La gerontología será feminista. Paula Danel

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La gerontología será feminista - Paula Danel Proyectos de investigación

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legado de mis abuelas. A la manada que me regaló el feminismo, en especial Cin y Fer. A Mónica por ser guía y apertura. Al Equipo por ser abrazo. A mi Juancho, por ser Luz.

      Paula Daporta

      A las “Ancestras de mi vida” que me supieron transmitir sus legados y la intensidad de sus luchas. A mis compañeras de Ancestras y a Mónica que me invitó a ser parte de este maravilloso viaje. A mis muchachos.

      Marianela Carchak Canes

      A Mónica Navarro y Antonela Prezio por invitarme a ser parte de Ancestras, al resto de las compañeras del equipo y a mis propias ancestras porque soy fruto de su legado.

      María Isabel Fernández Cedro.

      A mis compañeras del equipo Ancestras, a su directora Mónica Navarro y a todas mis Ancestras que me enseñaron el camino del feminismo.

      Araceli Squizziato.

      Al gran equipo del Programa Ancestras-UNTREF por el compartir maravilloso. A las Universidades Públicas que posibilitan proyectos como éste. A mis guías en la profesión: Mónica, Marina y María Inés que me potencian y acompañan. A mi familia -en especial a mi papá: José- por el amor.

      Antonela Prezio

      Según ella el error en el tratamiento de su inteligente amiga

      estaba en los consejos de que olvidara.

      Olvidar era un asunto imposible.

      Lo que había que hacer era encauzarle los recuerdos,

      para que no la mataran, para que la obligaran a seguir viva.

      “La tía Daniela”

      en Mujeres de Ojos Grandes de Ángeles Mastretta

      Sabemos que los discursos sociales son un campo fértil de disputas de sentidos y de luchas por la significación de las palabras y de los mundos que ellas ayudan a construir y describir. A veces, ese mismo campo discursivo experimenta pequeñas revoluciones que se incorporan rápidamente a la vida cotidiana. Una de esa micro-revoluciones se produjo recientemente con la irrupción en la vida social del término machirulo. Un simple hilo de twitter puso en escena ese viejo término registrado en el diccionario. Múltiples acepciones, usos y reformulaciones se escucharon en estos meses connotando creativamente esa palabra. Y la traigo aquí para dar cuenta de las dificultades de la escritura de un prólogo para un libro magnífico cuyo título intimida a cualquier machirulo, categoría entre los que me encuentro y me apropio en varios de sus sentidos.

      No sin cierta perplejidad recibí el pedido de las compiladoras de preparar el prólogo para este libro cuyo título es una declaración política. O mejor dicho la explicitación de una política de conocimiento disruptiva y atrevida tanto para el campo gerontológico, como para los estudios de género. En una comunidad académica (y militante) tan rica y variada configurada en torno a los estudios de género en nuestro país, esta convocatoria además de un honor requiere un fuerte compromiso autoral que me ha implicado no solo académicamente, sino personalmente.

      A fines de 1999 en la defensa de mi tesis doctoral en la Universidad de Granada tuve el honor de que una de mis evaluadoras fuera la Dra. Ana Freixas, a cuyos textos había recurrido y citado para dar cuenta de algunos planteos que me ocupaban. Recuerdo vívidamente cuando cerca de finalizar su exposición de valoración me señaló: “en verdad esta tesis debiera tener otro título, su investigación es sobre las mujeres mayores, sus datos hablan de ellas, sus análisis muestran su sensibilidad interpretativa sobre la experiencia femenina de aprender… pero… ellas están ocultadas en la neutralidad del título”. Y agregó otro estilete discursivo que no recuerdo claramente, pero del que evoco su provocación para que profundizase la mirada de la vejez desde el género y no el género de/en la vejez.

      Ella nunca pudo imaginar el efecto que esa intervención tendría en mi posterior desarrollo como científico social. Ese señalamiento operó como un disparador que me llevaría a lo largo de estas dos décadas a tratar de comprender el modo en que las marcas-de-los-géneros atraviesan y performan la experiencia vital en las edades avanzadas de la vida. Sirva este prólogo como excusa para agradecerle a esta notable feminista psicogerontóloga por haberme provocado intelectualmente.

      En estas décadas hemos podido aprender en la investigación a desandar y deconstruir preguntas, supuestos y modos de pensar la vejez que pre-suponían y pre-disponían hacia ciertos temas. A través de ellos la investigación gerontológica ha amplificado y naturalizado no solo las diferencias, sino las desigualdades que se articulan en la intersección entre género y vejez. El debate social y político sobre los géneros, movilizado por los feminismos, pero también por otros movimientos de la disidencia sexo-genérica nos invitó a superar el binarismo y a dialogar con otrxs sujetxs envejecientes dándole otra densidad y significación a la noción de envejecimiento diferencial.

      Como señalamos previamente, no basta con reconocer la diferencia entre varones y mujeres en tanto lectura demográfica (y binaria) de la población de mayor edad en la sociedad y las temáticas que configuran su experiencia vital. Es necesario comprender cómo sobre esas diferencias reconocibles, se construyen desigualdades, formas específicas de invisibilización, de subordinación y de minorización de unos géneros sobre otros.

      Entre el reconocimiento de la diferencia y el establecimiento de jerarquías opera el poder del régimen heteropatriarcal que “fabrica” -en los cuerpos, las sensibilidades y las representaciones que signan y asignan desigualdades- variadas formas de violentación y minusvaloración de lxs diferentes. En la cúspide de esa estructura simbólica de dominación se encuentra el patrón normativo heterosexual, joven, vigoroso y potente que opera como criterio estructurante, ordenador y jerarquizador de masculinidades, feminidades y otras experiencias identitarias. En esa lectura oblicua de las intersecciones entre el género y la edad, es interesante resaltar que los propios varones mayores pagan el costo de la ideología machista que lesiona, debilita y socava las bases identitarias configuradas desde el modelo de la masculinidad hegemónica.

      Este libro nos ubica en el territorio diverso y heterogéneo de las mujeres mayores y, desde ese lugar sus autoras reponen una serie de cuestiones que se imponen por su relevancia epistemológica y sus derivas analíticas y prácticas. En efecto, un análisis de los campos de estudio de la vejez y del género, revela que en las últimas cinco décadas ambos se han desarrollado por andariveles separados.

      Le debemos a Simone de Beauvoir uno de los aportes seminales más lúcidos y profundos sobre la cuestión de la vejez en las sociedades modernas. Sus herramientas teóricas lograron mostrar el nudo problemático que representaba la vejez como categoría cultural emergente. En las coordenadas temporales más amplias de un proceso social signado por el conflicto en las relaciones generacionales, la vejez se constituyó en la década de los sesenta del siglo pasado como un acontecimiento del orden del saber.

      Los movimientos sociales de ese momento histórico fueron la expresión de un conflicto que atravesaba los consumos culturales, las opciones políticas, las estéticas y los modos de construcción del lazo social. En ese conflicto generacional, los viejos quedaron del lado de lo obsoleto, de lo perimido, de todo aquello que representaba el orden conservador. La potencia, la imaginación y las fuerzas de la transformación quedaron como atributo de la juventud. Los viejos eran los representantes de lo instituido, mientras que a los jóvenes se los invistió de los símbolos de lo instituyente. El programa político de la segunda ola del feminismo se gesta en (y es expresión de) esa brecha generacional.

      En un breve ensayo, Margaret Mead da cuenta del conflicto

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