Amor en carnaval. Trish Morey
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Subieron juntos las escaleras a la zona de recepción del palazzo, que estaba a un nivel superior de las aguas del canal. Rosa se fijó en que aquella planta era todavía más opulenta y más impresionante que la anterior, con sus techos altos, las lámparas de araña de cristal y las ventanas ornamentales con vistas a lo que parecía ser el puente Rialto a la derecha. Y en ese caso…
Rosa miró a través de la niebla y de pronto se hizo la luz en su mente.
–¡Estamos en el Gran Canal!
Marcello se encogió de hombros y sonrió antes de perderse entre la gente. Rosa sintió una punzada de alegría. Vittorio había sido muy amable pidiéndole que le acompañara, pero la realidad era que ya no estaba perdida. Se giró hacia él.
–Ya sé dónde estoy. No estoy perdida. Sé volver a casa desde aquí.
Vittorio se giró hacia ella, le puso las manos en los hombros y la miró fijamente.
–¿Estás buscando una razón para escapar?
Una sonrisa pícara asomó a sus labios. Se estaba burlando de ella, y Rosa se dio cuenta de que no le importaba, porque al ver su sonrisa sentía que estaba capturando algo único y auténtico.
–No, no es eso…
Vittorio alzó una ceja.
–¿Por qué tienes tantas ganas de huir de mí?
Estaba equivocado. No tenía ganas de huir de él, pero se sentía fuera de lugar con un hombre como él, que era mayor que ella, tenía más mundo y se movía en círculos de gente que tenía palazzos. Un hombre que le alteraba la sangre y le despertaba punzadas en el vientre, cosas que no estaba acostumbrada a sentir.
–Me has invitado a esta fiesta porque estaba perdida y has sentido lástima de mí.
Vittorio resopló.
–Yo no hago las cosas por lástima, las hago porque quiero. Te he invitado porque me ha apetecido –le apretó ligeramente los hombros–. Así que en lugar de intentar buscar las razones por las que no deberías estar aquí, ¿por qué no disfrutas del momento?
–Brindemos –dijo Marcello llegando con tres copas de champán y dándoselas–. Por el carnaval.
–Por el carnaval –repitió Rosa alzando la suya.
–Por el carnaval, y por la niebla veneciana que nos trajo a Rosa –murmuró Vittorio mirándola con sus profundos ojos azules.
Rosa supo en aquel momento que aquella noche no duraría para siempre y se le haría muy corta, pero que pasara lo que pasara, la recordaría para siempre.
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