Narradores del caos. Carlos Mario Correa Soto

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es el caso de Colombia –que es el que más conocemos– donde los estudiantes reporteros de los programas universitarios de Comunicación Social y/o Periodismo investigan, escriben y divulgan en medios impresos y digitales que les sirven como laboratorios de práctica, un tipo de crónicas que llevan en su sangre el mismo factor Rh+ (erre hache positivo) de la narrativa periodística de los “Nuevos cronistas de Indias”.

      También es sobresaliente el caso del semillero de cronistas hispanoamericanos que se ha formado y fortalecido con los talleres y cursos –en las modalidades presencial y virtual– de la Escuela Móvil de Periodismo Portátil (EPP),10 fundada en 2009 por Juan Pablo Meneses. Lo cual es muy paradójico si se considera el sartal de reproches que este cronista –su principal tutor y maestro– le hizo renglones atrás al trabajo a destajo que tanto él como sus colegas tienen que hacer para sobrevivir. Pero su labor pedagógica y de promoción de nuevos cronistas –muchos de ellos menores de treinta y cinco años– tiene respaldo en las estadísticas que dan cuenta de la relación con alumnos conectados desde treinta países diferentes y quienes, con mayor o menor suerte, venden y publican sus historias en revistas, libros y blogs de crónicas internacionales.

      Si para Susana Rotker la crónica fue el laboratorio de ensayo del “estilo” de los escritores modernistas –quienes en este contexto vienen a ser los abuelos de los “Nuevos cronistas de Indias”–, “el lugar del nacimiento y transformación de la escritura, el espacio de difusión y contagio de una sensibilidad y de una forma de entender lo literario que tiene que ver con la belleza, con la selección consciente del lenguaje” (2005: 108), para los estudiantes reporteros y para los cronistas portátiles la crónica viene a ser ahora la gimnasia donde logran una talla, una sensibilidad y una identificación propias como informadores que no solo tienen el reto de contar lo que pasa sino, ante todo, de brindar hallazgos y conocimientos sobre una sociedad mestiza y compleja como la naturaleza misma del género narrativo en el que se prueban, género que fue definido por el maestro Juan Villoro con un calificativo tan perspicaz como turbador: el ornitorrinco11 de la prosa.

      En su libro El estilo del periodista el español Álex Grijelmo señala que la crónica periodística toma elementos de la noticia, del reportaje y del análisis. Pero se distingue de la noticia “porque incluye una visión personal del autor”, y advierte que además en la crónica hay que “interpretar siempre”, aunque “con fundamento, sin juicios aventurados y además de una manera muy vinculada a la información” (2006: 88). Así que el tinte personal del autor, si bien refuerza las posibilidades de exploración estilística y discursiva del relato, conlleva limitaciones puesto que exhortado a informar interpretando o a interpretar informando, el cronista caminará siempre sobre el fuego con los pies descalzos, exponiéndose a pasar del comentario a la opinión.

      El intento de definir el carácter y la función de la crónica –algo que tal vez resulta infructuoso dada su condición de criatura ignota, portentosa y escurridiza, como nos la describe Villoro– nos lleva a considerar los estudios de la profesora Linda Egan12 sobre los libros periodísticos de Carlos Monsiváis (1938-2010), a quien consideramos como uno los principales padres fundadores del periodismo narrativo latinoamericano del siglo xxi, junto a los también mexicanos Elena Poniatowska (1932) y Vicente Leñero (1933); los colombianos Gabriel García Márquez (1927-2014) y Germán Castro Caycedo (1940); y los argentinos Roberto Arlt (1900-1942), Rodolfo Walsh (1927-1977) y Tomás Eloy Martínez (1934-2010).

      La crónica contemporánea –expone la profesora Egan– es “el reportaje narrado con imaginación” y tiene una forma híbrida cuya identidad genérica se ha de encontrar en la manera en que su función y su forma persiguen sus metas inseparablemente. Por una parte, la crónica reclama ser un género-verdad que pertenece al campo del periodismo. Al mismo tiempo, el uso ostentoso que hace de la técnica narrativa la alinea con el terreno de la escritura creadora (2008: 27, 141).

      Egan señala que esa mezcla de modos –de no-ficción y de ficción– es la fuente de una fascinación duradera que ha conservado su esencia desde la Antigüedad clásica y ha hecho de ella la progenitora de toda la literatura americana. No obstante, desde el principio del siglo XIX, “la Academia occidental erigió una barricada arbitraria entre funcionalidad y forma, y esta jugada lanzó a la crónica de los tiempos modernos a un limbo ontológico y crítico” (2008: 141).

      La crónica –acepta la profesora– es interdisciplinaria y compleja, pero considera que confinarla a su especificidad genérica13 “es potencialmente liberarla de la amplia desatención a la que la relega la comunidad de críticos”. En primer lugar, destaca que en cuanto a la forma, la crónica, “pone en claro que le gusta adornar su reportaje con el lenguaje en boga de la narrativa”14 (2008: 149).

      Nos parece entonces, en la perspectiva analítica de la profesora Egan, que el carácter de la crónica, y específicamente de la crónica periodística latinoamericana, está comprendido esencialmente en la forma cronológica, lineal o no, de narrar una historia, mientras que el del reportaje15 está referido al procedimiento de indagación –al acto de reportear o de hacer reportería– para obtener su contexto y su contenido informativo y de interés humano –datos, personas, versiones, anécdotas, ámbitos, escenas– y no exactamente a un género16 periodístico distinto, como suele identificársele por parte de editores, periodistas y lectores en Hispanoamérica.

      Pero, ¡atención!, jóvenes estudiantes de periodismo y reporteros aprendices de cronistas; cuando hacemos eco de las opiniones de la profesora Egan en cuanto a que la crónica contemporánea es “el reportaje narrado con imaginación” no estamos identificando imaginación con ficción o fantasía, sino más bien con creatividad; esto es, con la facultad y la capacidad de creación que pueda desarrollar el cronista tanto en sus labores y métodos de reportero como en sus ensayos y descubrimientos formales de narrador. Tenemos claro que la crónica reclama ser un género de no-ficción que en esta medida da cuenta de la autenticidad de los hechos y que hoy en día pertenece al campo del periodismo –donde encontró un nicho–, pero sin desconocer que también es un género con ambición literaria, es decir, artística.

      Con agudeza analítica el escritor Jorge Carrión –profesor de escritura creativa y de periodismo cultural en la Universidad Pompeu Fabra de Barcelona– observa que a juzgar por la confusión de las palabras y de las definiciones que se vinculan con la crónica, no estamos ante un género, sino ante un debate, ya que las palabras nos confunden. Señala cómo en España, un reportaje es una crónica, mientras que en algunos lugares de Latinoamérica es una entrevista, perfil, retrato, semblanza, estampa, cuadro de costumbres, aguafuerte. “Las palabras nos hacen un poco más libres, por eso tantos cronistas han inventado las suyas para definir su trabajo” (2012: 29).

      Entonces, cada crónica es, por tanto, “un debate que sólo transcribe datos inmodificables y que reclama otras palabras. Un debate inclusivo con los géneros y las formas textuales de cada momento histórico”. Un debate –concluye Carrión– que “comienza en la propia palabra ‘crónica’. Un debate largo, habitual, inveterado, que viene de tiempo atrás” (2012: 31); es decir, un debate crónico.

      “La crónica en debate” es precisamente el nombre de la serie de ensayos en los que la revista digital Anfibia propone polemizar y reflexionar sobre la vigencia del género, a partir de varias preguntas: ¿Cómo podríamos definir la crónica hoy? ¿Cuáles son sus límites, sus trampas, sus desafíos? ¿Cómo convive con el periodismo en la era digital? y ¿Cuándo se pierde entre mañas y fórmulas repetidas?

      En uno de los ensayos titulado “Las viejas narrativas del presente”, la doctora en Letras Mónica Bernabé expone que crónica

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