Marido de conveniencia. Jacqueline Baird
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Afortunadamente, su padre por fin comprendió que necesitaba marcharse de allí y decidió irse con ella.
Josie jamás sabría cómo consiguió conducir hasta su casa. Las lágrimas nublaban continuamente sus ojos, aunque no estaba segura de si lloraba por Charles o por sí misma.
Más tarde, esa misma noche, era incapaz de dormir. Los acontecimientos de las últimas semanas pasaban una y otra vez ante sus ojos, concluyendo siempre con la trágica muerte de Charles. Se suponía que su compromiso iba a hacerse público esa misma semana. Pero si era sincera consigo misma, Josie sabía que su intención era cancelar ese compromiso. Pocos días después de que Charles se marchara, se había dado cuenta de que en realidad no lo amaba. Al igual que miles de jóvenes antes que ella, se había dejado cegar por el ideal del amor romántico y había cometido un estúpido error. Sólo cuando había comenzado a sospechar que podía estar embarazada, había sido consciente de la enormidad del error que había cometido. Pero incluso entonces, había decidido que no tenía por qué casarse con Charles. Pensaba explicárselo personalmente en cuanto volvieran a verse, y esperaba que la comprendiera. Pero ya no lo vería nunca más, estaba muerto… En lo más profundo de su subconsciente, sentía un cierto alivio. Al fin y al cabo, se había ahorrado todas las discusiones que una decisión como aquella le habría costado. Sobre todo teniendo en cuenta que su padre y el Mayor habían sido amigos durante años.
Charles y su padre vivían en Beeches Manor House, no lejos de Beeches, el pueblo que daba nombre a la casa. Tras la muerte de la madre de Josie, el padre de ésta había alquilado una granja muy cerca de la vivienda de los Zarcourt. Josie conocía a Charles desde hacía diez años y había estado locamente enamorada de él durante todo ese tiempo. Él no pasaba mucho tiempo en casa, pero antes de ser destinado al extranjero, había regresado durante un mes a Beeches. Había salido con ella unas tres veces durante aquel verano y se suponía que se gustaban, aunque poco más que eso. Hasta la fatal noche de la fiesta de despedida de Charles…
Josie gimió inquieta al recordar lo ocurrido. Había sido la experiencia más humillante de toda su vida.
Aquella noche estaba triste pensando en la marcha de Charles, pero no podía decirse que tuviera el corazón destrozado. Sin embargo, todo había cambiado cuando éste le había pedido que bailara con él, le había hecho beber unas cuantas copas y le había jurado que la amaba y quería casarse con ella, para a continuación llevarla a su dormitorio y finalmente a su cama.
Minutos después, le había palmeado el trasero y se había levantado diciendo:
–Necesito una copa. Espérame aquí, regreso dentro de un minuto.
Era la primera vez que Josie hacía el amor, y si no hubiera bebido tanto, jamás habría accedido a acostarse con Charles. La experiencia no había resultado como esperaba. De hecho, había sido terriblemente decepcionante. Pero lo peor había ocurrido después.
De pronto, se había abierto la puerta. Josie se había sentado precipitadamente en la cama, cubriéndose todo lo posible con la sábana y deseando haberse vestido y marchado. Al mirar hacia la puerta, se había quedado muda de asombro.
–Muy bonito… una broma de Charles, sin duda, pero esta noche no estoy de humor –sonrió cínicamente.
No se trataba de Charles, sino de un completo desconocido. Con la luz apagada, no era capaz de distinguir su rostro, aunque la voz le resultaba vagamente familiar. Pero Josie no tenía tiempo para averiguar quién era. Se había levantado rápidamente, envuelta en la sábana. En ese momento, se había encendido la luz.
–¡Tú! –había exclamado Conan–. ¿Qué diablos estás haciendo aquí?
Josie había gemido al verlo. Era el hombre que había conocido el día de la tómbola. Justo lo que necesitaba: un sofisticado extraño siendo testigo de su caída. Desesperada, se había agachado para recoger sus ropa, pero el entonces desconocido la había agarrado de la muñeca.
–No tan rápido. Creo que me debes una explicación. Después de todo, no todas las noches entra uno en su habitación y se encuentra con una joven en su cama…
–¿Tu habitación? No seas ridículo. Este es el dormitorio de Charles Zarcourt. ¿Quién demonios te crees que eres? –le había preguntado, transformando su miedo en enfado. Se sentía como si estuviera en medio de una pesadilla y fuera a despertarse de un momento a otro.
–Charles no te lo ha dicho. Pero no me sorprende –había inclinado ligeramente la cabeza y había añadido–: Permíteme presentarme: soy Conan Zarcourt, el hermanastro de Charles. ¿Y tú quién eres? –arqueó la ceja con expresión interrogante y esperó.
–Josie… Josie Jamieson –inmediatamente, se había preguntado qué diablos hacía hablando con él. No se había sentido tan pequeña y tan humillada en toda su vida, pero no iba a demostrarlo.
–Bueno, Josie Jamieson. Estoy esperando una explicación… ¿o quizá debería pedírsela a Charles?
–Charles y yo estamos comprometidos y vamos a casarnos, aunque no creo que esto sea asunto tuyo –se había obligado a mirarlo a los ojos–. Es perfectamente normal que una pareja… –le había fallado la voz, estupefacta por la sombría expresión de aquel atractivo rostro.
–¿Pero por qué aquí? ¿En mi cama?
Josie estaba completamente confundida. Charles le había dicho que aquél era su dormitorio, pero no pensaba confesárselo a aquel hombre.
–Y qué más da que sea tu habitación, no la estabas usando…
–Pero quiero hacerlo ahora, jovencita, y sé que mi hermanastro está siempre dispuesto a gastarme todo tipo de bromas –había contestado secamente–. Pero dejemos eso ahora, prefiero que hablemos de tu compromiso. Supongo que no hablas en serio cuando dices que vas a casarte con Charles. ¿Cuántos años tienes? ¿Dieciocho?
–Veinte –había contestado Josie indignada.
–¡Dios mío! ¿Y tienes idea de los que tiene él? Casi cuarenta. Podría ser tu padre.
–Charles me ama y vamos a casarnos. La edad no importa cuando dos personas se quieren –había contestado ella, sin creerse demasiado lo que decía. Se había dirigido al baño. Pero la sábana que la cubría se había enganchado con algo, dejándola parcialmente desnuda.
–Muy bonita –la profunda voz de Conan la había seguido durante su apurado trayecto hasta el baño.
Una vez allí, había cerrado la puerta de golpe. Mientras se vestía, se había dedicado a sí misma todo tipo de insultos, preguntándose al mismo tiempo por qué Charles no le habría presentado a su hermanastro el día que los tres habían coincidido.
–Conan Zarcourt –había pronunciado suavemente su nombre, pensando en lo bien que le sentaba y esperando al mismo tiempo que se desvaneciera tan rápidamente como lo había hecho la vez anterior. No podía pasarse la noche escondida en el baño.
Al cabo de un rato, había salido, rezando para que Conan se hubiera marchado, pero no había habido suerte.
Conan había cambiado el traje con el que había llegado por una camiseta