Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten. Victoria Dahl

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Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten - Victoria Dahl Tiffany

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Parecía demasiado grande para el pequeño espacio que se esperaba que ocupara un estudiante.

      Arqueó las cejas y ella volvió a sonrojarse. Se alisó la falda, en un esfuerzo por secarse el sudor de las manos.

      –¿Ya puedes atenderme? –le preguntó.

      Durante una décima de segundo, Olivia se imaginó sentándose encima de él. Se levantaría la falda y recrearía el encuentro del jacuzzi en el aula. A lo mejor Jamie le desgarraba la camisa, haciendo volar los botones, para poder posar su boca sobre ella otra vez.

      Olivia tragó con fuerza y cerró el ordenador.

      –Sí, ya puedo.

      Se dirigió hacia su despacho con la espalda ardiendo al saber que Jamie la seguía. Jamás se había sentido así. Como si tuviera hasta el último nervio a flor de piel. Como si la mera caricia de un hombre en el brazo pudiera hacerla gritar de placer. Pero no de cualquier hombre…

      Cuando llegaron a su despacho, Jamie alargó la mano para abrirle la puerta y la acarició con el brazo. Ella contuvo la respiración, sintió que el vello se le erizaba y la piel le ardía.

      –¡Dios mío! ¡Qué bien hueles! –susurró Jamie.

      Cuando abrió la puerta, se presionó contra la espalda de Olivia.

      Olivia se estremeció con fuerza y esperó que Jamie no lo notara. Pero cuando rodeó el escritorio, descubrió que tenía la mirada fija en sus senos. Los pezones se irguieron e imaginó que debían de ser visibles bajo la camisa y el jersey.

      Jamie ya no sonreía.

      Olivia no pudo evitar preguntarse qué pasaría si cerrara la puerta con cerrojo. ¿Querría volver a hacer el amor con ella? Era imposible que la deseara tanto como él, pero, al menos, la deseaba. Eso era evidente.

      Sin embargo, por mucho que Olivia hubiera cambiado, no se había transformado en una persona diferente. No era capaz de acostarse con alguien en su despacho. No podía. En cualquier caso, estaban allí para que ella cumpliera con su parte del compromiso. Jamie podía disfrutar del sexo donde quisiera. Lo que necesitaba de ella era un consejo.

      Olivia dejó el portátil en el suelo para despejar la mesa y señaló la zona que acababa de quedar liberada.

      –Enséñame lo que tienes –le pidió a Jamie.

      Por un instante, Jamie pareció sobresaltarse.

      –Me refiero al proyecto –le aclaró.

      –¡Ah! El proyecto. Estaba pensando en otra cosa.

      Olivia intentó con todas sus fuerzas no emocionarse demasiado. Era un hombre. Por supuesto, pensaba mucho en el sexo. Seguramente tanto como antes de haberla conocido.

      Jamie se pasó la mano por el pelo y bajó la mirada antes de levantarse de nuevo para acercarse a la puerta.

      –¿Te importa que cierre? Me siento…

      –Claro, no pasa nada.

      Una vez estuvo la puerta cerrada, se sentó y comenzó a sacar papeles de su bolsa. Montones de papeles. Algunos de tamaños estándares y otros que recordaban de forma sospechosa a servilletas de la cervecería Donovan Brothers.

      Olivia no fue consciente de lo nervioso que estaba hasta que le vio manejar con tanta torpeza los papeles que la mitad terminaron en el suelo.

      –Lo siento, es solo… –recogió el último de los papeles caídos, lo colocó sobre el resto y presionó el montón–. Es la primera vez que le enseño esto a alguien.

      Olivia recordó en aquel momento su preocupación por el tamaño de sus senos y se quedó muy quieta, intentando sofocar una risa muy poco oportuna. Una vez superada la risa, asintió.

      –Sé hasta qué punto puede ser algo íntimo y personal un proyecto. La gente considera los negocios como algo árido, como entidades que solo sirven para ganar dinero. Pero un negocio puede ser algo tan significativo como cualquier otra forma de expresión.

      –Sí, supongo que sí –mantuvo las manos sobre sus documentos.

      Olivia inclinó la cabeza y Jamie por fin transigió.

      –De acuerdo. Permíteme dejar algo claro desde el principio. No quiero crear un nuevo negocio. Quiero trabajar con lo que ya hemos construido. La cervecería es un espacio cercano. Yo hablo con cada una de las personas que cruza la puerta de la cervecería. No quiero una expansión que suponga tener que atender cincuenta mesas más. De hecho, creo que lo mejor sería venderles el proyecto a mis hermanos como algo que encaja con lo que ya tenemos.

      –De acuerdo.

      –Así que…

      –Jamie –Olivia posó la mano en su brazo–, no tienes por qué estar tan nervioso.

      –Lo sé –asintió, inclinó la cabeza y le tendió los papeles.

      –Antes quiero que me cuentes qué idea tienes.

      Jamie parecía no saber qué hacer con las manos tras haberse quedado sin los documentos para apoyarlas.

      –La idea que tengo es… –tras hacer una pausa, se aclaró la garganta y volvió a intentarlo–. Estoy pensando que en todas las cervecerías a las que voy ofrecen el mismo menú. Sándwiches y patatas fritas. O platos presentados con salsas hechas con cerveza. O helados hechos con cerveza negra.

      Olivia tuvo problemas para no esbozar una mueca de repugnancia.

      –Son buenos menús. Pero, aunque quisiera hacer algo parecido, en la cocina no tenemos espacio para algo así.

      –Muy bien.

      –Así que estaba pensando en pizzas. Pero no como las pizzas a domicilio, sino pizzas artesanas con mozzarella fresca, hojas de albahaca y salsas caseras. Y, en vez de hacer comidas con cerveza, podríamos ofrecer cervezas para acompañar a cada una de las pizzas. Por ejemplo, una pizza picante puede combinarse con una pilsner. Otra que lleve mucha carne podría maridar con la porter. Y el queso feta es perfecto para una India pale ale.

      Se interrumpió de pronto, como si temiera haber hablado demasiado. Pero Olivia no supo cómo llenar aquel silencio. Estaba tan impresionada que no sabía qué decir.

      –Pero es solo una idea –se precipitó a aclarar Jamie.

      –Bueno, yo… ¡Caramba!

      Jamie bajó la mirada y la clavó en sus manos abiertas.

      –Creo que es una idea asombrosa. De verdad. Es original, pero asequible y fácil de llevar a cabo. Creo que a tus clientes les encantará y que atraerás a un nuevo público que busque un lugar en el que comer algo con la cerveza.

      –¿Sí? –Jamie comenzó a sonreír y cuando Olivia asintió, esbozó una enorme sonrisa–. ¿Te gusta?

      –Sí, me gusta. Y no solo es un concepto genial, sino que no vas a necesitar una enorme cocina industrial para llevarlo a cabo.

      –Exacto

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