Marido de conveniencia. Jacqueline Baird

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Marido de conveniencia - Jacqueline Baird Bianca

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al desarrollo de tu carrera profesional. En cualquier caso, tendrías que dejar tu actual trabajo dentro de unos meses, y no necesito decirte los rumores que podría haber por los alrededores.

      En eso tenía razón y aunque Josie era inmune a los rumores, era consciente de que a su padre y a Conan sí podrían importarles.

      –¿Y tú en qué trabajas? –preguntó, repentinamente consciente de lo poco que sabía sobre su futuro marido.

      –Vamos, Josie, seguro que lo sabes.

      –No, no lo sé.

      –Trabajo en un banco. Un banco comercial.

      –Oh, mi padre también estuvo trabajando en un banco comercial hasta que se retiró –y algo le decía que Conan y su padre compartían algo más que su trabajo.

      –El banco es mío.

      –¿Qué? –exclamó Josie asombrada.

      –Mi abuelo me dejó un buen paquete de acciones. A los veintiún años me fui a Londres, trabajé duramente, tuve oportunidad de comprar la mayor parte de las acciones del banco y lo hice. Abrí sucursales en Chicago, Nueva York y Los Ángeles. Ésa es la razón por la que he pasado los últimos años de mi vida en los Estados Unidos.

      –Debes de ser muy rico… No lo sabía.

      Conan sonrió ante su asombro.

      –Supongo que no tenías ningún motivo para saberlo. El Mayor parece creer que trabajar en Londres es poco menos que un descrédito –se burló–. Pero supongo que alguno de nuestra familia tiene que ganar dinero.

      –¿Tú mantenías a Charles y a tu…? –Conan la interrumpió antes de que hubiera terminado de formular la pregunta.

      –Por el amor de Dios, Josie, ¿no podemos centrarnos en nuestro tema de conversación? –se levantó bruscamente y tras dar un corto paseo por la habitación, se detuvo frente a Josie con una expresión indescifrable–. ¿Cuánta gente estaba enterada de tu compromiso con Charles?

      –Nadie –contestó.

      –¿Nadie? –preguntó Conan con cinismo–. ¿Ni siquiera tus compañeros de trabajo o tus amigos?

      –No –Josie se sonrojó e intentó justificar rápidamente su reticencia a anunciar el compromiso–. Tú estabas presente la noche en que Charles anunció el compromiso a tu padre… Bueno, se suponía que volvía hoy y que… –bajó los ojos, evitando la mirada de Conan.

      –Me sorprendes. ¡Una mujer capaz de guardar un secreto sobre su vida privada! Pensaba que habrías anunciado a bombo y platillo que habías atrapado al soltero más codiciado del condado.

      –Siento desilusionarte, pero no lo hice –ni por un millón de libras habría admitido que además pretendía anular el compromiso.

      –Entonces, sólo tu padre y el Mayor sabían que estabas comprometida con Charles. ¿Estás completamente segura?

      –Sí –repitió.

      –Magnífico –asomó a sus ojos un brillo triunfal–. Y como apostaría cualquier cosa a que Charles no se lo mencionó a nadie, todo va a resultar mucho más fácil –se metió la mano en el bolsillo y buscó algo en su interior.

      ¿Por qué estaría tan seguro de que Charles había mantenido el secreto?, se preguntó Josie, pero se distrajo al seguir involuntariamente el curso de la mano de Conan y advertir cómo se dibujaba su sexo contra la tela del pantalón. Pasmada por la dirección que estaban tomando sus pensamientos, se levantó y pasó por delante de él con el rostro rojo como la grana.

      –¿Por qué va a resultar mucho más fácil?

      Conan sacó una cajita del bolsillo del pantalón.

      –Es muy sencillo, Josie –abrió la caja, le tomó la mano y deslizó en ella un exquisito solitario.

      Josie miró la sortija, alzó la mirada hacia Conan y volvió a mirar la sortija.

      –Pero…

      –Nada de peros, Josie. Estamos comprometidos. Si alguien pregunta, nos conocimos en agosto, en la tómbola de caridad. Ayer comiste conmigo y nos comprometimos. Después, ya puedes imaginarte nuestro horror cuando regresamos a casa y nos enteramos de que Charles había muerto. Todo encaja perfectamente. El martes asistiremos al funeral convertidos ya en pareja y tendremos la excusa perfecta para organizar una ceremonia sencilla. Se supone que estaremos de duelo por Charles.

      Hasta ese momento, Josie había pensado que Conan era un hombre cruel, pero tras oírlo, tenía la plena seguridad de que era un auténtico diablo.

      –¿Y el médico al que he ido?

      –No creo que eso importe. ¿Cuánto tiempo estuviste en la clínica? ¿Una hora, dos? ¿Le dijiste al médico el nombre del padre? Algo me dice que no.

      Y volvía a tener razón. Josie había ido a Oxford, donde nadie la conocía, y había pasado la mayor parte de la tarde en un café, intentando decidir lo que debía hacer.

      –No, no se lo dije –admitió, y cerró los ojos, entristecida por el recuerdo de la muerte de Charles. Cuando volvió a abrirlos, Conan, que estaba estudiando atentamente su rostro, le tomó la mano y se la llevó a los labios.

      –No te preocupes, Josie. No te arrepentirás de casarte conmigo, y es lo mejor para todos. Créeme.

      Josie apartó la mano; el contacto de sus labios sobre su piel la había afectado más de lo que quería admitir.

      –Oh, te creo. Conseguirás que todo salga maravillosamente bien –contestó con sarcasmo–. Y además, siempre podremos divorciarnos cuando… –se interrumpió bruscamente; le parecía demasiado cruel hablar en ese momento de la muerte del Mayor, o de su herencia.

      –Tienes razón –confirmó Conan con sarcasmo–, pero antes tendremos que casarnos, ¿no te parece?

      –Sí.

      –Magnífico. No sabes cuánto me alegro de que nos hayamos entendido. Ahora tengo que dejarte, pero vendré a buscarte para que vayamos a cenar el lunes por la noche. Como te he dicho, el funeral es el martes e iremos juntos.

      Josie no tuvo oportunidad de contestar porque su padre entró en ese momento en el salón.

      –¿Cuándo es el funeral? ¿Ya está todo organizado?

      –Sí, señor Jamieson. El martes a las dos. Pero ahora tenemos que hablarle de algo –la tomó por la cintura–. Su hija ha tenido la amabilidad de aceptar ser mi esposa y quisiera contar con su bendición.

      –¿Es eso cierto, Josephine? ¿Te has comprometido con Conan? –su padre la miraba estupefacto–. ¿Estás segura de que sabes lo que estás haciendo?

      –Sí, claro que sí papá –dijo, forzando una sonrisa.

      –Quiero a su hija, señor Jamieson –miró a Josie a los ojos–, y hoy me ha convertido en el hombre más feliz de la tierra.

      Josie

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