Marido de conveniencia. Jacqueline Baird

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Marido de conveniencia - Jacqueline Baird Bianca

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cercanía la ponía nerviosa. Su cuerpo se tensó cuando Conan la tomó por la barbilla y le hizo volverse hacia él para escrutar su rostro.

      –Todo esto tiene que ver contigo. Sé lo mal que lo estás pasando, Josie, y haría cualquier cosa para evitarte más sufrimiento, puedes creerme. Pero sólo estoy reclamando algo que me pertenece y tú eres el medio que tengo para conseguirlo.

      Un escalofrío recorrió la espalda de Josie.

      –Además, tenemos que actuar rápidamente –continuó diciendo Conan–. Desgraciadamente, en tu estado el paso del tiempo no lo tenemos a nuestro favor.

      Josie hizo una mueca ante aquella observación.

      –Déjame explicártelo detenidamente. El Mayor y yo tuvimos anoche una larga conversación e hicimos un trato. Si me caso contigo y le doy a tu hijo el apellido Zarcourt, él me devolverá inmediatamente la herencia. Si decides permanecer soltera, tú serás su heredera, siempre y cuando tengas un hijo varón. En caso contrario, lo cederá todo a la iglesia…

      Josie no era capaz de decir una sola palabra. Se limitaba a mirar a Conan completamente asombrada. ¡No podía estar hablando en serio!

      –¿Entonces estás de acuerdo? ¿Te casarás conmigo? –preguntó Conan, agarrándola por los hombros–. O quizá tu alma de mercenaria prefiera tener la oportunidad de dar a luz un hijo y así poder quedártelo todo –añadió con cinismo.

      –¡No tengo absolutamente nada de mercenaria! –la indignación la ayudó a recuperar la voz.

      –En ese caso, Josie, ¿qué diferencia puede haber? Un Zarcourt puede ser tan buen padre de tu hijo como cualquier otro, y por lo menos de esa forma ese pobre niño podrá seguir formando parte de la familia.

      Josie apenas podía respirar ante la brutalidad de aquel comentario.

      –Todo esto es una completa estupidez. No puedes presentarte en mi casa y decirme que quieres casarte conmigo para recuperar tu herencia. En cualquier caso, lo que ha sugerido el Mayor no es justo. Tú eres su hijo y como tal tienes derecho a esa casa. No deberías verte forzado a casarte conmigo para conseguirla.

      –En este mundo hay muchas cosas que no son justas, Josie, como creo que pronto comenzarás a averiguar –replicó secamente antes de añadir–: Pero puedes estar segura de que no me siento en absoluto forzado. Quiero casarme contigo. Eres una joven adorable y encuentro más de un centenar de razones para desear que seas mi esposa.

      Josie cerró los ojos durante un segundo. Sus palabras le habían hecho recordar lo desesperado de su situación. Cuando abrió los ojos, descubrió a Conan observándola. En la expresión de sus ojos, había algo que no acertaba a nombrar, pero que estuvo a punto de impulsarla a aceptar su ofrecimiento. Casándose con él resolvería todos sus problemas. Pero el recuerdo de la noche que había pasado con Charles irrumpió en ese momento en su mente. No quería repetir la experiencia, no podía…

      –¿Qué dices Josie? Ayúdame y te prometo que os cuidaré lo mejor que pueda a ti y a tu hijo.

      –No podría. Apenas te conozco. Yo… Bueno… El caso es….

      –Si lo que te preocupa es tener que acostarte conmigo, olvídalo. No puedo decir que no me gustaría que lo hicieras –sonrió con descaro–, pero te prometo que jamás soñaría en hacer contigo nada que no quisieras. Te doy mi palabra.

      Josie no estaba segura de si debía creerle. No creía que Conan fuera un hombre capaz de mantenerse célibe durante mucho tiempo. De modo que si estaba dispuesto a un matrimonio sin sexo, eso sólo podía significar que tenía una amante en alguna parte.

      –Pero un hombre de tu edad debe de tener alguna mujer en su vida. Una mujer a la que no le gustaría que te casaras con una completa desconocida –Josie era consciente de las limitaciones de su experiencia, pero no era ninguna estúpida. Dudaba seriamente que Conan viviera como un monje.

      –No, no hay nadie realmente importante, pero si lo que estás haciendo es preguntar por mi vida sexual, digamos que he tenido dos relaciones algo duraderas, y en ninguno de los dos casos he vivido con la mujer en cuestión –tenía la mirada fija en el sonrojado rostro de la joven–. Tú, por tu parte, vivirías conmigo cuando estuviéramos casados, y podrías contar con mi fidelidad de la misma manera que yo con la tuya. ¿Satisfecha?

      –Siempre y cuando compartir tu casa no signifique tener que compartir también tu cama.

      –Estupendo. Ya sabía yo que al final te mostrarías razonable. Y ahora, si no tienes más preguntas que hacerme, yo me ocuparé de arreglarlo todo.

      –Espera un minuto. Todavía no he dicho que esté dispuesta a casarme contigo. Necesito tiempo para pensar.

      –Tómate todo el tiempo que quieras –miró el reloj de oro que llevaba en la muñeca–. Siempre y cuando no sean más de sesenta segundos.

      Qué hombre tan endiabladamente arrogante, pensó Josie. Pero también pensó en su padre y en las preocupaciones que le estaba causando. Y en el niño que estaba a punto de nacer. Qué fácil habría sido trasladar a otro todos sus problemas. Y Conan parecía suficientemente fuerte como para soportarlos. Pero, y era un gran pero, no estaba enamorada de Conan y Conan no estaba enamorada de ella. Sin embargo, había creído estar enamorada de Charles, y ése había sido el origen de todos sus problemas.

      Lo verdaderamente preocupante era que no parecía tener escapatoria. Si se negaba a casarse con Conan y al final tenía un hijo, la propiedad estaría en sus manos, y parecería la más calculadora de las cazafortunas. Pero si se casaba con Conan sólo por el bien del bebé, tampoco iba a convertirse en un modelo de moralidad.

      Ella quería lo mejor para su hijo, y si eso significaba tener que vivir con Conan durante un año estaba dispuesta a hacerlo. Recordó a su padre culpándose por lo sucedido y comprendió que éste se quedaría mucho más tranquilo si se casaba. El Mayor y Conan también quedarían satisfechos y, siendo realista, su primera experiencia sexual no le había dejado muchas ganas de repetir. No se veía a sí misma enamorándose y casándose con nadie…

      –Si, y digo si, me mostrara de acuerdo, necesitaría conocer muchos más detalles del acuerdo. Por ejemplo, yo trabajo.

      Conan le tomó la mano y se la apretó con entusiasmo.

      –Josie, ya sé que trabajas y jamás pondría ninguna dificultad a tu carrera profesional. Estás viendo inconvenientes donde no los hay. Nuestro matrimonio sería un matrimonio de conveniencia.

      –Un matrimonio de conveniencia –musitó Josie. Le gustaba como sonaba–. Sería como una especie de acuerdo de negocios –alzó la mirada hacia él.

      –Por supuesto –le confirmó con mirada chispeante.

      –En ese caso, de acuerdo –sería capaz de soportarlo, aunque sólo fuera por el bien del bebé.

      –Estupendo. Me alegro de que al final hayamos estado de acuerdo. Ahora, por el bien del Mayor y de tu propio padre, evidentemente, será mejor que te vengas a vivir a mi casa de Londres hasta que nazca el bebé.

      –Espera un minuto. Pensaba que querías vivir en la casa de tu padre, y que yo no tendría ningún problema en conservar mi trabajo.

      Conan se reclinó en el sofá.

      –Quiero

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