Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten. Victoria Dahl
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Читать онлайн книгу Lo que hacen los chicos malos - Los hombres de verdad… no mienten - Victoria Dahl страница 31
–Dímelo a mí.
–Sabía que me comprenderías.
Jamie asintió y Wallace le apretó los hombros con delicadeza.
–Siento haberte gritado. El problema es que estoy un poco tenso. A lo mejor necesito un poco de ejercicio –le guiñó el ojo.
–Eh… ¿Wallace? –Jamie se aclaró la garganta.
–¿Sí?
–¿Estás intentando ligar conmigo?
–¿Qué?
Jamie desvió la mirada hacia su hombro y hacia la mano enorme que lo cubría.
Wallace aflojó la presión de la mano.
–¡Qué dices, tío! –ladró, echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada brutal.
–¿Qué pasa? –preguntó Jamie con dureza. La única respuesta de Wallace fue una palmada en la espalda que estuvo a punto de tumbarle–. ¿Qué te parece tan gracioso?
–Tú…
Jamie se cruzó de brazos.
–¿Yo qué?
–Me temo que no eres mi tipo, ¿no te parece?
–Bueno… –Jamie frunció el ceño–, supongo que no.
–¡Supongo que no! –repitió Wallace riendo.
–Tío, a mí no me parece tan gracioso –insistió Jamie.
–¡Eh, vamos!
Le dio otra palmada en la espalda, pero, en aquella ocasión, Jamie estaba preparado y solo tuvo que dar un paso hacia delante. Bajó la mirada hacia sus brazos con el ceño fruncido.
–¿Sabes una cosa? –le dijo Wallace–. Voy a darte las gracias por haberme alegrado el día. Pero, aunque me sintiera atraído por ti, no estaría bien, porque eres mi jefe.
–Bueno, claro… –comenzó a decir Jamie.
–No quiero complicar todavía más mi vida sentimental. Pero gracias.
Había cruzado ya media habitación cuando Jamie asimiló lo que acababa de decirle, «¿gracias?».
–¡Eh…!
Wallace se despidió de él con la mano antes de desaparecer en el taller y cerrar la puerta sin dejar de reír.
–¿Qué demonio? –musitó Jamie.
Todavía estaba ardiendo de vergüenza, aunque la mitad de su turbación se debía a que no sabía qué le había afectado más, si que Wallace le hubiera acusado de querer ligar con él o el hecho de que le hubiera rechazado de plano.
–Es ridículo –farfulló.
No podía estar molesto porque su inexistente propuesta hubiera sido rechazada. Aquello era una locura. Y debería alegrarse de no ser el tipo de Wallace. Aquel hombre siempre salía con personas menudas y delicadas, con independencia de su género. Y, gracias a Dios, él no entraba en ninguna de aquellas categorías.
Descolocado por aquella conversación, Jamie comenzó a girar lentamente, sin entender, durante unas décimas de segundo, qué estaba haciendo en medio de la cocina con un lápiz en la mano.
–Sí. Tomar medidas –aun así, miró confundido a su alrededor una vez más antes de volver a concentrarse en los números.
En cualquier caso, había tomado todas las medidas. Ya solo necesitaba hacer unas cuantas llamadas para preguntar por el horno para pizzas.
Olivia le había puesto deberes, nada más y nada menos, así que también él le había puesto algunos. Ella se había mostrado más que un poco reticente ante la idea de salir a cenar a las nueve.
–¿A las nueve? –había preguntado–. Pero es…
–¿Muy tarde?
–Mira, he salido hasta después de las diez en muchas ocasiones. Esto es una tontería.
–Perfecto. Pues seré tonto. Quedamos a las nueve.
Fuera o no una tontería, Olivia parecía preocupada por la hora a la que habían quedado y aquello hizo sonreír a Jamie mientras avanzaba por el pasillo que conducía hacia las oficinas de la cervecería. Él se había ofrecido a quedarse con el despacho más pequeño porque pasaba la mayor parte del día en la barra, pero no podía evitar pensar que aquella era la representación de su parte de responsabilidad en el negocio. Con un poco de suerte, el despacho pronto se le quedaría pequeño y podría quejarse con motivo de la falta de espacio. Sí, esperaba que ocurriera pronto, pero, de momento, la poca documentación que tenía no llenaba ni de lejos el espacio disponible.
–¿Jamie?
Jamie se quedó petrificado. Después, retrocedió hasta el despacho de Eric.
–Te he oído discutiendo con Wallace. ¿Qué estás haciendo aquí? El martes es tu día libre.
–Solo quería revisar unas cosas –sentía el peso de la cinta métrica en el bolsillo como si fuera de plomo.
–¿Wallace se ha tranquilizado?
Jamie entrecerró los ojos, buscando algún indicio de burla en el rostro de su hermano, pero no encontró ninguno. A lo mejor no había oído aquella parte de la conversación.
–Sí, ya está bien.
–Perfecto. ¿Y tú? ¿Qué tal llevas su rechazo?
–Vete al infierno.
–¡Eh! –le llamó Eric cuando Jamie comenzó a avanzar a grandes zancadas hacia su despacho–. Espera un momento, quiero hablar contigo.
Apretando los dientes, Jamie regresó hasta la puerta de su hermano.
–Lo digo en serio –dijo Eric–. Quiero que hablemos de Tessa.
Aquello borró de golpe toda la indignación de Jamie.
–¿Por qué? ¿Qué ha pasado?
–No ha pasado nada. Es solo que… ¿Tú crees que estará bien? ¿Crees que le irá bien viviendo con Luke?
–No lo sé, tío. Eres tú el que le ha dicho que adelante. Pensaba que te parecía bien.
–No es que me parezca bien. Pero tiene veintisiete años y la casa es suya. Puede hacer lo que quiera.
–Lo hará de todas formas, pensemos nosotros lo que pensemos –gruñó Jamie.
–Exacto.
En lo único que habían estado siempre de acuerdo había sido en todo lo relacionado