Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten. Victoria Dahl
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–Sí.
Jamie cambió la pierna de postura para poder deslizarla contra la de ella. El brillo de excitación que centelleó en los ojos de Olivia fue inconfundible.
–Me resulta raro llamarte señorita Bishop cuando se supone que hoy soy yo el que tiene que enseñarte.
–Eso es porque no deberías llamarme así nunca y lo sabes.
–De acuerdo, entonces, te llamaré Olivia.
Alargó la mano hacia las copas de champán y le tendió una, aprovechando la oportunidad para acercarse un poco a ella. En aquel momento, su pantorrilla descansaba de la forma más natural contra la de Olivia.
–Tienes un nombre precioso. Creo que nunca he conocido a nadie que se llame así. Y en la cervecería conozco a mucha gente.
–Es un poco anticuado –suspiró.
–Es muy bonito –insistió Jamie.
No añadió que le quedaba perfecto. A Olivia no le habría gustado porque era cierto que era un nombre un tanto anticuado y aquella era la razón por la que le quedaba bien.
Suspirando, se hundió un poco más en el agua y bebió un sorbo de champán. Tenía una expresión relajada. Soñadora. Y el vapor le coloreaba de rosa las mejillas.
Jamie le acarició la sien, apartando un mechón de pelo pegado a su piel humedecida. Cuando Olivia se volvió hacia él, le acarició el labio inferior con el pulgar, adorando la suavidad de aquella carne. Ella le miró expectante, todo su nerviosismo parecía haberse disuelto en el agua. Y Jamie ya no era capaz de aguantar ni un segundo más.
La besó, manteniendo la mano en su hombro mientras se deslizaba a su lado. Y fue extraño, porque allí, en aquel calor, fue como si sus cuerpos estuvieran participando en el beso. Todo el cuerpo de Olivia estaba tan húmedo y caliente como su boca en aquel momento. Cuando ella deslizó la mano por sus hombros, la caricia fue tan sensual como lo habría sido la de su lengua. Y cuando presionó la rodilla contra su muslo, resbaló por su piel.
Jamie intentó tomarse las cosas con calma, pero Olivia asaltó su boca y hundió los dedos en su pelo para acercarle a ella y Jamie tuvo que controlarse para no abalanzarse sobre ella. Su mano aterrizó en su cadera y los dedos se curvaron de forma natural para sostenerla. Y, entonces, la palma comenzó a trepar por su costado, explorando su cuerpo y acercándola a él.
Al principio, Jamie pensó que era solo la presión del agua lo que sentía contra él, hasta que se dio cuenta de que Olivia estaba deslizando la rodilla entre sus muslos. Jamie intentó encontrar un equilibrio imposible entre acercarse más a ella y guardar las distancias. Un segundo después, su capacidad de control estaba tan dañada que terminó hecha trizas y ahogándose en el agua. Olivia estaba intentando profundizar el beso y le rozó el miembro con el muslo porque tenía la pierna cada vez más encajada entre las suyas.
La oyó emitir un leve sonido. Un susurro de sorpresa o de placer, Jamie no estaba seguro porque su mente estaba ocupada con la sensación de la piel de Olivia contra su sexo y sus propias manos explorando su espalda. Olivia estaba desnuda. Cada centímetro de su piel estaba húmedo y disponible. Alzó las manos hasta su cuello y fue descendiendo milímetro a milímetro, siguiendo el camino marcado por su columna, hasta llegar a la base. Allí extendió las manos, le moldeó las nalgas y la sostuvo por las caderas.
En aquella ocasión, Olivia gimió más alto y Jamie no tuvo problema alguno para interpretar aquel sonido.
La hizo reclinarse contra él. Le encantaba que su respiración estuviera tan agitada como la suya. Posó la boca en su cuello mientras ella se aferraba a su cabeza. La echó después hacia atrás y la alzó por las caderas, obligándola a permanecer erguida para poder verla. Olivia tenía los ojos cerrados y los labios entreabiertos y Jamie siguió el curso de las gotas de agua que se deslizaban desde su cuello hasta sus senos desnudos. Le besó la clavícula y siguió después el camino del agua con los labios. Cuando cerró los labios sobre el pezón, Olivia jadeó con tal intensidad que temió haberle hecho daño. Pero entonces hundió los dedos en su pelo para estrecharle contra ella y él gimió en señal de aprobación.
Tenía unos senos tan pequeños que su mano apenas se curvó al posarse sobre ellos, pero eran de una sensibilidad extraordinaria. Cuando dibujó la aureola con la lengua, a Olivia le temblaron las manos. Y cuando le acarició el pezón con los dientes, sollozó. Era asombroso. Jamie podría haber pasado horas haciendo aquello, intentando arrancar de su boca todos los sonidos imaginables de placer. Era un bonito juego, encontrar los lugares que más placer le producían. Hasta la caricia de la lengua por la blanca piel del lateral de su seno la hizo suspirar. Jamie continuó provocándola antes de volver a cerrar los labios sobre el pezón.
–No puedo… –jadeó Olivia.
Jame dejó que el pezón se deslizara de entre sus labios con tal lentitud que Olivia gimió.
–Ya no aguanto más.
–Bien, en ese caso, será mejor que te sientes –le propuso Jamie.
Olivia colocó la rodilla en el asiento que tenía Jamie junto a su cadera y levantó la otra pierna para sentarse a horcajadas sobre él.
Durante una décima de segundo, Jamie consideró la posibilidad de deslizarse en su interior. Bastaría con que la instara a bajar las caderas para hundirse en ella, porque jamás había deseado nada con tanta intensidad. Nada. Ninguna mujer, ninguna fantasía le había llevado nunca a tal grado de desesperación.
Olivia bajó la mirada hacia él. El pelo húmedo se pegaba a su cuello en bucles oscuros. Abría los ojos de tal manera que Jamie podría haberse hundido en ellos. Su pecho se elevaba y descendía al ritmo de sus jadeos mientras aguardaba expectante.
–Mierda –musitó Jamie, y la abrazó para besarla.
Su miembro quedó atrapado entre ellos, presionando el vientre de Olivia. Cada vez que esta respiraba, provocaba un placer ardiente en su sexo. No podía dejar de pensar en lo que sentiría estando dentro de ella. Se enredó el pelo de Oliva en la mano y la besó con fuerza.
Olivia, excitada, le clavó las uñas en los bíceps mientras se retorcía contra él. El mundo entero de Jamie se transformó en una ola de palpitante deseo. Posó una mano en su muslo y deslizó los dedos a lo largo del rincón en el que se unían estos. La acarició, adorando cómo se retorcía contra él y provocándola hasta hacerla sollozar.
Justo cuando estaba a punto de hundir los dedos en su interior, el mundo se detuvo. Todo se detuvo. Los dos se quedaron paralizados, mirándose impactados.
Jamie no tenía la menor idea de cuánto tiempo llevaban juntos en el jacuzzi, pero se había olvidado de prolongar el tiempo del temporizador. Rugió en sus oídos aquel repentino silencio. El agua se aplacó y quedó convertida en un plácido estanque.
Olivia abrió los ojos y miró a su alrededor como si acabara de recordar dónde estaba.
–¡Ay! –exclamó.
Jamie sintió el susurro de aquella exclamación como una caricia de aire frío en la mejilla.
Tomó aire y deslizó los dedos sobre la tensa perla del clítoris.
–Ay –repitió ella, arqueando las caderas contra él.