Amor en carnaval. Trish Morey

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Amor en carnaval - Trish Morey страница 6

Автор:
Серия:
Издательство:
Amor en carnaval - Trish Morey Bianca

Скачать книгу

luego tienes que ir disfrazada, por supuesto. Aunque el disfraz me lo he hecho yo misma, he tenido que comprar la tela.

      –¿A eso te dedicas, Rosa? –le preguntó Vittorio cuando volvieron a dirigirse hacia el palazzo–. ¿Eres diseñadora de moda?

      Ella se rio.

      –Qué va. Ni siquiera coso bien. Limpio habitaciones en el Palazzo d’Velatte, un hotel pequeño de Dorsoduro. ¿Lo conoces?

      Vittorio negó con la cabeza.

      –Es mucho más pequeño que esto, pero muy elegante.

      Los escalones los llevaron a unas puertas antiguas de madera que se abrieron ante ellos, como si quien estuviera dentro hubiera anticipado su llegada.

      Rosa alzó la vista para mirarlo.

      –¿Has logrado acostumbrarte a visitar a tu amigo en un lugar tan majestuoso?

      Vittorio sonrió y dijo:

      –Venecia es bastante especial. Se tarda un poco en acostumbrarse a ella.

      Rosa miró las enormes puertas y la luz que se filtraba desde el interior y aspiró con fuerza el aire.

      –A mí me está costando «mucho» acostumbrarme.

      Cuando entraron en el vestíbulo del palazzo, a Rosa se le salieron los ojos de las órbitas. ¡Y a ella que le parecía elegante el hotel donde trabajaba! Este sí que era un palacio de verdad, lujosamente decorado con techos imposiblemente altos cubiertos de frescos y relieves dorados e impecablemente decorado con muebles que parecían piezas de antigüedad únicas. De algún lugar situado arriba se escuchaba el sonido de un cuarteto de cuerda que descendía por la espectacular escalera. Y Rosa se dio cuenta de que el hotel en el que trabajaba era un lugar decadente y… podrido. Un mero suspiro de lo que intentaba emular. Otro portero dio un paso adelante, saludó con una inclinación de cabeza y liberó a Rosa y a Vittorio de los abrigos.

      –Esto es precioso –susurró ella mirando todo con los ojos muy abiertos, frotándose los brazos desnudos bajo la luz de la enorme araña de cristal de Murano, iluminada con al menos cien bombillas.

      –¿Tienes frío? –le preguntó él recorriéndola con la mirada, desde el corpiño ajustado hasta la falda con aquel bajo tan poco apropiado para el clima.

      –No.

      No era frío. La piel de gallina no tenía nada que ver con la temperatura. Más bien se trataba de que, sin la capa y sin la semioscuridad del exterior que la protegía de su mirada, se sentía de pronto expuesta. Loca. Le había encantado cómo había quedado el diseño de su disfraz, se sentía muy orgullosa de su esfuerzo tras tantas noches cosiendo, y estaba deseando ponérselo aquella noche.

      –Estás muy sexy –le había dicho Chiara aplaudiendo cuando Rosa giró delante de ella–. Todos los hombres del baile harán cola para bailar contigo.

      Se había sentido sexy, y un poco más traviesa de lo que estaba acostumbrada. Al menos antes. Pero, en aquel momento, deseaba tirar del corpiño hacia arriba para taparse más los senos y también hacia abajo para cubrirse las piernas.

      En un lugar así, donde la elegancia y la clase rebosaban desde los frescos, las arañas de cristal antiguas y la miríada de superficies de mármol, se sentía como una baratija. Vulgar. Se preguntó si Vittorio se estaría arrepintiendo del impulso de haberla invitado. ¿Sería consciente de lo fuera de lugar que estaba?

      Sí, se suponía que iba disfrazada de cortesana, pero en aquel momento lamentó no haber elegido una tela más cara o un color más sutil. Algo con clase, que no fuera tan obvio. Algo que mostrara al menos un poco de decencia y modestia. Pero Vittorio no la estaba mirando con desprecio ni como si la encontrara fuera de lugar. La miraba con algo en los ojos. Una chispa. Una llama. Calor.

      Y de pronto sintió que aquella sensación en el vientre que había cobrado vida aquella noche le tiraba todavía más.

      –¿Has dicho que te hiciste tú misma el vestido? –le preguntó Vittorio.

      –Sí.

      –Tienes mucho talento. Solo le falta una cosa.

      –¿A qué te refieres?

      Pero Vittorio ya le había puesto las manos en la cabeza. La máscara, cayó Rosa. Se le había olvidado por completo. Y ahora él se la colocó por el pelo, ajustando la corona de modo que quedara recta antes de estirarle el encaje del velo delante de los ojos.

      Rosa no movió un músculo para intentar detenerlo y hacerlo ella misma. No quería que parara. Porque el suave roce de sus dedos en la piel le provocó una reacción en cadena de escalofríos en el cuero cabelludo, hipnotizándola de tal modo que no podía actuar.

      –Ya está –dijo él apartándole las manos de la cabeza –perfecto.

      –¡Vittorio!

      Una voz masculina resonó desde lo alto de las escaleras, salvándola de dar una respuesta cuando no tenía ninguna.

      –¡Has llegado!

      –¡Marcello! –respondió Vittorio a viva voz–. Te prometí que vendría, ¿verdad?

      –Contigo nunca se sabe –dijo el hombre bajando las escaleras de mármol de dos en dos.

      Iba vestido de arlequín en tonos negro y dorado. Cuando llegó abajo Vittorio y él se abrazaron brevemente.

      –Qué alegría verte –dijo el arlequín–. Y veo que has venido acompañado –sus labios se curvaron en una sonrisa–. Bienvenida, hermosa desconocida. Me llamo Marcello Donato.

      El hombre era imposiblemente guapo. Tenía la piel aceitunada, ojos oscuros, boca sensual y pómulos altos. Pero fue la calidez de su sonrisa lo que hizo que a Rosa le cayera bien al instante.

      –Yo soy Rosa.

      Marcello le tomó la mano para acercarla más a sí y la besó en ambas mejillas.

      –No nos conocemos, ¿verdad? –dijo al soltarla–. Estoy seguro de que me acordaría.

      –Yo mismo acabo de conocer a Rosa –reconoció Vittorio antes de que ella pudiera responder–. Estaba perdida en la niebla y no sabía cómo llegar a su fiesta, y me pareció injusto que se perdiera la mejor noche del carnaval.

      Marcello asintió.

      –Una injusticia de proporciones masivas. Bienvenida, Rosa. Me alegro de que hayas encontrado a Vittorio –dio un paso atrás y los observó detenidamente–. Hacéis una buena pareja. El guerrero fiero que protege a la princesa a la fuga… lo siento, soy un romántico.

      –¿Y de qué huye la princesa? –preguntó Rosa con cierta sorna.

      –Eso es muy fácil –respondió Marcello–. De una serpiente maligna. Pero no te preocupes, Vittorio te protegerá. No hay serpiente en la tierra capaz de vencerlo.

      Los dos hombres se miraron de una manera cómplice.

      –¿Qué me estoy perdiendo?

Скачать книгу