Introducción a la ética. Edmund Husserl
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En primer lugar, consideremos las circunstancias en la lógica, la primera que alcanzó un alto nivel de desarrollo teórico en el que además se efectúa, ante todo, una clarificación y que, por eso, parece decisiva para servir de guía a una ética pura. Partamos de la lógica en el sentido de la tradición originaria, es decir, pensada como una tecnología del conocimiento. Si, en su tratamiento, como de costumbre, uno todavía está en lo profundo motivado prácticamente, entonces se siente continuamente referido, en tal nivel, a los seres humanos y a la meta de mejorar su conocimiento. Se empieza, naturalmente, en la actitud empírica, la cual nos mantiene en la motivación práctica [28]. Se tiene delante de sí la vida cognoscitiva del ser humano en sus éxitos y fracasos, en y fuera de las ciencias humanas. Si ahora se nos pregunta, esforzándonos en crear una regla cognoscitiva fundada científicamente, qué ciencias pueden ser de ayuda, entonces la respuesta parece clara: en la medida en que se trate, en general, de una reglamentación mediante la voluntad (aquí hay conocimientos que deben ser dirigidos por la voluntad), viene tomada en consideración una ciencia que tiene que ver con el querer y con el actuar. El querer y el actuar conciernen a lo psíquico y pertenecen a la psicología, a la teoría de la vida psíquica humana.
Sin embargo, puesto que aquí hay conocimientos que deben ser regulados en el nivel práctico (el pensar, el fundar, etc.), entra en juego en este lugar la psicología, pero en particular la psicología del conocimiento, dado que describe solo una clase de eventos psíquicos. Según ello, se concluye y se toma por algo completamente comprensible de suyo que una lógica como tecnología del conocimiento debe tener sus fundamentos teóricos esenciales en la psicología y casi que debe también ser enteramente formada por principios empíricos. Esta es la opinión que domina ampliamente, pero es fundamentalmente falsa, como lo es el empirismo en general, el cual es ciego para todo lo a priori, para el anclaje último de toda <verdad> teórica y moral.
Quizás ahí se va demasiado lejos. El argumento por el cual una disciplina técnica que, como la lógica, apunta a una regulación de las vivencias de la conciencia, de lo psíquico, debe ser obviamente una ciencia empírica es, desde luego, obvio si esto psíquico es pensado en referencia a una vida humana empírica. Pero también puede ser pensado de otro modo. La tendencia a permanecer apresado en lo empírico y a hacerse ciego al hecho de que, ahí donde se habla de regulación en el sentido de la razón, imperan principios ideales y se descubre una disciplina a priori, esto es, ser ciego al hecho de que los fundamentos teóricos más esenciales de una tecnología de la razón deben ser supraempíricos. En la lógica, esta tendencia es evidentemente muy favorecida si, mediante la actitud práctica, se quiere regular el conocer humano y se dirige desde el inicio la mirada a lo empírico, y si, mediante la motivación práctica, se limita al mismo tiempo la libertad teórica.
[29] Un teórico puro y radical contemplará meticulosamente la situación en la más fría objetividad y se dirá: ciertamente, para una tecnología del conocimiento humano, se puede y debe estudiar teóricamente el conocer humano, y ello en relación con la psicología y con la entera ciencia de la vida psíquica humana; pero estamos vinculados solo a la vida psíquica empírico-humana si consideramos, precisamente, el conocer empírico del ser humano empírico y queremos regularlo en el nivel práctico. Pero podemos liberarnos de esta atadura como lo hacen desde siempre las ciencias matemáticas, las cuales no tratan de números terrenos ni del contar terreno ni tampoco de los triángulos en los planos y en la tierra, sino de triángulos en general, de figuras espaciales en general, sean pensadas estas en este mundo o en otro mundo de fantasía. ¿Y no está incluida desde el principio en el conocer racional una idealidad que remite a un a priori? Conocimiento, en el sentido estricto de conocimiento racional, es lo que la lógica tiene ante sí como fin universal. El conocimiento es conciencia intelectiva de la verdad. ¿Pero no reside en el sentido de la verdad una idealidad que no depende de la vivencia respectiva? Si tengo la intelección de que 2 < 3, entonces esa es, sin duda, mi vivencia humana; pero una vivencia exactamente igual en un ser completamente diferente, como un marciano, ¿no captaría la misma verdad? Y si para mí esta intelección tiene un valor lógico-racional, ¿no tiene el mismo valor racional para todo sujeto cognoscente posible? ¿No debe haber entonces una consideración teórica del conocer que se mantenga de modo puro en la esencia ideal del conocer propio de la vida psíquica humana, pero que no se preocupe del factum, sino que estudie lo ideal en la pureza y universalidad esencial, que le sea indiferente si un acto de este contenido es realizado por seres humanos, marcianos u otros, incluso sujetos fingidos cualesquiera?
Así, en tales consideraciones, y particularmente en esta actitud teórica radical y libre, advertiremos que se ha de distinguir entre la vivencia del conocimiento y su contenido, es decir, la verdad inteligida, y que esta verdad se da como una unidad supratemporal, como una [30] unidad no sensible frente a cualquier temporalidad en la que es cognitivamente dada. Algo semejante vale ya para toda proposición no intelectiva que quizás, en un conocimiento posterior, se revela como falsa. La proposición «hay diez cuerpos regulares» es una proposición que, tantas veces como sea pensada y efectivamente juzgada, <es> la misma si la conozco ahora o en otro momento. Es la misma proposición verdadera que, en el reino de las proposiciones, de las verdaderas y de las falsas, se presenta solamente una vez. En cuanto vemos este ser-en-sí supratemporal de los conceptos, de las proposiciones y de las verdades, se nota de inmediato que toda la analítica aristotélica concierne a una disciplina que, liberada de todo lo empírico y, por tanto, sin considerar la psicología entera, enuncia leyes ideales para estas objetividades ideales, proposiciones, por ejemplo, el principio de contradicción. De dos proposiciones contradictorias «A es b» y «A no es b», una es verdadera y la otra falsa, y así vale para todas las leyes de la inferencia.
Se comprende así que bajo la tecnología lógica yace una ciencia distinta y más radical, una ciencia que tiene un significado incomparablemente más universal, a saber, un significado de principio para todas las ciencias posibles en general. Ello se debe a que esta ciencia trata, en universalidad ideal, de proposiciones en general, de verdades en general, de objetos que son en general, una universalidad que incluye todo lo que se pueda imaginar. (En esta universalidad entra naturalmente también la entera psicología como ciencia particular). Ciertamente, en la lógica, la batalla contra el psicologismo, el cual ve en el conocer solo un factum empírico-humano y es ciego para el tipo de investigación ideal de esencias del pensar y conocer, y asimismo es ciego al carácter ideal de la lógica de las proposiciones posibles y de las verdades, no <es> una simple batalla contra la actitud práctico-cognoscitiva del lógico. El psicologismo es fomentado constantemente por ella, pero no tiene en ella su única fuente. Y, sin embargo, su fuente principal, el escepticismo empirista, no habría podido fortalecerse tanto históricamente si el inicio de una investigación teórica e ideal del conocimiento y de la verdad, que, desde Platón, brota siempre de nuevo, no hubiese sido todo el tiempo obstaculizado por la invasión del punto de vista práctico, visible ya en la lógica aristotélica.
[31] En la ética sucede algo semejante. También en ella vale el liberarse de toda finalidad práctica de mejorar y enmendar al género humano, y el elevarse a la libre actitud puramente teórica. También aquí esta actitud fomenta el progreso de la tecnología orientada en el sentido empírico-humano a una ciencia a priori de la razón puramente práctica y de los deberes absolutos y relativos que se constituyen en sus actos. Esto debe ser aprehendido intelectivamente por el conocimiento teórico que acompaña a un progreso tal y que se despliega según sus verdades a priori. También en este caso, procediendo hasta el final en libertad teórica, deberíamos convencernos de que un acto de la voluntad bien dirigido y su buena intención (por así decir, la verdad de la