Migrantes. Roger Norum

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Migrantes - Roger  Norum

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personales, sino también por su pertenencia —atribuida por uno mismo o por otros— a categorías o grupos sociales (reales o imaginados). La identidad colectiva se refiere al sentimiento de pertenencia compartida de una persona a un grupo. La identidad que se deriva del grupo (o «colectivo») moldea una parte de la identidad personal de un individuo. La participación en actividades sociales puede proporcionar a los individuos un sentimiento de pertenencia y una identidad que supera los límites de su identidad individual. Esta relación de retroalimentación entre identidad personal y colectiva es uno de los procesos fundamentales de la existencia del hombre en comunidad. A veces es posible que este sentido de pertenencia a un grupo particular se convierta en algo tan fuerte que se imponga sobre otros aspectos de la identidad de una persona: ejemplo de esto son las identificaciones religiosas, las ideologías políticas o el nacionalismo. El anhelo profundo que pueden tener las personas de verse a sí mismos como seres plenos puede inspirar un deseo de pertenecer a algo más grande que uno mismo, y de participar activamente en la vida de esta entidad (social) hecha de factores que trascienden al individuo.

      Estas divisiones han resultado históricamente en hostilidad hacia aquellos que no son parte del grupo dominante, que podían ser vistos como una amenaza o un lastre, en detrimento de la existencia del grupo. La hostilidad en contra de las personas percibidas como diferentes, y, por lo tanto, marginadas, puede generar una mentalidad de «nosotros contra ellos». A veces, como en el caso de la Sudáfrica de la época del apartheid, se produce una segregación de los diferentes sostenida en el orden legal y asegurada con políticas represivas y confinamiento espacial. Pero en otros casos, se busca incluirlos para hacer un uso político de ellos. Por ejemplo, las poblaciones o facciones políticas dominantes pueden tratar de asimilar a su propio grupo a miembros diferentes de la sociedad, para darse legitimidad como gobernantes del país. En Venezuela, por ejemplo, se creó un Ministerio de Pueblos Indígenas, y estos fueron incluidos simbólica y propagandísticamente; pero los derechos territoriales de las poblaciones indígenas están lejos de ser atendidos. En la medida en que categorías como la raza y la religión se definen por instituciones formales del Estado, estas identidades se vuelven fuertemente politizadas, controladas y disputadas.

      La mentalidad de «nosotros contra ellos» ayudó en un pasado a las sociedades humanas a sobrevivir, pero seguir entendiendo la diferencia en términos antagónicos quizá haya dejado de ser productivo para el desarrollo de la convivencia. Nuestra fijación en las categorías que distinguen a algunas personas de otras puede llevarnos a rechazar la diferencia y congelarla, en vez de explorarla, convivir con ella y acoger lo que pueda resultar enriquecedor. Es poco probable que los humanos dejen de categorizarse entre sí en un futuro, y la migración es un campo en el cual la categorización de propios y extraños aparece cotidianamente. Para apreciar y entender sus complejidades, hace falta reconocer que aquellas personas que son diferentes de nosotros no tienen por qué ser vistos instintivamente como amenazas. Mientras los humanos tenemos muchas similitudes, también tenemos otras tantas diferencias, y estas últimas son las que hacen que ser humano en el mundo de hoy sea tan interesante, estimulante y disfrutable. La gente que se posiciona en contra de la inmigración suele perder de vista estas consideraciones de sentido común.

      Tierra, territorio e identidad

      En 1942 la filósofa y activista política Simone Weil escribió que «estar arraigado es quizá la necesidad más importante y menos reconocida del alma humana»[44]. La idea de que los humanos han sido prototípicamente sedentarios ha sido dominante por largo tiempo, pero esto no significa que estar arraigado geográficamente de forma permanente sea «normal» y que el movimiento sea una aberración. Cuando hablamos de «raíces» nos referimos tanto a conexiones materiales y perceptivas como a otras metafóricas e imaginadas que conectan a las personas con sus lugares, y a las redes de apoyo que generan una sensación de pertenencia con ese sitio. En el capítulo 2 veremos cómo la movilidad de las cosas, de las ideas y de la gente ha sido generalizada en las sociedades humanas durante milenios. Y, sin embargo, las ideas sobre las raíces, la tierra y el territorio están tan firmemente inscritas en nuestro lenguaje y formas de pensar que nos pueden llevar a olvidar el papel fundamental del movimiento para el ser humano.

      La noción de territorialización de la identidad es la idea de que la identidad social o cultural de un individuo está determinada por el anclaje a un espacio fijo, a una extensión establecida y delimitada de tierra. Desde este enfoque conceptual y político, se hace aparecer los nexos entre la gente y el lugar, y entre la nación y el territorio, como si fueran naturales, como una característica inmutable de la relación entre grupos humanos y su espacio geográfico. Por ejemplo, la noción de una cultura humana se basa en la idea de que en algún lugar existen raíces estables y fijas, y una existencia territorializada[45]. El propio término cultura está ligado etimológicamente a la palabra cultivar. Esto es llamativo, si se considera hasta qué punto el movimiento humano ha sido una característica que ha definido a las sociedades durante miles de años[46].

      Los estudiosos de la migración han llamado «sesgo sedentario» a la idea de que mantenerse en un lugar es normal y el movimiento es anormal, actitud que ha sido predominante en muchas sociedades por largo tiempo. Incluso hoy, buena parte de la discusión sobre los solicitantes de asilo o refugiados describe el tiempo de una persona en el exilio como detenido o suspendido[47]. En Europa, este tipo de divisiones binarias entre la gente móvil y la gente inmóvil, así como las fronteras artificiales que con frecuencia se dibujan entre ellas, se remontan hasta (por lo menos) el siglo XIV. En aquel tiempo las instituciones del Estado se apropiaron de estas ideas para argumentar que la movilidad de los pobres y desfavorecidos amenazaba el orden público dominante. Se recurrió a estas distinciones con el objetivo de preservar lo que la socióloga Bridget Anderson ha llamado «comunidades de valor». La idea de Anderson es que los estados modernos se conciben a sí mismos no como agregados arbitrarios de personas conectadas entre sí por un estatus legal compartido, sino como un colectivo coherente compuesto por individuos que comparten ideales comunes y patrones de comportamiento; que se expresan a través de la religión, el idioma o las costumbres. Sus miembros, en otras palabras, tienen valores compartidos[48].

      Las complejas raíces históricas del control reglamentario de la movilidad reaparecen en el presente, cuando la figura móvil del migrante es conceptualizada por diversos actores institucionales —autoridades y productores de mensajes y contenidos que modelan la opinión pública— como oscilando entre la exclusión y la inclusión en comunidades distintas. Imponer como natural u obligatorio que el migrante se deba insertar en un campo social determinado, a riesgo de quedar excluido, es contradictorio con los principios de igualdad, derechos y autonomía en la sociedad. A través de este tipo de pensamiento, los movimientos migratorios son desnormalizados: esto es, se los hace aparecer como aberraciones y anomalías.

      SEDENTARIOS Y NÓMADAS, «NORMALES» Y «ANORMALES»

      El sedentarismo, o el «sesgo sedentario», subyace a muchas iniciativas estatales sobre migración y desarrollo, que tienen el objetivo implícito de reducir el flujo de migración internacional, especialmente hacia los países industrializados. Si se cree que los humanos son inherentemente sedentarios y estáticos, entonces es más fácil demonizar el emprendimiento de los migrantes en busca de una mejor vida, y considerarla como una aberración y una situación irregular que debe ser arreglada.

      En realidad, la migración ha sido siempre una estrategia utilizada por las personas y los grupos humanos para intentar mejorar su calidad de vida, y las crecientes oportunidades para la migración internacional proveen de herramientas esenciales de bienestar futuro a muchas personas en todo el planeta.

      Las fronteras y los límites

      En el transcurso de los últimos siglos —y en particular durante el siglo pasado— las fronteras se han vuelto fundamentales para la organización de nuestro mundo físico y político. Pero nuestra fascinación con las fronteras se remonta a miles de años atrás,

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