Cazadores de la pasión. Adrian Andrade

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Cazadores de la pasión - Adrian Andrade Aventura

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una maestra de la palabra: justa, directa y honesta.

      Cuidado nomás de levantarle un falso testimonio o quisieran pasarse de listos ya que ella los hacía trizas con su astuta sabiduría. A Alex le fascinaba este tremendo carácter de su tía.

       Usualmente recurría a que le contara anécdotas, sin embargo, cuando le preguntaba sobre las diferencias entre un católico y un adventista, ella cambiaba el tema por una promesa que le había hecho a José. Aunque no estuviese de acuerdo, ella respetaba la decisión de su querido hermano.

      Nada era fácil para el pequeño Alex, entre su aferramiento a los mandamientos de Moisés y a las reglas de la Iglesia, los problemas en la escuela seguían igual. Cada receso sin excepción se ocultaba en la biblioteca perdiéndose no sólo en la lectura sino también en sus deseos de convertirse en un talentoso arqueólogo, para de esta manera poder escapar de este lugar donde jamás pudo adaptarse.

      Las lecciones sabáticas se dividían en dos: adultos dentro de la iglesia y los niños con un maestro en un aula aparte en el exterior. La razón era estudiar libros simplificados e ilustrados sobre la palabra de Dios y las enseñanzas de Jesús. Al final de cada sesión, se obtenía una conclusión de dicha temática respaldada por una actividad.

      En cuanto daban las doce del mediodía, se reunía con sus padres para poner atención al sermón del pastor. Por más que intentaba comprender, los conceptos simplemente tenían significados muy profundos para un niño, por tanto solía aburrirse de la profunda seriedad del predicador quien nomás no hacía esfuerzo alguno para darle un giro dinámico a su tosco y plano estilo narrativo. En comparación con algunos sacerdotes católicos que añadían una pizca de humor a sus discursos evangelistas.

      Eso sí, detestaba que recurrieran a los gritos y regaños ¿cuál era la necedad de hacerlo?

      De igual forma, sostenía la biblia con mucha atención tratando de seguir las citas mencionadas y siempre se mantenía atento a los cánticos aunque estuviese desafinado. Inclusive apoyaba con el diezmo al extraer el diez por ciento de lo que sus padres le daban a la semana.

      Por más que le insistían, no se atrevía a cargar la charola, se le hacía vergonzoso. Bueno no tanto como orar enfrente de la congregación lo cual hizo con tanta inocencia que el progreso de Alex se tornó evidente. Aunque sus padres no lo sintiesen listo todavía, Alex ya podía proceder a ser bautizado tal como él anhelaba.

      Desde otro enfoque, gozaba de un extraordinario desempeño educativo siendo su talón de Aquiles las cuestiones sociales. Alex quería morirse porque la fe no le era suficiente para salvarlo de las terribles burlas de sus compañeros.

      Debido a su sensibilidad, Alex se malinterpretaba por su supuesto feminismo, en otras palabras, su caballerosidad era tachada de amanerada, además de una mala dicción y una voz aguda que nomás no le ayudaban en lo absoluto.

      Las huidas a la biblioteca se volvieron rutinarias y el silencio se apoderó de su cuerpo y mente porque odiaba ser lo que sus compañeros decían. Él sólo quería estar en paz y ser respetado como él solía respetar, por tanto era una rotunda decepción estar dando siempre la otra mejilla sin recibir un milagro a cambio.

      Tanto silencio, exceso de remordimientos y un corazón quebrado fue todo lo que recibió por haberse tragado los resentimientos. Era demasiada carga para un niño inocente, pero si alguien podía hacerlo era él mismo, aunque no lo creyera.

      —¡Ya no quiero ir a la escuela! —concluyó en sollozos.

      —Alex ya hablamos de eso.

      —¡Se burlan de cómo habló y me dicen de cosas!

      —Te hacen eso porque eres muy noble —le explicó Sarah acariciándole su cabello lacio—. Vamos, no les hagas caso, ignóralos y verás cómo te dejarán de molestar.

      —He tratado pero no funciona,

      —Ten fe cariño, confía en Dios, todo estará bien.

      Alex agarró un poco de aire y trató de expresar su inquietud con claridad.

      —¡Por favor llévenme a Jerusalén!

      Sarah río ante la mención del viaje que tendría con José debido a una petición personal de la organización adventista que consistía en guiar a un grupo exclusivo de hermanos por la Tierra Santa para consecutivamente, embarcarse en un acto misionero por los rincones sombríos de África.

      —Mañana iré a hablar con la maestra y directora ¿te parece?

      — ¡No me dejes! —Volvió a retomar el llanto— ¡Llévame, me portaré bien!

      —Cariño, Jerusalén no es un lugar para un niño, además sólo estaremos unos días, porque tu padre y yo iremos a predicar la palabra de Dios en algunas aldeas desoladas de África.

      —¡Pero yo quiero ir!

      —Es peligroso.

      —¡Te prometo que haré lo que me digas! ¡No me dejes!

      —Cariño.

      —¡De verdad quiero ir a la Tierra Santa! ¡De verdad quiero estar cerca de Dios!

      —No necesitas volar miles de kilómetros para estar cerca de él.

      —¡Por favor!

      Sarah trató de ser frívola ante ese gesto de auxilio, pero su lado maternal al final de cuenta le ganó.

      —Está bien, hablaré con tu padre.

      Inmerso de emoción, Alex la abrazó.

      —Dije que hablaré —advirtió—, así que no te me alborotes todavía.

      —Está bien.

      Alex trató de calmarse pero dijera lo que dijera o por más que se justificara con veremos, Alex sabía que cuando su madre decía que hablaría con su padre, significaba que era un hecho que iría a Jerusalén, por tanto había ganado la batalla aunque desafortunadamente estaba tan lejos de ganar la guerra.

      En el sentido que si definitivamente esta distracción era grandiosa para olvidar su tormentosa niñez, pero nada era eterno y por ende, al regreso tendría que volver a enfrentar los mismos problemas sociales seguidos de las mismas decepciones ante la carencia de buenos resultados.

      No tenía fuerza alguna para luchar por sí mismo, demasiado inseguro con su voz como para expresar sus inconformidades. Era demasiado fácil hacerlo llorar, cualquiera lo podía hacer, sólo era cuestión de concentrarse duramente en su mirada y con las palabras más crueles, bastaba para quebrarlo.

      Alex hacía lo posible por ignorarlos hasta eventualmente sacarlos de su propio mundo. Cuando este sistema defensivo fallaba, simplemente huía a la biblioteca, esta vez habría una excepción, huiría a Jerusalén.

      —¿Que lees ahora?

      Alex le enseñó a su padre el mapa donde venían ilustrados los sitios sagrados.

      —Ya veo.

      José se sentó en la cama para platicar sobre su día, como solía acostumbrar antes de mandarlo a dormir.

      —No

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