Marido de conveniencia. Jacqueline Baird

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Marido de conveniencia - Jacqueline Baird Bianca

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bien? –le había preguntado Conan bruscamente–. He visto la cama. Ya sé que ésta ha sido tu primera vez. Si ese cana…

      –Vaya, vaya, esto sí que es divertido –lo interrumpió una suave voz–. Así que has conocido a mi hermanastro. Siento haber tardado tanto, Josie –llegaba con una botella en la mano.

      Josie se había vuelto al oír la voz de Charles y había corrido rápidamente hacia él. Charles la había agarrado por la cintura y le había dado un húmedo beso en los labios.

      –Bien, Charles, supongo que debería felicitarte. Josie me ha dicho que vais a casaros. ¿Para cuándo es la boda? –había preguntado Conan con voz sedosa.

      –¿Por qué se lo has dicho? –le había preguntado Charles a Josie con evidente enfado.

      –No la culpes –había replicado Conan, arrastrando las palabras–. La he obligado a decírmelo. Ya me conoces, Charles, al final siempre lo averiguo todo, y estoy seguro de que en el fondo estabas deseando que lo supiera. No tienes por qué avergonzarte. Al fin y al cabo, somos hermanos, como amablemente me recuerdas a menudo, y papá estará encantado al enterarse de que su hijo mayor se casa.

      Y antes de que nadie pudiera poner objeción alguna, Conan los había conducido hasta el estudio de su padre para que Charles anunciara su compromiso.

      El Mayor se había mostrado encantado. Charles parecía igualmente complacido y Josie, que en el fondo no se había tomado en serio lo del compromiso, estaba sencillamente confundida. Tanto que cuando Conan había insistido en llevarla a casa porque Charles había bebido demasiado, no se le había ocurrido protestar.

      Mientras Conan conducía, Josie iba en el asiento de pasajeros preguntándose cómo diablos habría podido meterse en un lío como aquél. Había mirado a su acompañante de soslayo. Todo había sido culpa suya: si no los hubiera sorprendido y hubiera insistido en anunciarle a su padre su compromiso, aquella noche sólo habría llegado a ser algo digno de olvidar. Pero estaba segura de que el Mayor hablaría con su padre y pronto iba a encontrarse con serios problemas para justificar su conducta.

      –Creo que ésta es tu casa –le había dicho Conan fríamente tras detener el coche frente a la granja.

      Josie se había quitado precipitadamente el cinturón y se había dispuesto a abrir la puerta.

      –¡Espera! –le había ordenado Conan, se había inclinado hacia delante y había tomado su mano.

      –¿Por qué? Creo que esta noche ya has hecho suficiente –estaba agotada. Cuando Conan había deslizado la mano por su brazo desnudo, su piel había reaccionado como si la hubiera tocado con un hierro al rojo vivo.

      –No tan rápido. Al fin y al cabo, pronto vamos a ser parientes. ¿No me merezco al menos un beso de hermanos?

      Y antes de que Josie pudiera darse cuenta de lo que pretendía, Conan había deslizado un brazo por su cintura mientras apartaba los rizos de su rostro con la otra mano. Y de pronto, la había besado con una pasión tan intensa, que inmediatamente había despertado la respuesta de la joven. Josie estaba demasiado asombrada por su audacia para hacer algo que no fuera someterse a las expertas demandas de su boca.

      –Sólo quería que tuvieras algo con lo que comparar, Josie. No tengas demasiada prisa en casarte. No tienes por qué hacerlo con el primer hombre con el que has hecho el amor.

      –¿Cómo…?

      –No importa, pero recuerda que hay muchos otros peces en el mar. Y créeme, no tienes una sola posibilidad de ser feliz con Charles –la había acompañado hasta la puerta de su casa y se había marchado.

      Al recordar lo ocurrido, Josie suspiró pesadamente. Conan se equivocaba, pensó, mientras la luz del amanecer comenzaba a inundar su dormitorio. No había muchos peces en el mar, al menos para ella. Estaba embarazada, destinada a ser una madre soltera. Pero por primera vez desde que lo había descubierto, se dio cuenta de que no le importaba. La idea de tener un hijo le resultaba de hecho tan reconfortante que pensando en ello se quedó dormida.

      Al cabo de unas horas, abrió nuevamente los ojos.

      –Papá –musitó al ver a su padre sentado al lado de la cama.

      –¿Cómo te encuentras, Josephine? –preguntó su padre preocupado, fijando la mirada en el pálido rostro de su hija.

      –Estoy bien –contestó sonriente. Su padre era la única persona que la llamaba «Josephine». Pero la sonrisa desapareció de su rostro al recordar las noticias del día anterior–. ¿Qué hora es? –preguntó, intentando ocultar su tristeza tras una pregunta intrascendente.

      –Cerca de las diez y media.

      –¡Oh, Dios mío, llegaré tarde al trabajo!

      –No, ya he llamado a la oficina y les he dicho que tienes una terrible jaqueca.

      –Pero si yo nunca tengo jaquecas.

      –Oh, Josephine, ¿y eso qué importa? –su padre suspiró y se levantó de la silla para sentarse en la cama. Le tomó la mano–. Lo siento, sé lo difícil que tiene que ser para ti haber perdido a Charles tan trágicamente. Recuerdo el dolor que sentí cuando murió tu madre. Todo esto es culpa mía. Si hubiera sido un padre mejor, si te hubiera dado el apoyo que necesitabas, esto jamás habría pasado.

      Las palabras de su padre hicieron que Josie se sintiera infinitamente peor. No podía soportar que se culpara a sí mismo por lo ocurrido. Las lágrimas inundaron sus ojos.

      –Oh, papá –suspiró, con los ojos llenos de lágrimas.

      –Chss, Josephine, no llores –musitó su padre, secándole la lágrima con el pañuelo–. Conseguiremos que todo salga bien.

      –Eso espero –contestó con un susurro. Lloraba más por su padre que por ella misma. Josie sabía que podría salir adelante. Pero su padre era un hombre chapado a la antigua que consideraba toda una desgracia que una mujer fuera madre soltera.

      –Confía en mí, Josephine. Todo saldrá bien. Tómate el tiempo que necesites, lávate la cara, vístete y baja. Conan está aquí y quiera hablar contigo… supongo que sobre los arreglos del funeral –le estrechó cariñosamente la mano y salió.

      ¡Conan! ¿Qué diablos querría? Josie no era capaz de imaginarse por qué querría hablar con ella de nada referente al funeral. Pero al menos fue un aliciente para levantarse de la cama. Se lavó rápidamente, se puso unos pantalones grises y un jersey negro y bajó dispuesta a encontrarse con Conan.

      Capítulo 2

      CUANDO llegó al final de las escaleras, se interrumpió bruscamente, tomó aire y, con un gesto decidido, abrió la puerta del salón.

      –¡Josie! ¿Qué tal te encuentras hoy? –Conan deslizó la mirada sobre ella, deteniéndose durante una fracción de segundo en sus senos.

      Su convencional y amable recibimiento no confundió a Josie ni por un instante. Dudaba además seriamente de que hubiera ido hasta allí para expresarle sus condolencias. Conan nunca había aprobado su relación con Charles y estaba segura de que jamás habría perdido el tiempo con una joven como ella si no hubiera sido porque el Mayor

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