Vacuidad y no-dualidad. Javier García Campayo
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Vacuidad y no-dualidad - Javier García Campayo страница 12
¿Hay alguna vez que no te identifiques con ningún elemento y contestes de forma impersonal? Seguramente, vas a contestar que no. Si es así, intenta entender por qué no. Y si es que sí, ¿qué sensación te produce cuando contestas de una forma impersonal?
¿Hay algún otro elemento diferente de estos cinco con el que el yo se pueda identificar?
5. El yo biográfico y el yo existencial. ¿De qué está compuesto el yo biográfico?
Lo que está dentro de mí, lo que está fuera de mí. Cuando estos pensamientos cesan, la libertad surge.
Mulamadhyamakarika NAGARJUNA
Sintiendo la fuerza variable del yo
Para ver en qué consiste el yo, de qué está compuesto, resulta útil sentirlo, conectar con él. No siempre el yo es igual de intenso: hay momentos en que es casi imperceptible y existen otras circunstancias en que se percibe de forma muy evidente; y, por supuesto, existe un amplio rango de situaciones intermedias. Vamos a intentar experimentar la mínima y la máxima sensación del yo. El yo mínimo suele ir asociado a situaciones en las que nos volcamos en la actividad externa que estamos realizando y nos olvidamos de nosotros. Las situaciones de flow (fluir) son un buen ejemplo. Por el contrario, el yo es máximo cuando nos centramos en él para describirlo o para relatar alguna actividad en la que es protagonista.
Yo mínimo: experiencias de flow
Mihaly Csikszentmihalyi (1990) describió por primera vez la experiencia de flow, también conocida en castellano como fluir, flujo o experiencia óptima. Este concepto está enmarcado y forma parte de los fundamentos de la Psicología positiva, el estudio del bienestar y la experiencia subjetiva de felicidad. Csikszentmihalyi definió la experiencia de flow como aquella en que «la experiencia es placentera por sí misma, se da en actividades que las personas realizan a pesar de los costes o el cansancio que pudieran suponerles y se involucran en ellas plenamente, hasta el punto de perder la noción del tiempo». Decía que la felicidad no sucede al azar, que había que trabajarla, y relacionaba la felicidad con una alta frecuencia de estos estados de flow. Las condiciones que debe tener una actividad para que se dé el estado de flujo son las siguientes (Csikszentmihalyi, 1990):
Tener metas claras y realistas.
Una retroalimentación inmediata sobre la ejecución de la tarea.
Equilibrio entre las habilidades personales y los retos o dificultades que presente la tarea.
Dándose estas condiciones, cualquier actividad de la vida podría dar lugar a una experiencia óptima; por ejemplo, la práctica de un deporte, una actividad artística o el estudio de algo interesante. Aparte de en estas actividades de ocio o de desarrollo personal, el concepto de flow también ha sido estudiado en el ámbito laboral. Según la teoría de la experiencia óptima, el lugar de trabajo puede ser un escenario perfecto para experimentar flow, y será más fácil llegar a este estado si existe una adecuada organización en el trabajo (Csikszentmihalyi, 1999).
La experiencia de flow en el entorno laboral fue estudiada en profundidad por Bakker (2008), quien describe la experiencia como momentánea y afirma que debe medirse en frecuencia y no en intensidad. Para medir esta frecuencia, diseñó un instrumento retrospectivo, el WOLF (Bakker, 2008), que definía el flow en el trabajo según tres componentes:
Alta frecuencia de placer en la realización de las tareas.
Alto nivel de concentración.
Una elevada motivación intrínseca hacia la tarea.
Se sabe que los estados de flow mejoran el rendimiento en la tarea, producen numerosos beneficios personales y organizativos y, como comprobaron Kuo y Ho (2010), tiene una relación directa con una mayor calidad del trabajo realizado.
Hay que insistir en que flow y mindfulness, aunque tienen una relación positiva entre sí, no son lo mismo. Estos dos conceptos se solapan, a veces, en la literatura, por lo que pueden dar lugar a confusión, y es importante diferenciarlos. El estado de flow es momentáneo y se caracteriza por un alto nivel de atención, pero también por un bajo nivel de conciencia. Esto es más eficaz en situaciones que requieran actuaciones rápidas y automáticas. Mindfulness, no obstante, es considerado más como un rasgo duradero en el tiempo que como un estado momentáneo, y combina un alto nivel de atención y también un alto nivel de conciencia. Como dice Alvear (2015), podríamos enmarcar los estados de flow en el modo «hacer» con una serie de objetivos o pequeñas metas, y existiría la posibilidad de equivocarnos y hacer las cosas de forma errónea; sin embargo, mindfulness se encuentra en el modo «ser», donde no hay unos objetivos marcados, ni hay forma de cometer errores, se puede alcanzar o no un estado mindful, pero no hacerlo mal. Por otra parte, en «flow» la atención esta muy focalizada en la tarea, es de ángulo estrecho; por el contrario, en mindfulness, la atención tiende a estar más abierta, centrándose no solo en un objeto, sino en todo el entorno o contexto.
Práctica: experiencia de flow: yo mínimo
Identifica alguna situación en que entres fácilmente en flow; quizá correr o algún otro deporte, alguna afición con la que disfrutes, o simplemente leer un buen libro o ver una película que te guste. Observa el proceso: partes de una cierta sensación de yo y, conforme vas realizando la actividad, toda tu atención se vuelca en ella. Hay una gran atención y te fusionas con la actividad, pero no hay consciencia, por lo que no hay sensación de yo. Se pierde la noción subjetiva del tiempo y podrías estar horas realizando la actividad sin ser consciente de nada más. Ves que aquí el yo es mínimo, pero no hay consciencia de lo que haces. Es un estado de piloto automático en algo agradable y que no te cuesta esfuerzo.
Yo máximo: el yo como protagonista
En psicología se utilizan dos técnicas para tener la máxima sensación de yo. Aunque siempre hay cierto nivel de percepción egoica, cuando focalizamos la atención en él, lógicamente, va a ser más evidente su fuerza. Dos son los momentos o situaciones «cumbre» en este sentido:
1. Cuando somos protagonistas de algo: si contamos a alguien o a nosotros mismos una situación, actividad o suceso en el que nosotros hemos sido los protagonistas, aunque la actividad sea de menor importancia (p. ej., ir a comprar al supermercado), la sensación del yo se dispara. Nos tomamos un gran esfuerzo para que se entienda por qué hemos hecho esto o aquello, los éxitos que hemos tenido, o lo que hemos hecho por otros y, si algo ha salido mal, cómo nos hemos sentido y cómo, en general, otras personas han sido responsables de aquello que nos ha ido mal.
2. Describirse uno mismo: la otra gran situación en la que el sentido del yo es máximo es cuando nos describimos a nosotros mismos, ya sea nuestras características físicas (como, por ejemplo, altura, rasgos faciales, color del pelo o de los ojos) o, sobre todo, nuestras características psicológicas o de personalidad (p. ej., carácter, valores, relaciones interpersonales). Otro de los grandes temas en este apartado es nuestra biografía. Cuando contamos lo que nos ha ocurrido en la vida, nuestra identificación es máxima. Lo que esperamos, con diferentes grados