Marido de conveniencia. Jacqueline Baird

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Marido de conveniencia - Jacqueline Baird Bianca

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que poco tenía que ver con el miedo.

      –Muy bien, gracias –contestó, luchando contra la extraña sensación provocada por aquel hombre. Al reparar en la cínica sonrisa que curvaba sus labios, se dio cuenta de lo insensible que debía haber parecido su respuesta–. Bueno, evidentemente, no tan bien –se corrigió–. Quiero decir que… Charles ha muerto, y… Bueno… Supongo que quieres que hablemos del funeral…

      –Chss. Te comprendo… –caminó hacia ella. Josie intentó retroceder, pero el armario se lo impedía.

      Conan advirtió su reacción. Su dura boca se curvó débilmente mientras se acercaba al sillón más cercano y tomaba asiento. Miró a Josie y señaló el sofá que había frente a él.

      –Por favor, Josie, siéntate. No tienes nada que temer. Sólo quiero hablar contigo –Josie lo miró con recelo–. Aparte del funeral, hay algo más de lo que me gustará hablar contigo, y creo que te interesará escucharlo.

      Josie enderezó los hombros y se sentó en el sofá.

      –No sé de qué puedes querer hablar conmigo, pero te escucho.

      –Sé que esto va a ser difícil para ti cuando acabas de enterarte de la muerte de Charles. Pero he estado hablando con mi padre y los dos estamos de acuerdo en que, en las presentes circunstancias, lo mejor es que nos casemos lo antes posible.

      Josie se quedó boquiabierta. No daba crédito a lo que acababa de oír.

      –¿Casarme contigo? ¡Debes de estar loco! –exclamó. Tenía que tratarse de una broma. Pero ni siquiera Conan podía ser tan cruel. Además, la frialdad de su mirada era la mejor muestra de que estaba hablando completamente en serio.

      –No estoy loco, Josie. Simplemente soy un hombre práctico.

      Josie inclinó la cabeza, eludiendo la determinación de su mirada. ¿Qué demonios pretendería? ¿Por qué iba a querer casarse con ella?

      –¿Por qué? –se oyó preguntar a sí misma, e inmediatamente se corrigió–. No, definitivamente no. Charles era el… –no pudo continuar porque Conan la interrumpió.

      –Ya sé que Charles era el hombre al que amabas –en realidad lo que Josie había estado a punto de decir era que era el padre de su hijo–. Pero tenemos que pensar en la vida, no en la muerte. Vas a tener un hijo. Un Zarcourt. Seguramente eres consciente de que al confesar delante de mi padre que estabas embarazada perdiste toda posibilidad de tomar alguna decisión sobre tu embarazo.

      –¿A qué te refieres exactamente?

      –A la posibilidad de abortar. Al fin y al cabo, sólo puedes estar embarazada de unas cuantas semanas.

      –Seis, exactamente –replicó furiosa–. Y si el Mayor quiere que aborte, por mí puede irse al infierno.

      –Lo que mi padre quiere, Josie, es a ese niño. Y supongo que a estas alturas ya sabes que mi padre consigue todo lo que desea. El dolor por la muerte de su hijo sólo se le está haciendo soportable por el hecho de que llevas en tu vientre a su nieto. Y mi padre no va a consentir que ese niño crezca siendo el hijo de una madre soltera.

      Josie estaba un tanto sorprendida por sus palabras, pero conociendo al Mayor, sabía que era verdad. Lo que no podía comprender era por qué Conan se había mostrado de acuerdo con su padre. Era evidente, incluso para ella, que apenas lo conocía, que Conan no se llevaba bien con él. Aquel verano Josie había visto a Conan por vez primera, lo que indicaba que tenía poco contacto con su familia.

      –Pero supongo que tú no estarás de acuerdo con él, ¿no? Al fin y al cabo, todo esto no es asunto tuyo. Tú ni siquiera vives aquí.

      –No, no vivo aquí, pero debería hacerlo –respondió con amargura y preguntó sorpresivamente–: ¿A ti te gusta vivir en esta casa, Josie?

      –Sí, claro que me gusta –contestó Josie, incapaz de adivinar el sentido que podía tener aquella pregunta.

      –Esta granja era la casa familiar del Mayor. Él vivió aquí con su primera esposa. Charles nació aquí. Supongo que no te lo contó, ¿verdad? –le preguntó con una lúgubre sonrisa.

      –No, él no lo hizo –replicó Josie, confusa.

      –No me sorprende. A pesar de que le encanta que la gente lo crea, mi padre no siempre fue el dueño de Beeches Manor. Consiguió hacerse con la propiedad al casarse con mi madre. Quizá, si te explico la historia de la familia, puedas llegar a comprender por qué quiero casarme contigo.

      Josie deseaba que lo hiciera. No podía comprender qué podía obtener él de todo aquello.

      –Mi nombre completo es Conan Devine Zarcourt –continuó explicándole–. Conan es un nombre celta, significa sabiduría, y Devine era el apellido de soltera de mi madre. Durante siglos, los Devine fueron los propietarios de Beeches Manor, pero mi abuelo y mi madre fueron los últimos descendientes de ese apellido. Cuando mi madre se casó con el Mayor, éste y Charles se fueron a vivir con mi madre y mi abuelo y alquilaron la casa en la que ahora vives. Yo nací un año después de la boda, y creo que poco tiempo después mi madre se dio cuenta de que había cometido un error.

      –Cuando era niño –prosiguió–, no era consciente de que había algo raro en la relación de mis padres. Entonces mi abuelo todavía vivía, y la frialdad que mostraba mi padre hacia mí era sustituida con creces por el amor que él me prodigaba. Además, mi madre me envió a un internado cuanto tenía siete años.

      –Debió de ser terrible para ti –se compadeció Josie.

      –Siento desilusionarte, pero te equivocas –contestó Conan, rechazando su compasión–. Mis padres y yo nunca estuvimos muy unidos. Era a mi abuelo a quien echaba de menos. Durante años, crecí con la seguridad de que la casa algún día sería mía. Mi abuelo nunca dejaba de decírmelo. Murió cuando yo tenía once años, pero, desgraciadamente, hacía años que había cedido la propiedad de la casa a mi madre para evitar problemas legales cuando muriera, aunque había dejado muy claro que la vivienda siempre debería pertenecer a un Devine. Pero mi madre tenía otras ideas en la cabeza. En cuanto mi abuelo murió, huyó con su amante. Al parecer, en su desesperación por obtener un divorcio rápido, se mostró de acuerdo en romper la promesa que le había hecho a mi abuelo y en dejarle la casa al Mayor. Ahora creo que vive en Nueva Zelanda.

      –¿Pero cómo pudo hacer algo así?

      –Muy fácilmente. Cuando cumplí dieciocho años, mi padre me contó toda la historia. Me explicó que se había casado con mi madre para conseguir la casa y que yo fui un error, una complicación que no necesitaba. Llegó incluso a cuestionar mi paternidad. Evidentemente, pensaba legar la casa a su hijo mayor.

      –Me cuesta creer que tu madre o el Mayor se hayan comportado así.

      –Ah, Josie. Siempre tiendes a pensar lo mejor de los demás. Ése es uno de tus múltiples encantos –contestó Conan con una irónica sonrisa, antes de añadir–: Pero créeme, todo lo que te he contado es absolutamente cierto. Ahora, con tu ayuda, tengo la oportunidad de recuperar mi herencia, y pretendo hacerlo…

      –Pero si Charles ha muerto, ahora eres tú el único heredero –comentó Josie prudentemente. Debía de estar todavía muy afectada por todo lo sucedido, porque tenía la sensación de que había perdido el hilo de la argumentación en alguna parte. Pero no quería

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