Cazadores de la pasión. Adrian Andrade

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Cazadores de la pasión - Adrian Andrade Aventura

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grandioso! —se quejó al notar los antebrazos rasgados de su chamarra de piel.

      Resultaba que era uno de sus atuendos favoritos, así que esperaba tener una solución práctica ya que no sólo era vanidoso con su físico sino también con su vestimenta. Esta chamarra negra le había gustado por su delgadez y a su vez por la cualidad de mantenerlo cálido en climas fríos.

      Activó la luz del celular para no sentirse nervioso otra vez en la infinita negrura. El espacio en momentos se sentía demasiado condicionado a pesar de haberlo recorrido con anterioridad. Entonces se motivó a recorrerlo de nuevo.

      De improviso la estructura comenzó a desestabilizarse, parecía a consecuencia de una falla terrestre. Alex debía apurarse a salir o sería aplastado. Así que trató de arrastrarse a toda prisa pese a que la polvareda le dificultaba el ver como el respirar.

      Parecía estar destinado a la muerte porque atrás de él sentía como las enormes rocas comenzaban a resellar el secreto de los dioses. En cuanto sintió que alguien le tomó una de sus manos, Alex lanzó un grito de terror.

      —¡Vamos, estás cerca!

      Alex silenció ante la ayuda imprevista de aquel desconocido y optó por impulsarse lo más pronto posible hacia la salida. De cierta manera, quedaba mucho más cerca de lo que creía. En cuanto tocó el suelo con sus piernas, el desconocido le dio un tremendo jalón para sacarlo justo a tiempo de la inevitable emplastadura.

      Desde el suelo, ambos exploradores fueron testigos de cómo la abertura hecha especialmente para el recorrido del robot, se había sellado de nueva cuenta.

      —¡A la institución no le va a gustar nada de esto! —comentó Alex guardándose el celular.

      —¿Estás bien?

      —¡Quién diablos eres! —evitando que lo tocase.

      —Caleb.

      —¡Qué clase de nombre es Caleb! —resopló.

      —Uno muy especial.

      —Sabes, no deberías estar aquí.

      —Tú tampoco, pero aun así estás y por tanto yo también.

      Alex logró calmarse un poco.

      —¿Me estás siguiendo?

      —Protegiendo.

      Primero le costaba respirar, ahora le costaba razonar.

      —¿Encendiste las luces? —interrogó ante la claridad de la antesala.

      —No, es una maniobra automática de emergencia por parte del sistema.

      —Entonces trabajas con la institución.

      —Podría decirse.

      —Creí que eras un acosador —río de alivió— me llamó Alex.

      —Lo sé, de hecho me comentaron de ti.

      —Gracias por aquello de atrás.

      —¿Encontraste lo que buscabas?

      —No —reveló con confusión—, no lo sé para ser honesto.

      —Descuida, todo a su tiempo.

      —Siempre eres así de profundo.

      —Es parte de mi naturaleza.

      —Vaya —Alex observó la hora— ¡Demonios! ¡Debo irme!

      Alex se lanzó a correr por el túnel ya no tenebroso gracias a su iluminación. Caleb lo siguió de cerca hasta abordar las escaleras. La oscuridad de la noche se encontraba en transición con el amanecer del nuevo día. Conforme subían, el despiadado frío de las profundidades comenzaba a chocar con la calidez del fuerte viento de las montañas.

      —Bueno Caleb, espero no le cuentes a nadie de esto, podrían despedirme.

      —No te preocupes, lo mismo me pasaría.

      —Entonces nos entendemos.

      —Sí.

      —Bien —acordó esperando un poco más en su breve afirmación.

      —Nos vemos hermano.

      Caleb se echó a correr en dirección opuesta sin volver a regresar su mirada.

      —¿Hermano?

      Alex se mantuvo pensante al escuchar esa palabra, no porque no tuviese hermanos sino porque la última vez que le dijeron de ese modo era cuando asistía sin falta cada sábado a la Iglesia Adventista del Séptimo Día.

      Al regresar la vista, ya no encontró a Caleb por ningún lado, había desaparecido en pleno terreno como por arte de magia. Esto lo dejó fascinado e intrigado pero no tenía tiempo de analizarlo con detenimiento, debía dirigirse a su sección y de inmediato.

      La Ciudad de los

      Dioses

      En plena vista, Alex se apresuró hacia la Pirámide del Sol tratando de pasar desapercibido por la Ciudadela, pero para su sorpresa ya lo estaban esperando en su puesto de vigilancia.

      Alex transformó su trote a una simple caminata en cuanto fue observado por sus compañeros de trabajo.

      —Oh Alex —lo miraron con desagrado— el Jefe te está esperando en la cima.

      —¿Qué tan grave es?

      —Si fuera yo, me quedaría callado.

      —Empezaré con un chiste.

      El custodio sólo movió la cabeza en señal de que mejor no lo hiciese, ya que eso sólo empeoraría la situación.

      Alex comenzó a subir por los escalones, pero se tardaría varios minutos en llegar a la cima considerando que la pirámide tenía una altura superior a los sesenta y seis metros. Conforme trepaba, podía percibir la majestuosidad del paisaje a su alrededor.

      —¿Realmente? —Expresó el jefe boquiabierto— ¡Qué son estas fachas de venir como un vagabundo! ¡Podría tolerarte la barba y el cabello largo desaliñado, ¿pero el maldito uniforme despedazado?!

      —¿Para eso me hizo subir la maldita pirámide? ¿Para sugerirme un cambio de imagen? ¿Quién nos patrocinará ahora?

      El Jefe del Departamento de Conservación Arqueológica río sarcásticamente ante la ignorancia de Alex y le señaló que viniese hacia su posición. Alex procedió hacia el sitio indicado y se encontró con que varias piedras de la explanada residían grafiteadas con frases como:

      “Kike y Gavy se quelen muchito”, “Aquí es tubo Pepito”, “Viva mejíco cablones”, “Pashen la cantinafora”, etc.

      —Si me preguntas, yo diría que les urge unas buenas clases de redacción y ortografía.

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