Reclamada por el griego. Pippa Roscoe

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Reclamada por el griego - Pippa Roscoe Miniserie Bianca

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fe, señorita Moore, y lo único que tiene de bueno es que vamos a ir a un hotel mejor en el pueblo, pero que nos echen sin darnos una explicación a las diez y media… No está bien, señorita Moore, no está bien.

      Sus clientes desaparecieron en el autobús antes de que ella pudiera decir algo y tuvo que apartarse de un salto cuando empezó a retroceder. Solo quedó un hombre delante de la puerta de su casa.

      Dimitri Kyriakou parecía tan furioso como lo estaba ella.

      Dimitri había estado yendo de un lado a otro de la barra donde conoció a Mary Moore. Una empleada de Mary tenía a su hija en brazos y lo miraba como si fuera el diablo.

      Pudo oír, desde dentro, la airada conversación de uno de los clientes. Ella había vuelto.

      Salió de la barra, recorrió el pasillo con cuatro zancadas y salió justo cuando el autobús se marchaba.

      Había permitido que la rabia lo llevara hasta allí, pero se paró en seco cuando vio a la mujer que había estado a punto de conseguir separarlo de su hija.

      Los mechones del pelo oscuro se le arremolinaban alrededor de la cara y vio que sus ojos verdes tenían un brillo de algo que podía reconocer. Furia era decir muy poco para describir la tormenta que estaba formándose entre ellos. Estaba…. increíble y la odiaba por eso. Estaba mejor que en cualquiera de los sueños que había tenido en la cárcel. Sin embargo, eso era lo que hacía el diablo, se presentaba como la mayor de las tentaciones y te arrancaba el alma.

      –¿Qué haces aquí y qué les has hecho a mis huéspedes? –le preguntó ella.

      No se había imaginado que llegaría a oír esa rabia que había brotado de sus labios, pero se alegró porque era la misma rabia que sentía él.

      –Tenemos que hablar y estaban en medio. Me he librado de ellos.

      El dinero era algo increíble. Había sido su salvación y su destrucción, pero esa vez iba a emplearlo para conseguir lo que quería… lo que necesitaba.

      La mujer que llevaba a su hija apareció en el pasillo y se puso detrás de él, captando la atención de Mary. Entonces, la madre de su hija hizo que él tuviera que apartase para pasar ella y tomarla en brazos.

      Era una escena impresionante. Mary tenía la cabeza apoyada en el cuello de su hija. Él había querido abrazar a su hija en cuanto la vio, pero la mujer que había contratado Mary bramó que no dejaría que la tomara un desconocido. ¿Así se estrenaba como padre? ¿Impidiéndole que abrazara a su propia hija? La rabia le oprimió el pecho.

      –Gracias, Siobhan. Ya puedes marcharte.

      –¿Estás segura? –preguntó la chica mirándolo con recelo.

      La mujer que sostenía en brazos a su hija asintió con la cabeza y la joven paso a su lado farfullando algo en voz baja. Dimitri miró a Mary a los ojos. Si las miradas pudieran matar…

      Él ocupaba toda la puerta y parecía un diablo que había ido a cobrar lo que se le debía. Era alto y fornido, y a ella se le hacía la boca agua. El chaquetón de lana oscura y hecho a mano le llegaba casi hasta las rodillas y cubría un jersey azul oscuro que se adaptaría perfectamente a sus anchas espaldas. Unas espaldas que había recorrido con las manos, con los dedos, con la lengua… El frío y la lluvia que la había calado hasta los huesos se evaporó solo de verlo. El cuerpo le vibró traicioneramente, revivió por primera vez en tres años solo por tenerlo cerca. El deseo le abrasó la garganta y todos los rincones de su cuerpo.

      Él parecía como si acabase de salir de una revista del corazón y ella estaba empapada, con un chaquetón impermeable verde y viejo encima de unos vaqueros que le quedaban fatal y una camiseta que seguramente estaría tan mojada que sería transparente e indecente. Sin embargo, sus ojos… Eran como guijarros de obsidiana y conocidos, los había visto todos y cada uno de los días desde que le dejaron a su hija en los brazos, pero nunca habían reflejado ese desprecio.

      –Tienes cinco minutos.

      Ella no había oído nunca una voz tan áspera y ronca. Se maldijo a sí misma y obligó a su cerebro a ponerse en marcha mientras pensaba que era una forma muy rara de empezar la conversación que llevaba años esperando con anhelo.

      –¿Para qué? –preguntó Anna.

      –Para despedirte.

      –Para despedirme… ¿de quién?

      –De nuestra hija.

      Capítulo 2

      Querido Dimitri,

      Yo no había querido que pasara así.

      Anna, instintivamente, estrechó a Amalia con más fuerza contra el pecho.

      –¡No voy a despedirme de mi hija!

      –Ahora no te hagas la madre agraviada.

      Dimitri se acercó un paso y ella retrocedió otro.

      –Tú –siguió Dimitri–, que hace solo dos días me chantajeaste con la noticia de su existencia. Se ha hecho la transferencia, pero he venido a… por lo que me corresponde. No pienso dejar a mi hija con una mentirosa alcohólica y endeudada.

      La cabeza empezó a darle vueltas hasta que comprendió que alguien la había confundido con su madre.

      –Espera…

      –Ya he esperado bastante.

      Anna, aterrada, vio que otro hombre aparecía en la puerta. Un hombre que llevaba la palabra «abogado» escrita en la frente y que no hizo que Dimitri se calmara.

      –Mary Moore de Dublín, Irlanda. Hipotecada hasta el cuello y detenida dos veces por ebriedad y desórdenes, y con una hija sin padre en la partida de nacimiento. Debes de ser muy buena actriz –le espetó Dimitri en un tono de indignación ofendida–. Evidentemente, la mujer que conocí hace tres años solo fue una aparición ebria con… consecuencias. Esa consecuencia…

      –Ni se te ocurra llamar «consecuencia» a mi hija.

      Anna intentó no levantar la voz para no agitar más a Amalia.

      –Esa consecuencia es lo que me ha traído aquí –insistió él–. Ahora que conozco su existencia, voy a llevármela. Si es una cuestión de dinero, mi abogado, aquí presente, preparará la documentación para que me cedas la custodia. Nunca pago dos veces por algo, pero, en este caso, haré una excepción.

      –¿No pagas dos veces por algo? ¿Estás llamando «algo» a mi hija? –le preguntó Anna con furia.

      Sus palabras eran una provocación desmesurada, le palpitaban los oídos, la sangre le bullía por lo injusto de sus acusaciones, su arrogancia le enfurecía y la rabia que le producía el hecho de que él creyera que haría lo que él le pedía era como una llamarada que le crepitaba por dentro.

      –Señor Kyriakou, estoy segura de que sería posible, incluso fácil, que su abogado preparara la documentación y de que entregara cantidades desorbitadas de dinero, dinero que sería suyo, que no habría defraudado

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