La gerontología será feminista. Paula Danel

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La gerontología será feminista - Paula Danel Proyectos de investigación

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deseo propio, actualmente enajenado y alienado en los ideales románticos del amor de hija, de madre, de esposa, de abuela.

      La gerontología será feminista en tanto podamos seguir recorriendo caminos compartidos de deconstrucción, más allá y más acá de los territorios radicalizados de las disputas genéricas que dificultan la comprensión y el diálogo comunal.

      La gerontología será feminista porque mientras podamos contar con textos que gesten lenguajes, miradas y herramientas para la comprensión y la acción, las luchas por la igualdad de los géneros y el derecho a la plena realización personal, más allá de las opciones sexo-genéricas, podremos apuntalar las luchas de los cuerpos, las ideas y las palabras.

      Para que la Gerontología sea feminista, nos queda recoger el guante que nos proponen sus autoras. Solo queda entonces dejarse atrapar y agradecer a las autoras por las posibilidades que nos ofrecen de pensar juntos un universo mayor femenino menos desigual, más humano y más igualitario. Una de las autoras trae al texto la categoría decesidad y quisiera recuperarla al cierre de esta apertura. Invito a todes a abordar la lectura del libro con la decesidad de disfrutar del deseo libertario desde el cual se podrán alumbrar oportunidades para las mujeres mayores del presente y del futuro.

      Dr. José Alberto Yuni

      Junio 2019

      Los artículos compilados en este libro versan, a mi juicio, sobre uno de los nudos centrales de la noción de ciudadanía: la heterosexualidad reproductiva como matriz hegemónica que moldea los cuerpos y los derechos. De acuerdo con Guash (2007) la heterosexualidad cumple el cometido de explicar el mundo de los deseos y los afectos. Claro que lo hace de un modo determinado, aquel que piensa, siguiendo al sociólogo español, como universal las relaciones amorosas entre varones y mujeres unidos en matrimonio para la reproducción. Este modelo, el del matrimonio monogámico heterosexual destinado a la reproducción (y por lo tanto, vehículo tanto de la propiedad como de la clase), se consolidó con las revoluciones burguesas del siglo XVIII. Entonces, se produjo la tajante división entre lo público y lo privado, lo productivo y lo reproductivo, los varones y las mujeres. Y emergió la condición ciudadana, es decir, la idea revolucionaria de que todas las personas -diferentes entre sí- serían a partir de ese momento consideradas como iguales ante la ley y, por ende, capaces de gozar de ciertos derechos y libertades. Claro que no todas gozaron de esa conquista en aquel momento. Incluso hoy hay quienes aún no han logrado acceder a la condición ciudadana. Ser ciudadano/a de un Estado implica mucho más que ser un/a sujeto/a de derecho. Es, ante todo, la posibilidad de que la autoridad del Estado –en representación del pueblo- reconozca a las personas como sujetos/as pertenecientes al orden de lo humano, parafraseando a Butler. Ese es el efecto simbólico y es quizás uno de los más importantes de la idea de ciudadanía moderna: el efecto de reconocimiento (Brown, 2014).

      Inicialmente varones no propietarios y mujeres fueron excluidos/as de la condición de individuo categoría clave que se configura en tiempos de la ilustración y es el paso previo para el reconocimiento público como un/a sujeto/a portador/a de derechos. Ellos y ellas, tras un largo batallar lograron acceder a varios derechos (Brown, 2014). No obstante, ni todos ellos y ni todas ellas. Siguieron quedando fuera de la condición ciudadana e invisibilizados/as niños/as y viejos/as.

      En efecto, aun cuando sobre las grietas abiertas al grito de libertad e igualdad universal se conquistaron algunos derechos no contemplados inicialmente, lo que condujo a la inclusión de nuevos sujetos al goce de ciertos derechos, la ciudadanía seguía suponiendo ciertas restricciones que sólo fueron develándose con el correr de los años. Entre ellas la cuestión de la edad fue una categoría clave de la ciudadanía y de la heterosexualidad vinculante. La edad (tanto para niños/as cuanto para viejos/as) fue inicialmente excluida de los debates y los derechos ligados a la condición ciudadana y por ello invisibilizada. Así, aquello que había quedado parcialmente oscurecido comenzó a mostrar sus sombras. Los niños/as comenzaron a ser cada vez más importantes. Lentamente dejaron de ser personas en potencia para ser considerados, al menos en el orden de la ley, como sujetos/as plenos/as de derecho. Con la vejez está ocurriendo un proceso paralelo. El aumento de la esperanza de vida y la mayor longevidad de la población con mayor calidad de vida ha problematizado esa etapa de la vida mucho más allá de una simple espera hacia la muerte tal como los artículos de esta compilación reflexionan en clave mujeril.

      En relación con la ciudadanía, la potestad de gozar de derechos pertenecía tal como selló la gran división al decir de Bobbio (1989) entre lo público y lo privado, fundamentalmente, a quienes gozaban (y gozan de salud) y a quienes producen a partir de su participación activa en el mercado laboral. Las mujeres un poco por eso y otro poco, por su aporte a la reproducción social de la especie también han ido incorporándose al goce de ciertos derechos. Esto siempre y cuando estén en edad de producir y/o reproducir. Ni antes ni después. Tampoco los varones. No obstante, el ser y estar en este mundo pasada la edad productiva/reproductiva será muy diferente para las mujeres que lo que es para los varones, como lo muestran varios de los artículos de esta compilación. A pesar de todo, ellos siguen siendo considerados como sujetos sexuales y activos mucho más asiduamente de lo que ocurre con las mujeres una vez atravesada la pérdida irremediable de la juventud y la entrada indefectible en la vejez a partir de la todavía temida por muchas, arribo de la menopausia.

      Por las condiciones de vida previa y las condiciones de privilegio con las que aún cuentan en el sistema sexo-género imperante, también llegan en mejores condiciones a la etapa considerada improductiva: mejores ingresos y mejores condiciones de salud, aunque vivan menos. De acuerdo con los datos de la Encuesta Nacional sobre Calidad de vida de los Adultos Mayores de 2012, los y las mayores de 65 años constituyen el 10 % de la población total de Argentina. Y, de acuerdo con esa misma fuente la dependencia básica es mayor en las mujeres en cualquier rango etario a partir de los 60 años. Y, en muchos casos, además cuidados por familiares, lo que normalmente significa mujeres; cosa muy diferente a la que les ocurre a ellas, entre otras razones por la mayor sobrevida en relación con los varones y porque las mujeres vuelven a vivir en pareja después de la viudez o la separación en menor proporción que los varones (Indec, 2012).

      Como venimos diciendo, de ese modelo de construcción de la ciudadanía moderna se desprendió la idea de la familia monogámica heterosexual reproductiva como pilar de la sociedad capitalista. Y, junto con ello la idea en su momento muy revolucionaria también de que no era tan importante ya la cantidad de individuos/as que nacieran sino la calidad que los/as mismos/as ostentarán. Y la preocupación entonces pasó de la mujer como una sujeta paridora a la mujer como una madre obstinada y dedicada a la crianza de los/as hijas estableciendo una cadena de anudamientos novedosa entre la gestación, el parto, la lactancia y la crianza. Todas actividades que cada vez más intensamente se fueron desempolvando como responsabilidad de las mujeres ligándolas de manera indisoluble a la maternidad y a los cuidados. Paradójicamente este instinto natural en las mujeres, como el discurso sigue empeñándose en repetir, fue trabajosamente inculcado y enseñado a las mujeres de cuyas cualidades tanto para la maternidad cuanto para los cuidados se desconfiaba ampliamente. No es una casualidad la instrucción que recibían las mujeres desde niñas como preparación para esa tarea que naturalmente les correspondía, que estaba encaminada a maternar, cocinar, coser, tejer, cuidar, todas tareas que cada vez más fueron adquiriendo cierto tinte científico como la puericultura, la enfermería (Ramaccioti, 2019) por ejemplo.

      Entonces aquel modelo de ciudadanía implicaba un nuevo sujeto, una pareja, que cumplía los roles sociales necesarios para desplegar la sociedad capitalista: por un lado, un trabajador y ciudadano que se incorporaba al mundo laboral y público separado del privado y familiar; por otro, una mujer–madre–esposa que se dedicaría a las tareas de reproducción de la especie como hemos dicho antes y por extensión a cualquier actividad de cuidado. En los últimos tiempos esta posición ha variado y desde mitad del siglo XX y sobre todo desde los 70 en Argentina, las mujeres han ingresado al mercado de trabajo sin miras de volver a casa (Wainerman, 2003).

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