Torbellino de emociones. Jennifer Taylor

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Torbellino de emociones - Jennifer Taylor Bianca

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niña asintió y le dio la mano para que la llevara a la camilla. Él la ayudó a sentarse y le dijo algo que hizo que la niña sonriera. Entonces, él se volvió a Elizabeth y le preguntó con voz neutra:

      –¿Quieres examinarla?

      Elizabeth cruzó la habitación, preguntándose lo que tenía que ver aquellos tonos tan diferentes de voz con la imagen sofisticada y fría que se había hecho de él el día de la entrevista y le resultó imposible. Aquello le hizo pensar si el doctor Sinclair sería otra cosa de lo que parecía a simple vista.

      –¿Ves? El sarpullido ha cambiado de color –dijo él, colocando a la niña sobre el costado para luego señalar una zona encima de la cintura–. ¿Elizabeth? –añadió él, al ver que ella no respondía.

      –Sí, lo veo.

      Al estudiar la zona en cuestión, Elizabeth vio que la mayor parte del tronco y de las extremidades de la niña estaban cubiertos de puntos rojos, pero en algunas zonas, los puntos habían adquirido un color púrpura y se habían hecho mayores. Al mirarle la espalda, vio que ocurría lo mismo.

      –Ya veo lo que querías decir. ¿Crees que se trata de algún tipo de infección o será una reacción a algo que ha comido o con lo que ha estado en contacto? Algunas veces, eso es lo que produce este tipo tan virulento de sarpullidos.

      –Ya había pensado en eso, pero no explica la prolongada fiebre ni la inflamación de las glándulas linfáticas y del bazo –respondió James–. Lo más probable es que sea algún tipo de infección, pero tengo el presentimiento de que es algo más que eso.

      –¿Qué te parece que hagamos? –preguntó Elizabeth–. ¿Un análisis de sangre?

      –Creo que sí. Necesitamos saber qué es lo que está causando esa erupción para que podamos tratarla eficazmente. No me gustaría dejar ningún cabo suelto, especialmente en mi primer día de trabajo –añadió él, sonriendo a Elizabeth.

      –¿Qué le parece que es, doctor Sinclair? –preguntó Annie–. Espero que no sea nada contagioso. Le dije a la profesora de Chloe que sólo se trataba de un sarpullido, pero ella no me permitió que la dejara en el colegio. ¡Vaya con los niños! ¿Quién los entiende? Si no es una cosa, es otra, especialmente con ésta…

      –No sé exactamente lo que le pasa, señora Jackson, por eso nos gustaría hacerle un análisis de sangre. Sin embargo, no creo que Chloe debiera ir al colegio, ya que, aunque no fuera contagioso, no se encuentra bien. Si quiere sentarse a Chloe en las rodillas –añadió él, tomando una jeringuilla–, voy a tomarle una muestra de sangre.

      –¡Oh! No estoy segura de eso, doctor –exclamó Annie, mirando aterrada a la jeringuilla–. Nunca me han gustado las agujas. Sólo con mirarlas, me pongo mala.

      –Entonces –suspiró James–, tal vez sea mejor que usted se siente para que la doctora Allen y yo nos encarguemos de todo.

      No tardaron nada en conseguir la muestra de sangre. Chloe se portó como un ángel, sin protestar siquiera cuando James le extrajo la sangre. Cuando acabaron, él levantó a la niña de la camilla.

      –Ojalá todos mis pacientes fueran tan buenos como tú, Chloe. Has sido realmente valiente –le dijo a la niña mientras le acariciaba el pelo.

      Chloe lo miraba con adoración, por lo que Elizabeth tuvo que sonreír mientras le ponía una tirita en el brazo. Resultaba evidente que a James se le daban bien los niños, y se dio cuenta de que tampoco se había esperado aquello, lo que confirmó sus sospechas de que su primera impresión sobre él no había sido todo lo exacta que ella había creído.

      –Vale, le daré una receta para penicilina, que Chloe debe tomar como se le indica. Veo que ella lo ha tomado antes y no le dio ninguna reacción –dijo James.

      –No, pero, ¿cuándo puedo mandarla al colegio? –preguntó la mujer, poniéndole a la niña el abrigo bruscamente–. ¡Me sigue a todas partes, por lo que no puedo tener ni un minuto de paz en todo el día!

      –Téngala en casa hasta que la erupción desaparezca. Hasta que estemos seguros de que no es contagioso, es lo más sensato –replicó James secamente–. Pasarán entre cinco días y una semana antes de que tengamos los resultados del análisis, pero le llamaremos en cuanto los recibamos. Mientras tanto, asegúrese de que Chloe descansa mucho y si le sube la fiebre, mójele la frente y dele muchos líquidos. Sin embargo, si ocurre algo, no deje de llamarme e iré al verla enseguida.

      –De acuerdo, doctor Sinclair, aunque sigo creyendo que es una exageración no llevarla al colegio –le espetó la mujer, mientras salía por la puerta arrastrando a la niña, que miró a James como pidiendo ayuda, pero no dijo nada.

      –Un momento, señora Jackson –le gritó James, dirigiéndose hacia la puerta y arrodillándose delante de Chloe–. Casi se me olvidaba que te había prometido una recompensa por ser tan buena chica. Eso es por ser mi paciente estrella.

      –Gracias –susurró la niña tímidamente, acariciando suavemente la brillante estrella que él le había prendido en el viejo abrigo.

      –De nada, Chloe –dijo él, despidiéndose cariñosamente de la niña–. ¡Qué mujer! –exclamó con exasperación al cerrar la puerta.

      –Sé lo que quieres decir –sonrió Elizabeth, aliviada de estar de acuerdo con él en algo–. Annie nunca va a ganar el título de «Madre del Año». Sin embargo, para ser justos, hace lo que puede y no tengo ninguna duda de que ama a sus hijos, pero a su manera. El problema es que ella era poco más de una niña cuando tuvo el primero y luego vinieron cuatro más.

      –Eso pasa a menudo. Los que menos preparados están, tienen más –dijo él, mirándola con curiosidad–. ¿Y tú Elizabeth? ¿Tienes familia? ¿Estás casada? Nunca llegamos a hablar de eso en las entrevistas, recuerdo que alguien mencionó que la esposa de David había muerto hacía poco, pero no se mencionó nada de ti.

      –No, no tengo hijos ni estoy casada –respondió ella, algo tímida por revelar algo personal.

      –¿Divorciada?

      –¡Claro que no! –exclamó Elizabeth, intentando, a duras penas, mantener la sonrisa.

      –Entonces, tal vez estás comprometida –continuó él, mirándole la mano–. Pero no veo anillo, aunque muchas personas no se preocupan de eso hoy en día. La mayoría de las parejas prefieren vivir juntas hasta que les surge la necesidad de fijar el «gran día» y entonces empiezan a pensar en comprar los anillos.

      Elizabeth lo miró, preguntándose por qué le estaba molestando tanto aquel interrogatorio. Era la extraña manera en la que James la miraba… como si su respuesta realmente le importara.

      –Yo no estoy comprometida y tampoco estoy viviendo con nadie –le espetó ella–. No creo que ése fuera un comportamiento adecuado para mi posición.

      –¿Crees que las buenas gentes de esta ciudad se escandalizarían? –preguntó James, riendo, aunque parecía haber cierto tono de satisfacción en su voz–. Venga ya, Elizabeth, a nadie le importaría eso hoy en día.

      –Tal vez en Londres no, pero las cosas son muy diferentes por aquí –replicó ella–. Tal vez lo deberías tener en cuenta.

      –No te preocupes. Trataré de no darle mala

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