Una niñera enamorada. Elizabeth August
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–Se llama Travis –dijo John.
El orgullo hizo que Minerva se negara a permitir que él se creyera que era infantil o excéntrica.
Lo miró muy digna y dijo:
–Algunas personas piensan en silencio la solución a sus problemas. Yo encuentro más fácil solucionar los míos si los hablo. Pero soy una persona muy reservada y encuentro difícil hablar con las demás personas y ridículo hablar sola. Travis es perfecto para eso. Siempre está disponible, no me interrumpe, no trivializa mis preocupaciones y me deja encontrar mis propias soluciones.
Judd tuvo que admitir que no había nada de inmaduro en esas palabras. Más aún, parecía bastante razonable.
–Yo me paso todo el rato maldiciendo para mí los cambios que los dueños de las casas que construyo quieren hacer después de haber empezado el trabajo –dijo.
Entonces los gritos de los trillizos los interrumpieron. Habían oído a su padre y decidido que ya era hora de terminar la siesta.
Fueron a por ellos y se encontraron a las dos niñas esperando a que les abrieran las puertas de sus cercas de seguridad, mientras que Henry empujaba la suya tratando de liberarse.
–Yo me ocuparé de ellos ahora –dijo Judd–. Usted termine de traer sus cosas.
Mientras llevaba lo último que le quedaba en el coche, Minerva se preguntó si Judd Graham llegaba siempre pronto a casa. Esperaba que no fuera así. Su presencia le afectaba los nervios. Cuando pasó por la puerta de los trillizos, oyó a Lucy decirle a Judd:
–Cada vez que has llamado te he dicho que Minerva lo estaba haciendo bien. No había ninguna razón para que volvieras tan pronto a casa.
–Quería verlo por mí mismo. Esta mañana tenía prisa y no tuve tiempo para dejarle claras las reglas.
–Entonces te sugiero que se las cuentes ahora. Y luego te metes en tu despacho y dejas de mirarla como si, de repente, le fuera a salir una segunda cabeza o algo así.
–Puede que haya superado el primer día, pero sigue siendo una desconocida para nosotros. No me voy a arriesgar a nada con mis hijos.
–Tanto John como yo la estamos vigilando –le recordó Lucy.
Minerva se metió en su cuarto antes de que nadie la viera. No podía culparlos por tener cuidado en lo que se refería al bienestar de los niños y le encantaba la forma de proteger a sus hermanos pequeños que tenía John. Pero la ponía nerviosa el sentirse continuamente observada. Podía entender la razón por la que las tres niñeras que no habían sido despedidas se habían marchado tan pronto.
Lo cierto era que a ella le gustaban esos niños, pero no soportaba al padre. Aún así, iba a tener que aguantar hasta que Wanda le encontrara otro trabajo, pero ni un momento más.
Estaba dejando una caja en el suelo cuando oyó a alguien entrar en la habitación y cerrar la puerta. No tuvo que volverse para saber quien era.
–Esta mañana no hemos tenido la oportunidad de hablar de los detalles de su trabajo –dijo Judd.
De repente a ella le pareció como si la habitación hubiera encogido. No sintió miedo, pero fue extremadamente consciente del hombre que tenía delante, de la anchura de sus hombros, de su fuerza, su virilidad. Era una reacción extraña y enervante. No se parecía a nada que hubiera experimentado antes. Lo atribuyó a lo poco que le gustaba ese hombre y lo miró.
–Nunca golpeará a ninguno de mis hijos –dijo él.
–No tenía ninguna intención de hacerlo.
–Me alegro de oírlo. Cuando tenga que castigar a alguno, puede hacerlo teníendolo sentado durante una cantidad de tiempo o les puede retirar algún privilegio por otro tiempo. Si no funciona ninguno de esos métodos, dígamelo a mí y yo me ocuparé de la situación.
–Sí, por supuesto.
–Como ya le he dicho, tendrá los domingos libres. De todas formas, yo intentaré ser flexible en ese punto. Si necesita otro tiempo libre, lo tendrá que pedir por adelantado. Creo que ya sabe que yo llevo mi propio negocio…
–Sí.
–Por eso, mis horarios son inseguros. Habrá veces en que tenga que trabajar los sábados y hasta tarde los días entre semana. Cuando estoy en casa le dedico todo mi tiempo a los niños. Pero cuando yo no esté, serán su responsabilidad.
–Lo entiendo.
–Y, con respecto a los novios, espero que no los traiga a mi casa sin mi permiso, y nadie se quedará a dormir aquí.
–Yo no soy de esa clase de mujer –dijo ella indignada.
Judd la recorrió con la mirada. Lo cierto era que parecía chapada a la antigua y su indignación genuina.
–Bien.
Él la había aceptado solo con su palabra y eso debería agradarla y lo hacía. Aún así, todavía había algo más. Recordando las muchas veces que su padre le había dicho que no era ninguna belleza, estaba segura de que Judd Graham simplemente había dado por hecho que ella no podía atraer la atención de los hombres.
–Y ahora que hemos dejado eso claro, será mejor que releve a Lucy con los niños para que ella pueda volver a la cocina.
Judd salió de la habitación y cerró la puerta.
Minerva se quedó mirando a la puerta preguntándose cuánto tiempo podría soportar a ese hombre.
Estaba muy claro que, con ese hombre, las cosas tenían que ser a su manera sin discusión.
Miró al teléfono que había en su mesilla de noche. Wanda le había dicho que la llamara…
Tan pronto como se hubo identificado, Wanda le dijo alegremente:
–Me tomaré esto como una buena señal. Las demás llamaron menos de una hora después de haber conocido al señor Graham.
–Esta es simplemente la primera oportunidad que he tenido de hacerlo –respondió Minerva–. Dime que estás tratando de encontrarme otro trabajo.
–Por supuesto. ¿No te prometí que lo haría? Y yo soy una mujer de palabra. Pero tú prométeme que te quedarás hasta que te lo encuentre. Sinceramente, la gente que conoce a ese hombre me dice que puede ser muy agradable e, incluso, encantador, cuando se le conoce. Solo es demasiado protector en lo que se refiere a sus hijos.
–Me quedaré, ya que me has dado tu palabra de encontrarme otro trabajo. Pero, por favor, no tardes mucho.
–Te prometo que te encontraré otra cosa pronto.
Cuando colgó, Minerva pensó que no podía estar segura de que Wanda mantuviera su palabra. Esa mujer estaba desesperada por encontrar a alguien para ese trabajo. Tomó a Travis y lo miró.
–Me gustan los niños y el sueldo es bueno –dijo–, debería poder ahorrar una buena suma rápidamente… Antes de que me despidan o que ya no pueda soportar más