Marido de conveniencia. Jacqueline Baird
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 1999 Jacqueline Baird
© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Marido de conveniencia, n.º 1082 - septiembre 2020
Título original: A Husband of Convenience
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1348-687-1
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Índice
Capítulo 1
LO SIENTO, Josie, pero Charles ha muerto.
–¡No puede ser…! ¡Si estoy embarazada! –exclamó Josie, recorriendo la habitación con frenética mirada, ajena al estupefacto silencio originado por su declaración.
Su padre estaba sentado en un sofá, el Mayor Zarcourt tras su escritorio, pero no había rastro alguno de Charles Zarcourt. Al cabo de unos instantes, su cerebro registró la mirada de sorpresa de su padre y comprendió horrorizada lo que acababa de decir en voz alta. En ese momento, una carcajada sardónica quebró el silencio de la habitación.
Josie volvió sus ojos violetas hacia el hombre alto y moreno que permanecía al lado del mueble bar. Por supuesto, Conan Zarcourt era el autor de la carcajada. Debería habérselo imaginado. Conan tenía una especial propensión a reaccionar de forma irritante, se dijo la joven con enfado. Impecablemente vestido, con un traje oscuro y una camisa de seda, estaba apoyado contra el mueble con un vaso de whisky en la mano. Mientras Josie lo observaba, se llevó el vaso a la boca para dejarlo después sobre la barra con una fuerza innecesaria. La expresión de su atractivo rostro era difícil de definir. Más que enfadado, parecía definitivamente venenoso. Por un segundo, a la joven le pareció notar cierta angustia en su mirada, pero debió de tratarse de un error.
–Déjame prepararte una copa. La necesitas –dijo Conan de pronto.
–No, nada de alcohol. Ponme un zumo de naranja.
–Como tú quieras –replicó Conan con una sombría mueca. Llenó un vaso de zumo y se lo acercó.
Mientras le tendía el refresco, Josie posó la mirada en su mano y la alzó a continuación hasta su rostro. No habían pasado ni dos minutos desde que había entrado en aquella casa y se había encontrado con la inesperada respuesta de Conan cuando le había preguntado por Charles.
Sus dedos rozaron los de Conan mientras tomaba el vaso, y la mano le tembló ligeramente. ¿Qué tendría aquel hombre que incluso cuando acababa de demostrar su vileza con la más estúpida de las bromas sobre su hermanastro, era capaz de despertar aquel tipo de respuesta en su cuerpo?
Josie miró atentamente a Conan. Con su pelo negro y sus marcadas facciones, no podía decirse que fuera un hombre convencionalmente atractivo. Tenía un rostro demasiado duro. Pero aun así, resultaba extrañamente seductor. Por lo que Josie sabía, durante el tiempo que ella llevaba viviendo en aquella zona Conan sólo había estado en la casa familiar en un par de ocasiones.
La primera vez que se habían visto, había sido en una de las tómbolas benéficas que celebraba la iglesia en verano. Se suponía que Charles tenía que estar ayudándola, pero llevaba ya un buen rato en busca de una copa cuando había aparecido frente a Josie un hombre elegantemente vestido.
–Lo único de aquí que me gusta… eres tú –había dicho con voz grave mientras deslizaba la mirada por el cuerpo de Josie, sometiéndola a un patente escrutinio–. Dime, ¿a ti también te sortean? –Josie había estado a punto de contestarle con una bofetada, pero justo en ese momento había regresado Charles.
–Está prohibido hablar con las chicas del lugar –había exclamado Charles nada más llegar. Para sorpresa de Josie, había deslizado un brazo por su cintura y había