Vacuidad y no-dualidad. Javier García Campayo
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El nombre sería otro de los aspectos que mantiene el yo biográfico. Desde el nacimiento, se nos asigna un nombre con el que nos identificamos. Todo gira en torno a él. En cuanto lo nombran, nuestra atención se dispara, como también nuestra sensación del yo.
Práctica: la mente de principiante y el efecto de la memoria
Adopta la postura de meditación. Trae cualquier comida delante de ti: una fruta, una verdura, carne o pescado. Antes de llevártelo a la boca, ya tienes la idea de si te gusta o no, cómo sabe o no, etcétera. Pruébalo como si fuese la primera vez (esta práctica es la base de la «uva pasa» que se practica en el protocolo MBSR).
Ahora cierra los ojos e imagina que vas a hacer alguna actividad: un deporte, una afición. De nuevo, comprueba todas las ideas preconcebidas que tienes sobre esa experiencia. Es imposible experimentarla con mente de principiante.
Piensa ahora en una persona que te caiga bien o mal, que no te sea indiferente. Observa que tu relación con ella está muy mediatizada por la imagen que ya tienes. Será difícil cambiarla en uno u otro sentido. De nuevo es imposible desarrollar esa mente de principiante.
Conecta las tres situaciones, Observa que la impresión previa se mantiene por el diálogo interno. Si no hubiese diálogo interno, sería como si fuese la primera vez que pruebas esa comida, realizas esa actividad o hablas con esa persona. Este es el fundamento de una práctica que veremos posteriormente: «En lo visto solo lo visto. En lo oído solo lo oído».
Las etiquetas desarrolladas a lo largo de nuestra vida
El «yo biográfico» es el personaje que hemos ido desarrollando a lo largo de nuestra vida para adaptarnos al mundo. De hecho, en algunas tradiciones contemplativas, para referirse al yo se le describe como «el personaje». Está compuesto por una serie de etiquetas y de pensamientos sobre nosotros mismos que hemos ido desarrollando a lo largo de nuestra vida y que constituyen nuestra visión de nosotros mismos.
Vamos a intentar conocerlo un poco mejor a través de estas etiquetas. Se calcula que hay unas 50 que son las más importantes y con las que más nos identificamos. Las principales están relacionadas con tres factores:
Físicos: son nuestras características corporales, muchas de ellas no pueden cambiarse o es difícil. Las más obvias son: el sexo, la edad o nuestro grupo étnico. También incluirían todos los aspectos corporales que podamos imaginar: belleza física (atractivo o no, como una apreciación global), talla (alta o baja) y peso (gordo/delgado), calvo o no (en varones), así como cualquier rasgo o déficit evidente. El tamaño de los órganos sexuales, el color de los ojos y el cabello, la forma de la cara o de cualquier parte de nuestro cuerpo pueden constituir una etiqueta terrible. En la adolescencia, esta insatisfacción con nuestro cuerpo es especialmente evidente. Podemos ver que, por un lado, está el dato objetivo (altura 155 centímetros y peso 100 kilogramos) y, por otro lado, está la etiqueta que algunas personas pondrían ante esos datos como «bajo» y «gordo». Pero, con esas mismas características, uno podría no haberse autocreado una etiqueta concreta.
Sociales: una de las etiquetas más relevantes en nuestra sociedad es la profesión, porque suele ir asociada a otras evaluaciones sobre el nivel cultural y económico. La gente se presenta así: «Me llamo Juan García y soy abogado». Otras etiquetas muy importantes son las creencias políticas o religiosas o el sentimiento de nacionalidad. También pueden ser relevantes otras etiquetas, como las deportivas (pertenencia a un equipo deportivo u otro, la práctica de deporte en general o un deporte específico); las de hábitos de salud (vegetariano o no, fumador o no, meditador o no).
Psicológicos: finalmente, otras etiquetas destacadas son las relacionadas con los valores, con lo que es importante en la vida (p. ej., sinceridad, honradez, fidelidad) o rasgos de personalidad (tímido o no, extrovertido o no, confiado o no).
Conocer nuestras principales etiquetas, y hasta qué punto estamos apegados a ellas, es un tema importante en nuestro crecimiento personal y en nuestra meditación, porque nos permite saber sobre qué debemos trabajar.
Práctica: identificando las etiquetas del yo
Adopta la postura de meditación. Analiza las etiquetas con las que te identificas. Puedes empezar con las físicas: aspectos de tu cuerpo que te gustan o no te gustan, de los que presumes o intentas ocultar o cambiar. Puedes pasar luego a las etiquetas sociales: la profesión es clave, pero también tus creencias políticas, religiosas, nacionalidad. La adolescencia es una buena referencia para identificar etiquetas porque es un periodo de la vida en que intentamos estructurar nuestra identidad, y muchas de las etiquetas surgen entonces (aunque luego las hayamos cambiado). Termina con las etiquetas psicológicas: forma de ser, personalidad, valores. Intenta identificar cuáles son «nucleares» (sentirías que si las pierdes o cambias, dejas de ser tú mismo) y cuáles son más accesorias (podrías modificarlas).
La distorsión fundamental: las etiquetas del yo biográfico
Hemos visto que el diálogo interno evalúa el mundo de continuo, por lo que, lógicamente, también etiqueta y juzga a las personas. Pero ¿cuál es el punto de referencia, el patrón para juzgar a las demás personas y decidir qué está bien y qué está mal? Es lo que llamamos nuestro yo biográfico, el personaje que hemos desarrollado a lo largo de nuestra vida y con el que nos identificamos. Ese es el principal cristal que distorsiona la forma que tenemos de ver a las otras personas. Con la siguiente práctica vas a comprobar cómo esas etiquetas del yo biográfico no solo deciden qué tal te caen otras personas, sino que son una base importante para seleccionar parejas, amigos, etcétera.
Práctica: comprueba el peso de las etiquetas en tu vida
Escribe en un papel en blanco cuáles son tus cinco principales etiquetas, aquellas con las que más te identificas, las que son las más importantes para ti. Pueden ser, por ejemplo: sincero, de tal partido político, de tal creencia religiosa, de tal nacionalidad, etcétera.
Si has hecho la práctica de forma adecuada, verás que esas etiquetas estructuran tu vida. Por ejemplo, si te defines como una persona muy sincera y fiel, tanto tu pareja como tus amigos tendrán que ser bastante sinceros y fieles; sino, no los seleccionarías como personas importantes en tu vida. Si para ti ser vegetariano, deportista o meditador son rasgos relevantes que te definen, muchas de tus relaciones lo serán también. Lo mismo ocurre con la ideología política o religiosa, o con tu profesión. Si son muy importantes para ti, vas a identificarte con las personas con las mismas características, mientras que te sentirás separado de los individuos con diferente forma de pensar.
Inicialmente, no vamos a poder quitarnos el sesgo de las etiquetas, aunque con la práctica de mindfulness pierden fuerza y se hacen más laxas; pero siempre podemos ser conscientes de que llevamos una lente encima y de cómo distorsiona la realidad.
Las etiquetas del yo son el origen de las emociones negativas
La mayor parte de nuestro sufrimiento se origina en las emociones negativas. Piensa si es así o no. Si no tuviésemos emociones negativas, ¿qué sufrimiento quedaría? Básicamente el existencial: miedo a la muerte, la enfermedad, la vejez. A su vez, las emociones se producen en contextos interpersonales, cuando estamos