar la tensión, y procedió a revelarles el diagnóstico de la manera más tenue posible.

      —El hueso en los cuádriceps pudo haberse desprendido y por eso no puede pararse.

      —¡Ave María Purísima! —suspiró Sarah.

      —¿Tiene solución? —Cuestionó José sosteniendo un ataque de nervios— ¿Podrá caminar?

      —Lo mandaré a hacerse unas radiografías, pero debo ser honesto, no dicta nada bien.

      Devastados, Sarah acompañó a su pequeño en el procedimiento mientras José se quedó afuera hablando con Ignacio, un viejo amigo a quien había conocido cuando tomaba clases de la Biblia. Esto con la intención de hacer un documental sobre la palabra de Dios y su impacto en las diversas culturas.

      —Amigo, creo que es momento de que tú y tu familia asistan a la iglesia.

      —Ignacio, de verdad aprecio lo que has hecho por nosotros pero la religión no va con nuestra forma de ser.

      —El problema contigo es que eres pura mente, no te das el lujo de simplemente creer. Dios te envió a las clases como Dios mismo a través del Espíritu Santo te está poniendo a prueba en este momento. Acepta su palabra, únete a los adventistas y verás cómo tu hijo volverá a caminar.

      —¡Eso es fanatismo!

      —Fe, mi estimado —lo corrigió—. Fe.

      —No quiero ser irrespetuoso, pero lo he visto y estudiado en varias partes de este mundo, es sólo una forma que el ser humano inventó para justificar su existencia, para no sentirse solo y confundido.

      —¡Sólo haz un salto de fe! —suplicó Ignacio dándole una palmada en la espalda— ¿Qué tienes que perder?

      José sólo volteó la mirada deseando que esta conversación llegara a su fin.

      —Incluso tus padres creían, para haberte llamado así —José sólo peló los ojos—.Si tan sólo callaras tu mente y abrieras tu corazón, entonces sabrías de lo que te estoy hablando.

      —La Iglesia Adventista tiene muchas restricciones.

      —Si Dios Nuestro Señor sacrificó a su hijo Jesús para salvarnos, estoy seguro que tú podrás sacrificar algunos hábitos por el bien de tu familia. Sólo piénsalo hermano.

      —¡Está bien pues! —Suspiró— Lo pensaré.

      —Perfecto, bueno pues debo irme, mantenme al tanto de Alex.

      —Gracias Ignacio, yo te llamo más tarde.

      En cuanto Ignacio lo dejó, José decidió tomarle la palabra. Por primera vez se encaminó a Dios y le prometió que si hacía caminar a su hijo, tanto él como su familia se volverían miembros activos de la Iglesia Adventista del Séptimo Día.

      Tras llevar las radiografías al doctor, éste se sorprendió de no encontrar absolutamente ningún defecto en su pierna ¡Es más! En cuanto Sarah lo sentó, el niño comenzó a correr por la adrenalina acumulada de haber estado en cama. El doctor no podía explicarlo, por otro lado, José sí tenía explicación y en cuanto se lo contó a Sarah, la Iglesia Adventista formó parte esencial de sus vidas.

      Debido a encontrarse en su temprana niñez, no le resultó complicado aceptar la palabra de Dios aunque si le tomó un buen tiempo comprender la crucifixión de Jesús. Este relato era distinto al temor impartido en el Antiguo Testamento. En cuanto al Nuevo, de inmediato le huía al libro del Apocalipsis por tomarse las profecías muy literales. No obstante, siempre retomaba la historia de Jesús ya que leer sobre sus enseñanzas lo impulsaban a tratar de aplicarlas al pie de la letra.

      Del mismo modo, conocía el reglamento de la Iglesia y aceptaba vivir bajo esas reglas o limitantes con tal de ser salvado durante la segunda venida del Señor Jesucristo. A consecuencia de la larga experiencia y amplio conocimiento del mundo, José abandonó su profesión para convertirse en un humilde misionero.

      Esta transformación de historiador a misionero le generó un poco de atención en los medios de comunicación, pero a él sólo le importaba promover la palabra de Dios a como diese lugar. Siempre y cuando fuese mediante un acto de bondad y gracia.

      Con tal de apoyarlo, Sarah tomó el puesto de tesorera y cuando había oportunidad viajaba con su esposo mientras Alex se quedaba con su tía Isabel, la hermana menor de José.

      A pesar de llevar como primer nombre María, ella lo detestaba sin importarle el valor bíblico. Desde niña había dejado bien sentenciado que sólo se le refirieran como Isabel; con la excepción de Alex quien solía llamarla la tía Isa de cariño.

      Isabel nunca estuvo de acuerdo con que su hermano se hubiese aventurado al adventismo y mucho menos que haya involucrado a la familia, ya que no aceptaba que esta religión coartara la libertad de sus vidas con cientos de prohibiciones injustificadas.

      Por su parte era católica pero de aquellas que cuestionaban sin guardarse nada. En ningún momento colocaba a los miembros de la parroquia en un pedestal, los consideraba de carne y hueso como cualquier otro hermano.

       Como la secretaria de una parroquia, debía mantener la agenda de los sacerdotes en absoluto orden y los servicios con fluidez, cordura y honestidad. Nada de dejarse intimidar, sino lo opuesto.

      Usualmente solía advertir a las monjas de que tuviesen cuidado

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