Economía social y solidaria en la educación superior: un espacio para la innovación (Tomo 2). Rocío Rueda Ortiz

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Economía social y solidaria en la educación superior: un espacio para la innovación (Tomo 2) - Rocío Rueda Ortiz

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los mercados, facilitando la comunicación y el intercambio entre las personas.

      El capitalismo le asignó a la educación un papel fundamentalmente económico y al servicio del aparato productivo. Al respecto, Rifkin (2011) menciona que en ningún lugar fueron mejor acogidos los nuevos principios racionalizadores de la moderna empresa comercial que en el sistema educativo público; formar trabajadores para la nueva empresa, paso a ser la misión central de la educación moderna:

      Las escuelas asumieron la doble tarea de crear una fuerza de trabajo alfabetizada y de prepararla para servir en empresas y negocios autoritarios y centralizados, donde recibieran órdenes desde la cima y optimizarían la producción en la base de la manera más eficiente posible, sin cuestionar en ningún momento la autoridad bajo la que trabajasen (…) Los centros educativos se convirtieron en un microcosmos de las fábricas. Las escuelas de una sola aula cedieron su lugar a gigantescos colegios e institutos centralizados que, al menos en apariencia, bien podrían haber sido confundidos con factorías industriales. (p. 160)

      La vida escolar se estructuró con una serie de restricciones temporales y espaciales; los estudiantes aprendían a ser puntuales y eficientes, a sentarse en un pupitre durante largos periodos, concentrados en su trabajo;

      Las nuevas rutinas acostumbraron a los niños a las expectativas temporales y las condiciones físicas que los esperaban en las nuevas factorías y oficinas industriales. En la era moderna de la escolarización pública, el objetivo planteado por los educadores estatales era el de producir lotes de “ciudadanos productivos” para las economías nacionales emergentes. (Rifkin, 2010, p. 323)

      Pero a la educación no solo se le asignó la función de formar a los nuevos trabajadores, también se le encomendó la preparación de los nuevos administradores de la empresa capitalista. Este fue el origen de disciplinas que hoy proliferan en el sistema educativo, las denominadas “ciencias de la administración”. Desde los llamados padres fundacionales de la teoría administrativa, se planteó la idea de una gerencia “científica” (Taylor, 2008), junto con la de enseñar administración en todos los niveles de la educación (Fayol, 1920). Sin embargo, ellos, fieles a la empresa capitalista industrial para la que habían actuado, tenían una preocupación central: maximizar la producción al menor costo, para incrementar las ganancias del empresario.

      La teoría de Taylor, quien centró su atención en el trabajador y la productividad, estudiando sus movimientos y procesos, perfeccionando las herramientas que utilizaba, no tendrá un fin distinto al de que incrementar la plusvalía. Por su parte, Henry Fayol concentrará su atención en la administración, las cualidades de los administradores y en cómo administrar bien la empresa. La petición que haría de definir una “doctrina” que fuera enseñada en el sistema educativo adquirió relevancia en los años posteriores.

      Actualmente, con los profundos cambios que vive el mundo del trabajo, se han reducido los empleos formales, incrementándose el empleo informal y el desempleo. De esta forma, los Estados no han podido resolver el problema estructural del desempleo, a pesar de las promesas de la teoría económica ortodoxa del “pleno empleo”. En el Foro Económico Mundial, realizado en 2016, los expertos advertían sobre los cambios profundos que experimentaría el trabajo para las próximas décadas. Lo anterior, en virtud del desarrollo de la llamada “cuarta revolución industrial” que mediante la articulación de las tecnologías de punta (nanotecnología, ingeniería genética, informática, etc.) y las industrias impulsadas por el avance de las nuevas tecnologías, pondrá en riesgo al 47 % de los empleos actuales (Schwab, 2016).

      Para hacer frente a los retos del presente siglo, algunos consideran que es indispensable asignarle nuevos objetivos a la educación, pero siguen haciendo énfasis en la formación de la fuerza laboral, demandando nuevos conocimientos, técnicas, profesiones, competencias y condiciones personales para las nuevas industrias y empleos que generará la llamada revolución 4.0. Al tiempo, se promueven competencias individuales para los negocios y el emprendimiento empresarial. Esta nueva educación, llamada “educación empresarial”, ha hecho su aparición en muchos países, tanto a nivel universitario, como secundario, promoviendo competencias como la identificación de oportunidades del mercado, el diseño de planes de negocio, la gestión financiera, el mercadeo y las ventas, el manejo de la autonomía, la incertidumbre, el riesgo, etc. (Varela, 2001).

      Así, los conceptos de “emprendimiento” y “emprendedor” proliferan en el campo educativo y hasta se han expedido leyes que orientan educar en una “cultura del emprendimiento” (Ley 1014 de 2006). Se trata de promover “competencias” en los individuos que les permitan desarrollar una actividad económica por cuenta propia, una forma de preparar la siquis de los individuos para un mundo del trabajo en crisis.

      En la actualidad, se enfatiza el papel de la educación para la generación de conocimiento, la innovación y la competitividad; se insiste en el conocimiento como factor determinante del desarrollo económico, particularmente del aplicado que conduce a la innovación. Paul Romer (2007), afirma que el conocimiento aplicado en el proceso de innovación es un bien que puede ser costoso en su generación, pero una vez producido puede ser usado casi infinitamente. La consecuencia más importante de esta teoría es que las ideas se convierten en el principal motor del crecimiento económico.

      Además del papel que cumple la educación en el campo económico, esta comporta un elemento determinante para la existencia de cualquier sociedad, somos lo que somos fundamentalmente por la cultura, no por nuestros genes que escasamente se han modificado, la cohesión de la vida social se realiza a partir de la cultura que la sociedad reproduce en los miembros que la integran;

      No conozco ningún ejemplo en la historia en el que un pueblo estableciera primero mercados y gobiernos y, a continuación, crease una cultura. Sucede, más bien, que los mercados y los gobiernos son prolongaciones de la cultura. Esto se debe a que en ésta (en la cultura) es donde creamos los relatos sociales que nos vinculan como pueblo y nos permiten empatizar entre nosotros como si formáramos una familia extendida ficticia. Compartiendo una herencia común, llegamos a concebirnos como una comunidad y a acumular la confianza sin la que resultaría imposible instaurar y mantener mercados y gobiernos. (Rifkin, 2011)

      A pesar de la fuerte tendencia de colocar la educación fundamentalmente al servicio de la economía, todavía persisten corrientes de pensamiento en una tradición educativa que se resiste al modelo basado exclusivamente en el crecimiento económico; como expresa Martha Nussbaum (2010),

      Se trata de un sistema de aprendizaje relacionado con una tradición filosófica occidental de larga data en materia de teoría de la educación, que abarca desde las propuestas de Jean Jacques Rousseau en el siglo xviii hasta las ideas de John Dewey en el siglo xx, pasando por pedagogos tan eminentes como Friedrich Froebel en Alemania, Johann Pestalozzi en Suiza, Bronson Alcott en los Estados Unidos y María Montessori en Italia. Según esta tradición la educación no consiste en la asimilación pasiva de datos y contenidos culturales, sino en el planteo de desafíos para que el intelecto se torne activo y competente, dotado de pensamiento crítico para un mundo complejo. (p. 39)

      En conclusión, distintas sociedades han tenido concepciones diferentes sobre la educación y sus objetivos cambian de época en época. La pregunta que surge en tiempos modernos es: ¿Qué tipo de educación requerimos?, ¿una educación para qué tipo de sociedad? (Deval,1991, p. 5).

      Los valores humanistas y la solidaridad en la educación

      Para Nussbaum (2014), todas las sociedades están llenas de emociones; el amor, la ira, el miedo, la envida, el egoísmo, la solidaridad, etc., están presentes en la nación, pues la nación es en sí misma una construcción cultural y emocional. Todas estas emociones tienen consecuencias en el progreso de un país y en la consecución de sus objetivos, por tanto:

      Toda sociedad necesita reflexionar sobre la estabilidad de su

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