Economía social y solidaria en la educación superior: un espacio para la innovación (Tomo 2). Rocío Rueda Ortiz

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Economía social y solidaria en la educación superior: un espacio para la innovación (Tomo 2) - Rocío Rueda Ortiz

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como la compasión ante la pérdida, la indignación ante la injusticia, o la limitación de la envidia y el asco en aras de una simpatía inclusiva (…) Todos los principios políticos, tanto los buenos como los malos, precisan para su materialización y su supervivencia de un apoyo emocional que les procure estabilidad a lo largo del tiempo, y todas las sociedades decentes tienen que protegerse frente a la división y la jerarquización cultivando sentimientos apropiados de simpatía y amor. (p. 15)

      Así, se hace necesario volver la mirada hacia la educación resaltando su papel humanista y liberador, no simplemente económico. Al respecto, el filósofo Jaques Delors (1996), quien encabezó la comisión internacional de la Unesco sobre una educación para el siglo xxi, plantea lo siguiente:

      Frente a los numerosos desafíos del porvenir, la educación constituye un instrumento indispensable para que la humanidad pueda progresar hacia los ideales de paz, libertad y justicia social. (...) Para cumplir con los desafíos que se presentan, la educación debe estructurarse en torno a cuatro aprendizajes fundamentales que serán para cada persona, en el transcurso de su vida, los pilares del conocimiento. Estos son: aprender a conocer, aprender a hacer, aprender a vivir juntos y aprender a ser. Aprender a vivir juntos implica dos orientaciones complementarias: por un lado, el conocimiento gradual del otro, que involucra forzosamente el conocimiento de uno mismo, y por otro, la participación en proyectos comunes que resalten la interdependencia entre los individuos respetando los valores del pluralismo, comprensión y mutua paz. (Delors, 1996)

      ¿Cómo aprender a vivir juntos, sin reconocer al otro en su diferencia, sin el correspondiente nivel de solidaridad en propósitos comunes? Para dar respuesta a este cuestionamiento, la solidaridad se configura como un valor fundamental para la vida en sociedad. Del latín in sólidum (adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros; modo de derecho u obligación in sólidum), la solidaridad es un importante generador de confianza; permite emprender acciones comunes que resuelven pequeños y grandes problemas; moviliza importantes recursos que están en la sociedad y que dispersos no pueden usarse eficazmente. La solidaridad es una fuerza cohesiva que genera responsabilidad hacia los demás, sentido de pertenencia, y sentido compartido. La solidaridad no ésta al margen de la vida democrática, ella es una manera de educar para la ciudadanía, afianza principios de participación y responsabilidad social. No se trata de un discurso caritativo e ingenuo, el discurso sobre la cooperación y la solidaridad no excluye el debate acerca de las problemáticas sociales y sus causas. El ejercicio de la solidaridad contribuye a un pensamiento crítico respecto a lo que percibimos y vivimos.

      La disposición a cooperar con el “otro”, a ser solidario, también contribuye a generar una convivencia pacífica. En un país donde las violencias han propiciado la pérdida de valores éticos, generado la incapacidad para reconocer y respetar al otro en sus diferencias, donde se han debilitado los lazos sociales, la promoción de una cultura de cooperación y solidaridad se convierte en un elemento central para superar las violencias endémicas que padece Colombia.

      Pero la solidaridad no surge de la nada, es producto de valores éticos, de la conciencia de los individuos, se cimienta en la cultura, se fomenta y fortalece desde la educación y en las políticas públicas que traza un Estado que contribuyen a la creación de capacidades internas y externas para el desarrollo humano (Nussbaum, 2012). Además de ser un valor y principio ético, la solidaridad es un bien común que solo se acrecienta usándolo, es un valor práctico, pues solo es posible cuando se realiza o ejerce.

      A pesar de la importancia que tienen para el ser humano, en la educación colombiana, la solidaridad se ve como un concepto más. Son pocos los currículos que enseñan y motivan su comprensión y ejercicio. Lo anterior, parece encontrar sus causas en un problema epistemológico, agenciado en distintas ciencias y disciplinas que erigieron su estructura conceptual sobre la idea de un ser humano egoísta y violento por “naturaleza”.

      La solidaridad, un problema epistemológico en las ciencias sociales

      Desde mediados de los años setenta del siglo xx, las ciencias sociales se encuentran atravesando por lo que el sociólogo inglés Anthony Giddens (1994), ha denominado una “crisis estable”, relacionada con la llamada crisis de representación, fin de los meta-relatos y el quiebre de paradigmas. Como expresa De Sousa Santos (2007), estamos viviendo un período de revolución científica que se inició con Einstein y no se sabe cuándo acabará; estamos en el fin de un ciclo de hegemonía de un cierto orden científico.

      Para De Sousa (2007), el modelo de racionalidad que preside la ciencia moderna se constituyó a partir de la revolución científica del siglo xvi con el dominio de las ciencias naturales, extendiéndose a las nacientes ciencias sociales en el siglo xix. A partir de entonces, puede hablarse de un modelo de racionalidad científica que se impuso, convirtiéndose en un modelo totalitario, en la medida en que niega el carácter racional a otras formas de conocimiento que no se orienten por sus principios epistemológicos y reglas metodológicas:

      El privilegio epistemológico que la ciencia moderna se concede a sí misma es, pues, el resultado de la destrucción de todos los conocimientos alternativos que podrían venir a enjuiciar ese privilegio. En otras palabras, el privilegio epistemológico de la ciencia moderna es producto de un epistemicidio. La destrucción del conocimiento no es un artefacto epistemológico sin consecuencias, sino que implica la destrucción de prácticas sociales y la descalificación de agentes sociales que operan de acuerdo con el conocimiento enjuiciado. (Sousa, 2009, p. 81)

      Al tiempo, en las ciencias se fue desarrollando lo que algunos han denominado un “individualismo metodológico”. Cada ciencia, en su intensión de explicar el mundo o la vida social, fue desarrollando su propio método de análisis, en ocasiones en oposición a otros, o incluso, con el interés de imponer un tipo de pensamiento. Como expresa Sousa (2007), habiendo sido sobre-socializados por una forma de conocimiento que conoce imponiendo orden, es difícil poner en práctica, una forma de conocimiento que conoce creando solidaridad, tanto en la naturaleza como en la sociedad; “la forma de conocimiento que prevalece torna la solidaridad impensable, innecesaria e incluso peligrosa” (p. 86). Este método de producción de conocimiento se ve reflejado en el método pedagógico.

      Ante el individualismo en el método de investigación, ha surgido lo que podría llamarse el “solidarismo metodológico”. La solidaridad como forma de conocimiento es el reconocimiento del otro como igual productor de conocimiento.

      Para generar una nueva forma de conocimiento, Sousa (2007), propone tres elementos: la epistemología de los conocimientos ausentes; la epistemología de los agentes ausentes; la revisión de la representación y de sus límites. “Para identificar lo que falta y por qué razón falta, tenemos que recurrir a una forma de conocimiento que no reduzca la realidad a aquello que existe, una forma de conocimiento que incluya realidades suprimidas, silenciadas o marginadas, tanto como realidades emergentes o imaginadas”. (p. 87).

      El ser humano y la sociedad que configura es compleja y diversa, de manera que es imposible comprenderla desde un solo tipo de saber y desde una única metodología. Cada ciencia abarca un campo de conocimiento, por lo que surge la necesidad de planteamientos transdisciplinarios, entendiendo por ello la integración de las diferentes ciencias en un objeto de conocimiento común. Si tenemos sentido de la complejidad tenemos sentido de la solidaridad. Más aun, tenemos sentido del carácter multidimensional de toda realidad. La conciencia de la multi-dimensionalidad nos lleva a la idea de que toda visión unidimensional, toda visión especializada, parcial, es pobre, es necesario que sea religada a otras dimensiones”. (Morín, 1995, p. 101)

      El debate frente a la ciencia y su método ha incrementado la reflexión epistemológica en distintas ciencias sociales, buscando rescatar un pensamiento crítico, humanista que reconoce la cooperación y solidaridad como un elemento constitutivo del ser humano y la sociedad. Al dar una mirada general a este debate, podría manifestarse, por ejemplo, cómo en la filosofía, desde los “antiguos”

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