Economía social y solidaria en la educación superior: un espacio para la innovación (Tomo 2). Rocío Rueda Ortiz

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Economía social y solidaria en la educación superior: un espacio para la innovación (Tomo 2) - Rocío Rueda Ortiz

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expide la Ley 115 de diciembre de 1959, “por la cual se fomenta la educación cooperativa y se dictan otras disposiciones”. Esta Ley ordenaba la enseñanza del cooperativismo en todos los establecimientos educativos de primaria, secundaria y universitarios.

      Fueron importantes los esfuerzos realizados para la implementación de esta ley; en ese sentido, se enseñaba cooperativismo en las escuelas y colegios; se promovieron cooperativas escolares y proliferaron colegios cooperativos; varias universidades incluyeron la formación profesional en esta materia y la creación de centros de estudio del cooperativismo; también se realizaron diversos programas de fomento a la educación cooperativa.

      En una investigación realizada por Herminio Cocunubo y Nicolás Palacios, publicada por el Departamento Administrativo Nacional de la Economía Solidaria (Dansocial, 2005), son diversas las experiencias que promovieron la educación cooperativa en Colombia, desde la formación promovida por la Unión Cooperativa Nacional (UCONAL) en 1959, basada en el modelo de Antigonish (Canadá); la creación del Instituto de Economía Social y Cooperativismo (INDESCO) que dará origen a la actual Universidad Cooperativa de Colombia, promovida por un grupo de dirigentes cooperativos, entre ellos Rymel Serrano. Los procesos de educación impulsados por la Comisión Nacional de Educación Cooperativa en la década de los 70; la coordinación latinoamericana de universidades con institutos o centros de estudios cooperativos –CIDEC, en el que participa la Universidad Santo Tomas y la Universidad del Cauca. Los procesos promovidos por la Asociación Latinoamericana de Centros de Educación Cooperativa (ALCECOOP); los promovidos por organismos internacionales como OIT, FAO, GTZ (asistencia técnica alemana), etc., “la universidad Santo Tomas, a su vez, fue la entidad pionera del orden académico en generar un programa de administración de empresas de la economía solidaria que proponía una aplicación especial de las técnicas gerenciales sobre la base de los valores y principios solidaros, camino que fue seguido también por UNISUR hoy UNAD (Universidad Nacional Abierta y a Distancia)” (Dansocial, 2005, p. 28).

      No debe perderse de vista el contexto socioeconómico y político en que se promueve la educación cooperativa en Colombia, correspondiente al período de la llamada segunda república liberal “1931-1946”, en el que se suceden varios gobiernos liberales; lo que coincide con la gran depresión económica de 1929 y la II Guerra Mundial. Hacia finales de los años cincuenta, en el escenario de la posguerra, el mundo se encuentra polarizado, hay esfuerzos por la consolidación de los Estados de bienestar; en América Latina han hecho carrera las tesis económicas de la CEPAL del desarrollo interno y en Colombia ha terminado el enfrentamiento liberal-conservador que dejó miles de muertos; instaurándose el llamado Frente Nacional para buscar la pacificación del país.

      Hacia principios de los años noventa, la ley de educación cooperativa es desmotada y surge una nueva ley de educación. La actual Ley General de Educación 115 de 1994, en su artículo 14, literal D, orientó que en todos los establecimientos públicos y privados que ofrezcan educación formal, es obligatorio en los niveles de educación preescolar, básica, y media cumplir con “la educación para la justicia, la paz, la democracia, la solidaridad, la confraternidad, el cooperativismo y, en general, la formación de los valores humanos”. Aunque recientes directrices en Planes Decenales de Educación (PNDE 2006-2015), como en nuevas normas (Ley 1780 de 2016, artículo 27), han orientado incluir la educación solidaria y cooperativa en la educación colombiana, lo cierto es que esto no se ha cumplido, por el contrario, el desmonte de la educación solidaria y humanista del sistema educativo colombiano se ha profundizado.

      El paradigma del pensamiento económico neoliberal se impuso en todas las esferas de la sociedad y en la educación. De esta forma se promovió la idea de un solo tipo de economía, de mercado, competitiva y globalización. Este paradigma económico, empresarial y cultural, ha estimulado el hiperindividualismo que se replica en la educación. El capitalismo reciente ha formado su “alma gemela”, el narciso moderno. “El capitalismo moderno funciona colonizando la imaginación de lo que la gente considera posible. Marx ya se había dado cuenta de que el capitalismo tenía más que ver con la apropiación del entendimiento que con la apropiación del trabajo” (Sennett, 2018).

      Aferrados a un esquema conceptual, no se ha entendido que las relaciones de los seres humanos, al igual que sus organizaciones, son históricas y cambiantes. Se olvidó la posibilidad de promover y realizar actos solidarios desde el ciudadano, esté o no organizado en una estructura particular, de un individuo que puede ser consciente de sus actos económicos, por tanto, apoya relaciones solidarias en los distintos eslabones del ciclo económico (producción, distribución, consumo, acumulación).

      En este contexto, la definición de la economía solidaria en Colombia se centró en las formas de organización empresarial, lo que podría llamarse, acorde con Guerra (2002), una definición “formal” y no por la práctica económica, es decir, una definición “sustantiva”. Definir la economía solidaria solo a través de organizaciones jurídicamente reconocidas que la ejercen, y no por los actos económicos que la constituyen, implica, en esencia, reconocer un solo tipo de economía; en otras palabras, evade el cuestionamiento al modelo y teoría económica hegemónica y distorsiona la responsabilidad de un Estado democrático, que debe dar iguales garantías a los ciudadanos que buscan una economía más incluyente, equitativa y sustentable. Al tiempo, arrincona la educación solidaria hacia un problema de técnicas administrativas y jurídicas, que, en últimas, reproducen la teoría administrativa que se desarrolló en el marco de la empresa capitalista.

      Hacia una educación desde y para la solidaridad

      Estamos ante el reto de promover un modelo de educación que, rescatando el pensamiento humanista, los avances del conocimiento y las ciencias, coloque nuevamente al ser humano en el centro de la educación y en particular de la formación en los valores de la solidaridad y cooperación. Esta propuesta educativa se sintetiza en la idea de “una educación desde y para la solidaridad”. Una educación que, desde el ejercicio de distintas prácticas solidarias y asociativas, fortalezca en las personas una actitud consciente frente a este valor, e incorpore la reflexión sobre este tipo de educación y su importancia para la sociedad, con el fin de hacer de ella también un objeto de estudio (Martínez, 2007).

      En la enseñanza tradicional han dominado los métodos de transmisión de conocimiento centrados en el docente. Este tipo de enseñanza promueve en los estudiantes aptitudes de aprendizaje basadas en la repetición y el memorismo. En contraste, se propone una metodología que haga del estudio algo vivo y agradable aprovechando el entorno en que se habita; una enseñanza que trascienda el estrecho marco del aula de clase, superando la insuficiencia del verbalismo y el memorismo. Una educación “desde la solidaridad”, se concibe como un medio y método didáctico que facilita el aprendizaje y ejercicio de principios y valores éticos, que implica vivenciarla contribuyendo también al aprendizaje de los temas integrados en los planes de estudio.

      Vivenciar la solidaridad en la institución educativa, puede constituir todo un proceso pedagógico innovador que aporte a la formación de personas y profesionales socialmente responsables. Para lo cual se requiere multiplicar iniciativas que contribuyan a vivenciar la solidaridad y la economía solidaria en el espacio educativo; así, por ejemplo, en el campo universitario, iniciativas como la creación del voluntariado estudiantil, prácticas de comercio justo, ferias de trueque, etc., aportan a este propósito.

      Pero la solidaridad también se aprende en la escuela, desde los primeros niveles de la educación y la niñez, pues las experiencias llevadas a cabo en los primeros años de vida, marcan una impronta que se reflejará en acciones futuras de los adultos. Daniel Filmus (2002), exministro de educación de Argentina, afirma que

      La escuela no sólo debe enseñar conocimientos; a través de su trabajo cotidiano, también debe trasmitir valores. Necesitamos chicos que sepan mucho pero también que tengan valores solidarios, de compromiso con la comunidad y de trabajo para el bien del prójimo. Si queremos realmente que los niños y jóvenes tengan la cultura del esfuerzo, del trabajo y de la solidaridad,

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