Marido de conveniencia. Jacqueline Baird
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–Bueno, si estás tan segura. Y parece que tienes mejor aspecto. El color ha vuelto a tu rostro.
El color era el resultado de la combinación de su enfado y la cercanía de Conan, pero, por supuesto, no iba a desilusionar a su padre.
–En ese caso, Conan, claro que cuentas con mi bendición.
Josie miró el rostro sonriente de su padre, cada vez más sorprendida por su ceguera.
–Me alegro mucho por vosotros. La muerte de Charles ha sido una tragedia, pero no tiene ningún sentido añadir una tragedia más a la desgracia. Josephine es una chica afortunada –se acercó a su hija para darle un abrazo–. Es un milagro, Josephine. Ya te dije yo que todo saldría bien. Por cierto, hija, ¿has visto dónde he dejado el periódico?
Josephine se acercó a la mesa en la que su padre solía dejar el diario pensando en cuánto le gustaría pegarle en la cabeza con él. Por mucho que adorara a su padre, éste no dejaba de ser un machista; su opinión no importaba en absoluto al lado de la de Conan. Le dirigió a su padre una mirada cargada de exasperación, advirtiendo de paso el brillo de humor que iluminaba los ojos de Conan.
–Déjame acompañarte a la puerta –le dijo a Conan, deseando que se marchara cuanto antes.
–Cuando me dirigía esta mañana hacia aquí, dudaba que quisieras siquiera escucharme –le confió Conan cuando estaban en la puerta–. Me ha sorprendido descubrir que tienes más sentido común del que pensaba, y estoy encantado de que te hayas mostrado de acuerdo en ser mi esposa.
–Bueno, al fin y al cabo, se trata únicamente de una especie de negocio.
–Por supuesto. En cualquier caso, ten cuidado con la sortija, era de mi abuela –y le dirigió una mirada tan posesiva, que la joven se estremeció en su interior, preguntándose si sus intenciones serían realmente platónicas. En ese momento, Conan la agarró por la muñeca, le colocó el brazo en la espalda y la obligó a acercarse a él.
–¿Qué…? –comenzó a preguntar mientras intentaba liberarse.
–No te asustes, Josie. Sólo quiero sellar nuestro acuerdo con un beso –inclinó la cabeza y buscó sus labios.
Para vergüenza de Josie, su traicionero cuerpo reaccionó al instante, pero sobreponiéndose a la sorpresa, apartó la cabeza y posó las manos en su pecho para empujarlo.
–Recuerda, el nuestro sólo será un matrimonio de conveniencia. Tú mismo lo has dicho.
–Es cierto, pero deberemos dar la imagen de una pareja de enamorados. Por lo menos hasta que nazca el bebé. Los besos serán inevitables, y me parece que necesitas algo de práctica –replicó riendo–. Te veré el lunes –y sin más se marchó.
Josie se quedó observándolo mientras se alejaba con la terrible sensación de haber cometido el error más grande de toda su vida.
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