Una niñera enamorada. Elizabeth August
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Capítulo 3
LA CENA, como el desayuno, la tomaron en la gran cocina y, como las demás comidas, fue muy animada. La educación de John era muy buena, pero los trillizos necesitaban atención. A pesar de la presencia de Judd, Minerva disfrutó estando en medio de toda esa actividad. Eran mucho más interesantes que las comidas silenciosas que compartía con su padre.
En medio de la cena recordó algo que había notado durante la mañana. Henry balbuceó algo irreconocible y las dos niñas se rieron. Sin hacer caso a Judd, Minerva le dijo a Lucy:
–Juraría que las niñas entienden lo que dice Henry. Es como si los tres tuvieran un lenguaje propio.
Lucy sonrió.
–Yo creo que sí que lo tienen. Llevan balbuceándose así desde que estaban en la cuna.
Judd pensó entonces que, tal vez esa mujer sirviera. Luego dijo en voz alta:
–Es usted la primera de todas las que ha enviado la señora Johnson que se da cuenta de que los trillizos tienen su propio sistema de comunicación privado.
La nota de aprobación de su voz la sorprendió tanto que sonrió. Cuando él le devolvió la sonrisa, la invadió una calidez insospechada.
–Yo jugaré con los niños mientras usted termina de deshacer las maletas –dijo Judd.
Minerva miró al ama de llaves, que parecía cansada.
–Primero ayudaré a Lucy con los platos.
–Eso no es necesario…
–Quiero hacerlo –insistió ella y empezó a retirar los platos.
Judd sacó a los niños de la cocina y miró a Minerva. Había una nota de amabilidad en su voz cuando le habló a Lucy. Y sus ganas de ayudar eran un cambio refrescante. Las demás se habían limitado estrictamente a sus obligaciones. Cuando pudieron se escabulleron hasta ser llamadas de nuevo.
O tal vez esa mujer solo estaba tratando de dar una buena impresión, le sugirió su parte escéptica. Para juzgar el carácter de una mujer se necesitaba una visión aguda y una mente cínica.
Él había aprendido eso de la forma más dura.
Después de ayudar a Lucy con los platos, Minerva se detuvo en la puerta del cuarto de juegos de camino a su habitación. Ver a Judd con sus hijos era como ver a un hombre completamente distinto del que se enfrentaba constantemente a ella. Era alegre y cariñoso.
Cuando se dio cuenta de repente de que él la estaba mirando, le preguntó:
–¿Con quién debo empezar los baños?
–Con Henry –respondió Judd pasándole al niño.
Se sentía tentado a bañarlos él mismo, pero se contuvo. Tenía que estar seguro de que ella lo podía hacer bien mientras él no estuviera presente.
Cuando entró en el gran cuarto de baño, fue a cerrar la puerta y se encontró allí con John.
–Siempre dejamos la puerta abierta –le dijo–. Henry puede ser un poco incordio. Yo estaré cerca, por si necesitas ayuda.
Ella vio la cara de preocupación del niño y le sonrió.
–Dejaré la puerta abierta, entonces.
Mientras bañaba al pequeño, era muy consciente de que John no dejaba de observarla. Judd había pasado un momento para ver cómo iba la cosa. Dijo que solo iba a por un juguete, pero Minerva estuvo segura de que era para vigilarla a ella.
Cuando terminó con Henry, lo dejó jugando con sus juguetes, cerró la verja de seguridad de su cuarto y fue a por las niñas.
–Las bañaré a las dos a la vez –dijo.
John no dejaba de observarla.
Judd las bañaba también juntas normalmente, pero sabía que podía ser complicado. A pesar de su decisión de dejar que fuera ella quien las bañara, le preguntó:
–¿Quiere que la ayude?
–No. Puedo con ellas –dijo y se dirigió a John–. Luego te bañaré a ti cuando acabe con ellas.
John se ruborizó y se puso muy digno.
–Yo me sé bañar solo –dijo –. Cuando termine será la hora de leer. Papá, ¿nos leerás tú o lo hará Minerva?
–Yo os leeré esta noche y os arroparé –respondió Judd.
Minerva vio reflejarse el alivio en el rostro del niño.
Y ella se sentiría aliviada por librarse de su constante vigilancia.
Cuando fue a desnudar a las niñas, decidió que debían de tener algo de intimidad con respecto a su hermano y fue a cerrar la puerta del cuarto de baño.
–Como ya te dije cuando ibas a bañar a Henry, siempre dejamos la puerta abierta por si necesitas ayuda –le dijo John.
–Yo creía que ellas debían tener algo de intimidad.
–No miraré. Pero la puerta tiene que estar abierta para oír si necesitas ayuda –insistió el niño.
Al vez la expresión decidida del niño, ella se rindió.
–De acuerdo, la dejaré abierta.
Mientras Minerva bañaba a las niñas y se mojaba casi tanto como ellas, Judd pasó por la puerta y se detuvo para ver cómo le iba.
–Voy a odiar ver a los chicos rondando por aquí cuando empecéis a salir –les dijo a las niñas y las dos se rieron.
Minerva estaba empezando a secar a Judy cuando volvió Judd. Tomó otra toalla y se puso a secar a Joan. Minerva encontró su cercanía enervante. Cuando sus hombros se tocaron accidentalmente, una oleada de calor la recorrió. Envolvió a Judy en la toalla y salió rápidamente del cuarto de baño.
Se dijo a sí misma que solo era que estaba demasiado tensa por estar siendo continuamente observada. Se negaba a darse por enterada del efecto que ese hombre tenía sobre ella.
Finalmente terminaron los baños y los niños estaban eligiendo los libros que querían que les leyeran.
Minerva suspiró aliviada y se dirigió a la cocina, esperando que aún hubiera café. Por suerte, aún lo había y se sirvió una taza.
–¿Quieres comerte un trozo de tarta conmigo? –le preguntó Lucy cuando salió de su vivienda de al lado de la cocina.
–Claro –respondió Minerva, agradeciendo tener un poco de compañía adulta.
Luego ambas se sentaron a la mesa y Minerva se estiró en su silla.
–Supongo que John te ha estado observando constantemente –dijo Lucy–. Lo hizo