Vacuidad y no-dualidad. Javier García Campayo
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Pero, claro, no somos coherentes. Hay contradicciones:
En un momento dado: entre varios aspectos de nuestro yo. Ya hemos descrito anteriormente que yo puedo desear ir al cine, mi cuerpo me dice que está cansado y no tiene ganas, y mi pensamiento duda de si vale la pena el esfuerzo de desplazarse a la sala; por tanto, el yo no sabe qué hacer.
A lo largo de la vida: han podido ser muy cambiantes nuestras emociones (p. ej., nos hemos enamorado de múltiples parejas de forma rápidamente secuencial), nuestros pensamientos (p. ej., hemos cambiado de ideología política bruscamente varias veces), nuestros deseos o conductas (p. ej., hemos cambiado muchas veces de trabajo, sin motivo claro).
Nuestra mente busca de manera compulsiva interpretar y dar explicaciones de lo que nos ocurre o de lo que hacemos, siempre basándose en nuestra historia biográfica previa. Todo lo que hacemos, pensamos o sentimos está interpretado por nuestra mente para que tenga coherencia con nuestra biografía. Así, nuestra biografía es el pasado interpretando el presente en busca de coherencia.
Esta contradicción biográfica, debida a la inexistencia del yo, es recogida por las tradiciones religiosas. Por ejemplo, en el cristianismo, cuando Jesús llega a la región de los gerasenos, un hombre endemoniado, que andaba por los sepulcros y al que no podían contener ni con cadenas, se acercó a Él para que lo liberase. Jesús le dijo: «Espíritu inmundo, sal de este hombre». Y le preguntó: «¿Cuál es tu nombre?». A lo que el demonio contestó: «Me llamo legión, porque somos muchos» (Marcos 5, 1-20).
También la psiquiatría lo reconoce, así el Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales o DSM por sus siglas en inglés (APA, 1995), la clasificación psiquiátrica de enfermedades más utilizadas a nivel internacional, describe el trastorno múltiple de personalidad como «la presencia de dos o más identidades o estados de personalidad, cada una con un patrón propio y relativamente persistente de percepción, interacción y concepción del entorno y de sí mismo».
Práctica: desafiando la coherencia del yo a lo largo del tiempo
Siéntate en una posición cómoda. Piensa en algunas contradicciones a lo largo de tu vida en relación con sentimientos, acciones o pensamientos. Te pueden servir los ejemplos que hemos comentado anteriormente (cambios de trabajo; cambios de ideología del tipo que sea, no solo política; cambios afectivos en relación con parejas, amigos o familiares).
¿Cómo explicas esas variaciones? Habitualmente, solemos contestarnos que se ha producido por circunstancias externas que nos han influido. O a veces lo explicamos también por sucesos internos, como que cambiamos de forma de pensar, de forma de ver el mundo. Cuando ninguna explicación nos convence, la que solemos darnos es que «Yo soy así» (es decir, contradictorio, impredecible). En ese momento solemos identificarnos más con la originalidad del yo, que luego desarrollaremos, que con la coherencia, y nos sentimos bien.
Si no hubiese interpretación de los hechos, como ocurre en mindfulness conforme se va parando el diálogo interno, ¿qué pasaría?
3. Originalidad: otro aspecto clave es que nuestro yo se siente único. Yo me siento diferente a todos los demás y, en general, mejor que la mayoría, por lo menos en algún aspecto concreto. Si yo fuese exactamente igual que todos los demás, con las mismas etiquetas, la misma biografía y la misma formación, ¿por qué me aferraría a mi yo si es idéntico al resto de yoes? La diferencia, la separación, lo distinto es la esencia del individualismo y, en su expresión máxima, del narcisismo. La homogeneización, la igualdad en todo, la lucha contra la identidad personal es la base del comunismo, y es lo que han intentado dictaduras socialistas extremas como en Albania, Corea del Norte, Camboya o Cuba. El marchamo que estructura esta identidad única, esta diferencia, es nuestro nombre. La identidad con nuestro nombre es lo que certifica que somos únicos. En la Edad Media y en épocas posteriores, la gente moría en duelos solo por defender la honorabilidad de su nombre. Era preferible perder la vida a la honra.
Práctica: desafiando la originalidad del yo
Adopta la postura de meditación habitual. Puntúa la sensación del yo ente 0 (nada) y 10 (máxima).
1 Repite mentalmente tu nombre unas cuantas veces, de forma lenta, como si fuera un mantra. Observa cómo tu sentido del yo se exacerba y puntúalo de 0 a 10. Intenta que no aumente tu sensación de yo cuando piensas en tu nombre. Observa si puedes conseguirlo.Imagina que no tuvieses un nombre. Que la gente te llamase simplemente «Tú», «Hombre» o «Mujer» u «Oye». Llámate a ti mismo con cualquiera de estas fórmulas. ¿Cómo está tu sensación del yo? Liga a «Tú» u «Oye» toda tu biografía. ¿Cómo te sientes? Puntúa de 0 a 10 el yo.
2 Imagina que todos nos llamásemos igual, que no tuviésemos nombres diferentes al resto. Imagina que toda la humanidad se llama como tú, con tus nombres y apellidos. Cuando dices tu nombre, piensa que todos se sienten aludidos, no solo tú. Tus amigos, familiares, todos los que conoces y no conoces se llaman como tú. Repite tu nombre, sintiendo que toda la humanidad responde ¿Exacerba tu nombre la sensación de un yo? Puntúalo de 0 a 10 en esas circunstancias.
3 Por último, piensa que en ese accidente en que has perdido la memoria, has olvidado tu nombre y te lo han cambiado. Ahora te llamas Juan(a) Pérez González. Repite ese nombre interiormente e identifícate con él. ¿Cómo te sientes? Puntúa la sensación del yo de 0 a 10. Termina la práctica cuando consideres.
4. Control: sentimos que el yo puede ejercer un intenso control, tanto sobre nuestro cuerpo como nuestra mente. Y, a menudo, en un rapto de locura, nos gustaría extender este control sobre las otras personas y sobre el mundo en general. El niño, en su desarrollo psicológico y emocional, hacia la edad de 2 años, presenta berrinches o rabietas, cuando ve que no puede controlar el mundo. Nuestras rabietas son similares.
En relación con el cuerpo, podemos recordar cuánto sufrimiento nos produce no poder controlarlo: querríamos que fuese de diferente forma a como es (altura, color de pelo, ojos), más bello (y por eso buscamos operaciones de cirugía estética), más delgado (y nos ponemos a dieta), más musculoso (e intentamos hacer ejercicio). Una enfermedad es el máximo ejemplo de no controlabilidad de nuestro cuerpo y de frustración y sufrimiento por padecerla.
Lo mismo podríamos decir en relación con la mente. Nos gustaría controlar nuestras emociones (a veces queremos a alguien que no nos quiere y desearíamos que no fuese así), pensamos cosas que no aceptamos (desear que fallezca nuestro padre que lleva años sufriendo alzheimer), o hacemos cosas que no queremos (las adicciones o la falta de seguimiento de una dieta son un buen ejemplo).
El cuerpo es más evidente que no lo controlamos, pero en la civilización occidental, siempre hemos querido pensar que la mente sí la controlábamos. De hecho, el Noveno Mandamiento de la ley de Dios dice: «No tendrás pensamientos ni deseos impuros». Este mandamiento no existiría en tradiciones como la budista, porque se asume que no podemos controlar nuestros pensamientos; por tanto, ¿cómo podría ser pecado? Incluso en el cristianismo se hace referencia a esta dificultad casi insoluble. Como dice el apóstol san Pablo en Romanos 7, 15: «Porque lo que hago no lo entiendo, pues no hago lo que quiero sino lo que aborrezco».
No podemos controlar nuestro yo, y el Buda enfatiza este hecho. El Discurso menor a Saccaka recoge un diálogo con Saccaka, un reputado maestro jainista de Vesali, que reproducimos a continuación.
Saccaka afirma: «Este cuerpo es mi ser,