Estados homogéneos y estados diversos. Arturo Seminario Dapello
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La nación alemana, comprensiva de quienes hablaban la misma lengua y compartían la misma cultura, ha sido muy antigua. Pero el Estado alemán recién se considera a partir de 1871 con Bismarck. Antes había lo que se podría llamar las tres Alemanias: Austria, Prusia y toda la parte occidental fronteriza con Holanda, Bélgica, Francia y Suiza. Esta última, que comprendía multitud de principados y ciudades libres, la unía ser parte del Sacro Imperio Romano Germano, que a partir del Renacimiento controlaron los Habsburgos hasta Napoleón. Sobre lo logrado por Bismarck, Hitler procuró con éxito la anexión de Austria. Luego realizó la anexión de otros territorios germanoparlantes como los sudetes.
Pero la Alemania nazi evidenció cómo un pueblo en extremo homogéneo puede ser presa fácil del fanatismo, de la opinión monocorde, de la intemperancia ante la disidencia, etc. El nacionalismo desbordado, la vanidad racial, la eugenesia, para que no incomode el que fue deficientemente concebido, la intolerancia frenética frente a otras razas, etc., resultaron inexplicables retrocesos, casi tribales, por parte de uno de los pueblos más cultos del mundo. Perdida la Segunda Guerra Mundial se regresó a la antigua división: Alemania Oriental compuesta por Prusia y algo más, y Alemania Occidental compuesta por el resto. Hasta que Kohl, gracias al éxito económico, logró absorber a la Alemania Oriental.
Los Estados teocráticos son también ejemplo de homogeneidad, basada en creencias religiosas comunes. Esta homogeneidad es mayor cuando va acompañada de unidad étnica, lingüística y cultural. Hoy y ahora el ejemplo más notorio es Irán. Aunque Irán se presenta ante el mundo como una democracia, en rigor tiene muchas características de teocracia. El poder real reside en gran medida en el Ayatolla que ejerce la función de Líder Supremo. Su fe chiita lo hace más militante.
En realidad, el Líder Supremo está por encima de los poderes Ejecutivo, Legislativo y Judicial, que operan bajo su control. Además es el jefe militar y el primer ideólogo. Es la última palabra en ley islámica. Y el Islam no sólo es religión, sino también cultura e ideología. Comprende y rige toda la vida del ciudadano. No hay pues lugar para separar a la persona ciudadana del Estado y de la religión. Es un todo indisolublemente unido.
Esta homogeneidad de los estados teocráticos deviene exponencial en países como Irán, con extendida trayectoria histórica como Estado unificado, con profunda unidad lingüística y cultural, y con una ligeramente menos antigua unidad religiosa. Resulta, por eso, que para Irán la democracia no es un contrato social, sino la conjunción de derechos y deberes divinos de la persona humana. Lo que inevitablemente lleva a averiguar quién es el intérprete de esos derechos y deberes divinos. Pues el intérprete último de esos derechos y deberes divinos de la persona humana deviene en el incuestionable e indiscutible verdadero poder. Ese es el Ayatolla que ejerce el cargo de Líder Supremo.
Israel, en cambio, no es un Estado teocrático. Es un Estado laico. Pero para acceder al gobierno se necesita el apoyo de un numeroso grupo pro teocrático y fundamentalista, que son los judíos ultraortodoxos. Ello configura un significativo inconveniente, al complicar los márgenes de maniobra de los gobiernos israelitas. Por lo cual uno de los conflictos contemporáneos más profundos y complejos es el que enfrenta a Irán con Israel. Precisamente por eso su manejo siempre ha estado reducido a las altas esferas del poder mundial, siendo los demás ajenos y extraños a él, salvo en lo que trasciende a los medios.
El Estado del Vaticano también es teocrático. Pero por la extensión de su feligresía tiene entre sus autoridades a gente de todos los continentes, razas y lenguas. La etapa en que el Vaticano sólo lo gobernaban las grandes familias italianas, unos cuantos franceses, y quizá algún español, ya acabó. Aunque mayormente europeos, hoy llegan a la curia romana gente de los más diversos países. Ello convierte al Estado del Vaticano en menos homogéneo y más diverso. Ello también ha permitido un profundo mestizaje, que se refleja en la tolerancia hacia diversas manifestaciones culturales. Sólo tratándose de dogma se mantiene el fundamentalismo. La Iglesia es inclusiva e incluyente. Por lo demás, ocupa un territorio mínimo, sin medios de defensa. Su gran fortaleza radica en que es la guardiana de la moral judeo-cristiana.
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